A sus 29 años, Eduardo decidió adoptar el oficio de cilindrero, una actividad que sus familiares desempeñan desde hace unos 20 años.
Originario de la ciudad de Córdoba, desde hace algunos meses con su organillo como compañero, llegó al puerto de Veracruz para trabajar y poder apoyar a su familia, pues al ser un muncipio turístico y con la temporada vacacional en puerta, esperaba obtener una buena ganacia en esta ciudad.
Sin embargo no contaba con que el impacto de la ‘tercera ola’ por Covid le complicara sus planes.
Luego de ser decretado de manera oficial el cierre vehicular de las principales calles y avenidas que dan al Centro Histórico del municipio, a Eduardo no le quedó más remedio que ingeniarselas para no dejar de trabajar.
Es por ello que, a su instrumento de trabajo, le adaptó una base con cuatro ruedas que le permiten movilizar de manera más fácil el pesado organillo y llevar su música hasta las colonias de Veracruz.
Sonido inigualable
Eduardo recorre bajo el Sol casa por casa musicalizando las calles al ritmo de canciones populares como “Carta a Eufemia”, que inmortalizara la voz de Pedro Infante o como la de “Mexico Lindo y Querido” que todo el mundo recuerda en voz de Jorge Negrete.
Al sonar las notas musicales es inevitable que los niños salgan a asomarse para averiguar de qué se trata, pues las nuevas generaciones desconocen este aparato musical, en otros hogares no falta la abuelita que sale a la puerta para compartirle unas monedas al organillero, que dicho sea de paso, están casi en extinción.
El organillo o cilindro es un instrumento de origen alemán que llegó a México desde hace más de 100 años, comenta Eduardo.
Se compone de una caja de madera y una manija, “adentro hay un rodillo con unos puntitos que conforme gira la manija van tocando las canciones”, explica el joven organillero.
Eduardo forma parte de una tradición mexicana que se niega a morir.
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