En un país donde cada vez más adultos mayores usan celulares, se conectan a internet o incluso manejan sus cuentas bancarias en línea, la delincuencia ha encontrado nuevas formas de acercarse sin levantar sospechas.
A veces no es que confíen de más. Es que crecieron creyendo en la palabra, en las buenas intenciones. Hoy, esa confianza los vuelve blancos fáciles para estafas que no siempre son fáciles de identificar.
Lo ves en sus ojos. La duda. El enojo. Y, a veces, la vergüenza. Les cuesta admitir que alguien los engañó, que les sacaron dinero, o que dieron datos que no debieron. Pero pasa. Pasa más de lo que se habla.
El problema no es que usen celulares o respondan llamadas. El problema es que los delincuentes saben perfectamente cómo hablarles. Cómo sonar amables, cercanos. Cómo presionar cuando hace falta. Y lo peor: muchas veces la familia no se entera hasta que ya es tarde.
El teléfono suena. Una voz temblorosa dice algo así como: "Abuelita... me metí en un lío. No le digas a nadie. Necesito que me ayudes".
Detrás, otra voz —más firme— se presenta como policía, doctor o licenciado. Y pide dinero urgente: una fianza, una operación, lo que sea. Y lo dicen rápido, como si el tiempo se acabara.
¿La realidad? No hay nieto detenido. No hay accidente. Solo un estafador que pescó el número y supo usarlo bien.
¿Qué hacer?
Platicarlo antes. Que sepan que si alguien llama así, cuelguen. Que no den nombres. Que llamen al nieto real. O a ti. O a quien sea, pero que no actúen solos.
Este entra por la puerta digital. A veces es una ventana emergente. A veces una llamada. Prometen arreglar algo que no está roto. O proteger una cuenta que no está en riesgo.
Les piden instalar un programa. O dar acceso. Lo hacen ver como ayuda. Pero no lo es. En cuanto logran entrar, pueden tomar el control del dispositivo, robar datos bancarios o instalar algo peor.
¿Cómo protegerlos?
Que no den clic en todo. Que si aparece algo raro, apaguen el equipo. Que llamen antes de hacer nada. Y si ya dieron acceso, avisar al banco. De inmediato.
Les llega un mensaje. O una llamada con voz alegre. Les dicen que ganaron un sorteo, un viaje, una televisión. Todo suena perfecto... hasta que piden una "comisión" para liberarlo.
El monto es pequeño. A veces no pasa de 300 pesos. Pero detrás puede venir otra solicitud. Y otra. Y otra.
¿Cómo evitarlo?
Lo que no se busca, no se gana. Si no se inscribieron en ningún concurso, es mentira. Que lo digan sin miedo. "No me interesa, gracias". Y cuelguen.
Muchos adultos mayores no cuentan que fueron engañados. Porque creen que es su culpa. Porque no quieren que los regañen. O peor: temen que su familia empiece a desconfiar de ellos.
Por eso es vital acompañarlos. Sin burlas. Sin reproches. Solo estar, escuchar y actuar si hace falta.
Las estafas no son nuevas. Pero ahora son más sofisticadas. Y apuntan justo a quienes menos malicia tienen. No se trata de alarmar, sino de prevenir. Y la mejor prevención empieza en casa, con confianza y con paciencia.
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