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Columna:

Un nuevo lucero brilla en el firmamento

2021-06-13 | 09:15 a.m.
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Esta columna se ha enlutado, en ocasiones varias con la partida de amigos para no volver, pero aun doliéndome, nunca la perenne ausencia de un ser me había golpeado directamente.

A partir del 30 de mayo, portará por siempre un crespón de luto. Mi compañera de ayer, de hoy y de siempre partió hacia el mas allá y por ende me he quedado irremediablemente solo.

Se dice fácil, pero recordar a quien en vida solo supo brindar amor, generosidad, amistad y sencillez es una tarea superior a mi. No fue perfecta, ningún humano lo es, pero durante los 72 años en que la amé, nunca la oí mentir, escatimar una ayuda, realizar una mala acción. Todo lo contrario. Su actuar y pensar fue siempre a la manera de Martí… Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardos ni ortiga cultivo; cultivo una rosa blanca… En muchas ocasiones pagó el mal con el bien. Lo digo por experiencia.

Claro no toda nuestra vida conyugal fue un lecho de rosas, pero como dijera Amado Nervo, nadie me dijo que mayo fuera eterno. Sí, lo confieso, en muchas ocasiones mi conducta la hizo infeliz, pero puedo jurar que nunca mi intención fue lastimarla. La quería demasiado para herirla.

En 1948 ingresó al cuarto año de la Prepa, quiso el destino, que compartiéramos la misma aula. Me enamoré de ella desde entonces. Las circunstancias nos llevaron por distintos senderos. En la UNAM se graduó como médico y tiempo más tarde, anestesióloga. Iniciamos nuestro noviazgo en 1952. Nueve años más tarde, nos casamos. Procreamos tres hijos Nara, Ari y Bernardo hoy comparten mi pena. Cristiana por convicción murió en esa fe y espero que la justicia divina la bendiga y el Señor, su pastor, la conduzca donde nada le falte y en lugares de verdes pastos la haga descansar, restaure su alma y la guíe por senderos luminosos.

El pasado 21 de abril cumplimos 60 años de casados. Sobrevivimos mares procelosos, sin embargo, pese a sus cosas y las mías, quiero creer que el amor siempre perduró y arribamos a puerto seguro.

Después de su partida quisiera honrarla con mis propias palabras, pero fueron tan emotivos y bellos los mensajes recibidos que me tomo la libertad de transcribirlos.

“Hoy doy gracias a Dios por tu vida, por la dicha de haber compartido contigo la mía. Fuiste dadivosa, generosa, íntegra, siempre queriendo ayudar al prójimo, esposa, madre, abuela, doctora de profesión y corazón, un ser humano excepcional. Hoy ya estás con Dios, y con un dolor indescifrable te decimos hasta pronto adorada mamá. Te amamos tu esposo, hijos, nietos y toda la familia Berger y Maraboto. Mi corazón y pensamiento contigo siempre. Gracias infinitas mi mami adorada”.

“Te conocí cuando tenía 15 años y siempre fuiste exquisita en tu trato. Una mujer muy fina por sus actos. Siempre estabas impecable. Nunca te olvidabas de las fechas especiales. Las apuntabas todas, en tu calendario de la cocina. Podías convertir unas piedras y tres troncos que encontrabas en la calle en un “tesoro”, como le decías. Sin duda, nos diste muestra de tu maestría en generosidad y amabilidad. Pocas veces he visto la mirada de compasión, tan sincera, como la tuya.

Me quedo con tus anécdotas, que desataron mis carcajadas y me quedo, también, con la foto del aquel viaje de verano, en donde fueron captadas tan naturales, tú y mi tesoro. ¿Te confieso algo? Hubiera querido decirte más veces cuánto te admiraba y respetaba. Tocaste con tus historias, las tres generaciones de mi familia y, en la cuarta, tu sangre corre por sus venas. Te aseguro, te recordará y te traerá al presente, por muchos de tus ejemplos. El hueco que dejas es grande. Pero más grande es el legado que dejas. Ya te extrañamos. Muchas veces hablamos del más allá, cada uno a su manera. Si existe aquél, seguro tienes tu lugar asegurado y, aunque no exista, quiero decirte: Yiyi, vuelta alto, muy alto”.

Dos años atrás mi sobrino David intempestivamente nos abandonó, alguien le escribió un mensaje que a continuación transcribo y lo considere tan bello que hago mías esas palabras y me permito transcribir partes de él.

“La vida me obligó a cerrar el ciclo. Un día como hoy, juntos ganamos la batalla más difícil, sin saber que Dios tenía preparado algo diferente. Quizá estés lejos o quizá estés cerca, tal vez me mires desde el cielo convertida en un lucero, tal vez me mires sentado a mi lado, no lo sé. La vida está llena de momentos, de emociones, de sentimientos que brotan en la luz de nuestros ojos; los míos brillan más que nunca, porque sembraste ese rayito de luz que jamás se irá de mí. Me enseñaste tanto que ni siquiera pudiera enlistar, lo hiciste tan bien, que ahora debo seguir mi camino sin ti. Cumpliste tu misión. Gracias por mostrarme el universo, ya puedes recorrerlo sin límite como lo soñaste. Nunca te olvidaré”.

Confieso con humildad que no creo en las versiones del mas allá de ninguna religión. Creo sí, en que el universo tiene un eje rector que norma los ciclos de nuestras vidas de forma inexorable e infinita. El orden en el universo está regido por un ser celestial que los humanos llamamos Dios. Por ello creo que el ser humano que nos abandonara en días pasados, por sus acciones, sus sentimientos y su bondad se convirtió en un ente de luz y quizás en un lucero de esta o alguna otra galaxia y que de algún modo estará siempre presente en nuestras vidas.

Por último quiero cerrar estas líneas con la oración judía de los muertos y con este kadish decirle cuanto la amo y cuanto la ame… Señor misericordioso, que moras en las alturas haz que el alma de JUDITH MARABOTO CARRIÓN encuentre reposo en las alas de la Schejiná, entre las almas de los santos, pura como el firmamento de los cielos, porque por su recuerdo hemos tributado caridad. En homenaje a ello, acógela para siempre en el misterio de tus alas y átala con el lazo de la vida. Que el señor sea su herencia y que repose en paz en su lugar de descanso.

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