El culto a la personalidad es una suerte de adicción política. Embriaga. Genera euforia. Necesidad. Dependencia.
La pérdida de contacto con la realidad arranca cuando el elogio deja de ser excepción, se vuelve costumbre, luego demanda y, finalmente, obligación.
Los grandes personajes de estado impiden su surgimiento aferrándose a la realidad. Leen las críticas. Se reúnen con opositores. Estudian otras realidades. Sopesan puntos de vista diferentes.
El populismo, de cualquier signo, opina exactamente lo contrario.
La capacidad se sustituye por la servidumbre. El raciocinio por el capricho.
La egolatría de los neo populistas los convierte en rehenes del espejo. De Chávez a Trump, de Ortega a Orbán, el patrón es el mismo: el control de los medios, la supresión de las oposiciones, el desprecio a la crítica son la pauta que conduce a un camino cierto: la locura.
Los grandes totalitarismos —el fascismo, el nazismo y el comunismo— se fundamentaron en maquinarias propagandísticas en donde el hombre fuerte era, al mismo tiempo, encarnación del pueblo, de la patria y hasta de la divinidad.
Castro se apoderó pronto de la maquinaria de noticias de Cuba. Pasaba horas autorizando, cada día, su foto que adornaría la portada siguiente de Granma. Chávez hizo de su programa televisivo una inagotable fuente de autoelogio, demagogia, reality show y ocurrencia. Trump prefería el twitter.
En México, el presidente López Obrador ha participado en 628 conferencias de prensa en sus primeros mil días de gobierno. Ha destinado 1,130 horas de su tiempo a esas peroratas: 47 días enteros. El segundo interlocutor del presidente ahí es un engendro propagandístico denominado lord molécula.
A este ejercicio de mitomanía, se suman una serie de hechos preocupantes: la partidización abierta de la televisión pública. Hordas virulentas de bots. Juicios sumarios a críticos. Niños en escuelas dando odas al Hombre. Estatuas en municipios. Retratos en murales públicos.
Ahora, su nombre incluido en diversos gritos en el país y en el mundo.
Ninguna sanción han merecido quienes han violentado una tradición histórica y política lo que equivale, en los hechos, a un beneplácito.
Ahora, el país dividido y empobrecido comienza a quedarle chico al gran conductor. Ya la mejor política exterior no es la interior. Ahora posee fuelle para convocar, así sea fallidamente, a un movimiento mundial rodeado de sátrapas: los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Es un camino que ya vivimos: Echeverría aspirando al Nobel. A ser líder del tercer mundo. Estatuas de José López Portillo por toda la República; Don José regañando a Carter.
El delirio terminó en desastre.
No se ve que el desenlace que vendrá, porque llegará, será diferente.
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