Muchos esfuerzos está realizando el gobierno de Andrés Manuel López Obrador para reordenar al país. En todos ellos ha debido aplicar un nuevo enfoque de política económica y desarrollar una nueva política fiscal. No se dejó llevar por la inercia del pasado, recurriendo a los dogmas que parecían inamovibles. Desde el principio optó, por ejemplo, por recuperar el poder adquisitivo del salario mínimo, a pesar de que todos los neoliberales decían que subirlo más allá de la inflación era un factor de híper inflación, lo que no ha ocurrido pese a los incrementos al minisalario que hemos observado en los últimos años.
Otro dogma al que se recurría siempre era que para impulsar el desarrollo económico del país había que favorecer primero a los grandes inversionistas, para que éstos se animaran a invertir y así hubiera empleo y estabilidad económica.
La lección que ha dejado la forma como el gobierno federal ha enfrentado la pandemia ha dejado boquiabiertos no sólo a los críticos nacionales sino a los especialistas internacionales. No se contrató más deuda para rescatar a las grandes empresas, como se estilaba antaño. Por el contrario, los ahorros producto de la austeridad y de la lucha contra la corrupción se utilizaron en continuar respaldando a los programas sociales en curso y las obras de inversión que la actual administración planeó y detalló desde el principio.
El presupuesto era un instrumento que usaban los poderes económicos fácticos en el país para enriquecerse más y favorecer sus negocios. La política hacendaria daba privilegios a unos cuantos, por ejemplo, la condonación fiscal, y cargaba el peso de las contribuciones a la clase media. Además, permitía arreglos para disminuir o de plano evitar el pago de impuestos y consentía la generalización de la emisión de facturas falsas para simular gastos que se metían a la contabilidad, obviamente para hacer más ligera la carga fiscal.
Todos estos comentarios surgen a propósito de la reciente presentación del llamado paquete fiscal, que incluye las iniciativas de Ley de Ingresos y la Miscelánea fiscal, así como el proyecto de Presupuesto de Egresos para 2022, en donde se refrenda la estrategia de ingreso y gasto del presidente López Obrador para sustentar el camino de un cambio verdadero.
Por ello no hay grandes sorpresas en el paquete fiscal. Como lo dice el propio documento: “Con el Paquete Económico 2022 se inicia la segunda etapa de la administración y la consolidación de las políticas, programas y proyectos de infraestructura estratégicos, que además de ayudar a proteger el bienestar de las familias mexicanas en la coyuntura, abonan a la construcción de una economía con mayor cohesión social y, por tanto, más robusta y estable, así como de un desarrollo sectorial y regional equitativo e incluyente, que asegura el bienestar de largo plazo.” (CGPE_2022.pdf (hacienda.gob.mx).
En efecto, se inicia la segunda parte del sexenio lopezobradorista con la misma política fiscal y presupuestal. Los objetivos siguen repartidos proporcionalmente entre brindar un respiro a los sectores marginados del país y poner las bases del nuevo Estado de bienestar y de derechos para todos, a la vez que se modifica la estructura económica regional, sectorial y de exportación, que a mediano y largo plazo potencializarán tanto las riquezas que posee el país en recursos naturales y humanos, como la gran ventaja geopolítica que mantiene en América del Norte.
Tal vez la única “sorpresa” ya anunciada anteriormente en tramos por la titular del SAT sea el esquema totalmente novedoso del cobro de impuestos, que tendrá beneficios significativos para los contribuyentes de menores recursos, incluyendo a la clase media, sobre cuyas espaldas siempre se han cargado los esquemas fiscales anteriores. De lo que podríamos hablar en una próxima entrega.
Marco Antonio Medina Pérez
marco.a.medinaperez@gmail.com
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