A simple vista, dejar que los niños usen pantallas —ya sea para jugar, ver videos o entretenerse mientras los adultos trabajan— puede parecer inofensivo, incluso necesario. Pero los resultados de un estudio reciente, que agrupó más de 100 investigaciones sobre el tema, apuntan a una realidad distinta. No solo hay efectos, sino que estos aparecen temprano y se refuerzan con el tiempo.
De acuerdo con el análisis, los menores que pasan más horas frente a dispositivos electrónicos son más propensos a presentar síntomas de ansiedad, comportamientos agresivos, dificultades para regular sus emociones y otros trastornos asociados al desarrollo emocional.
En niños menores de dos años, incluso una exposición moderada —excepto videollamadas— puede afectar la madurez emocional. Para niños entre 2 y 5 años, el umbral sugerido es de una hora diaria, y en mayores de seis años, no se recomienda exceder las dos horas.
Una de las conclusiones más inquietantes del estudio es que el tiempo frente a la pantalla no solo desencadena dificultades emocionales. También ocurre lo contrario: los niños que ya presentan problemas tienden a buscar más tiempo en pantallas como forma de evasión.
En ese punto, el uso de videojuegos o redes sociales se convierte en un escape. Y con ese escape, la desconexión emocional se profundiza. Así, un problema se convierte en dos, y luego en un hábito difícil de revertir.
"Los niños no siempre están pegados a la pantalla por gusto. A veces, es su forma de lidiar con algo que no saben nombrar: estrés, soledad, frustración", advierten los autores del estudio. Por eso, en lugar de solo limitar, se recomienda observar.
Hay comportamientos que pueden parecer comunes, pero que funcionan como señales:
Estas conductas podrían indicar que no está usando la tecnología solo por entretenimiento, sino como una forma de regular emociones que aún no sabe procesar.
Frente a eso, especialistas aconsejan establecer rutinas claras, ofrecer espacios sin tecnología en casa, y —cuando sea necesario— buscar orientación profesional. También se recomienda mantener conversaciones constantes, con tono cercano y sin dramatismo.
Aunque no todos generan los mismos efectos, los videojuegos —sobre todo los conectados en línea— presentan riesgos adicionales. El niño no solo juega: también convive, se integra a dinámicas sociales virtuales y, en muchos casos, se siente presionado a "estar presente" para no quedarse fuera.
Esto puede interferir con el sueño, el rendimiento escolar y las relaciones familiares. Por eso, no basta con controlar el tiempo: hay que entender el contexto y acompañar su uso.
"No" es una palabra difícil de decir cuando se trata de nuestros hijos. Pero decirla, con claridad y afecto, también es una forma de cuidar. Establecer horarios, evitar que las pantallas se usen para calmar berrinches, y dar el ejemplo, son medidas simples que, sumadas, hacen una gran diferencia.
Los investigadores coinciden en algo: la prevención comienza en casa. No se trata de prohibir todo, sino de generar un entorno donde la tecnología sea una herramienta, no una muleta emocional.
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