El conflicto en Medio Oriente ha alcanzado un nuevo nivel, no solo por la magnitud de los ataques entre potencias, sino por la disputa paralela y brutal en el terreno de la información. Una guerra de versiones enfrenta a quienes aseguran que las instalaciones nucleares iraníes fueron completamente destruidas con aquellos que afirman que los daños fueron apenas superficiales. Lo cierto es que el ataque existió, y eso basta para cambiar la temperatura global —en lo geopolítico, en lo energético y, por supuesto, en lo económico—.
La operación Martillo de Medianoche, encabezada por Estados Unidos, impactó instalaciones clave como Fordow, Natanz e Isfahán con un despliegue aéreo masivo y tecnología de penetración subterránea. Horas después, Irán respondió con una oleada de misiles Kheibar Shekan de tercera generación, altamente precisos y con múltiples ojivas. La respuesta fue rápida, letal y estratégica: no solo apuntó a bases militares, sino también a infraestructura civil y tecnológica en Israel, así como, bases militares de EE.UU. en Siria.
Y mientras el mundo contenía la respiración ante la posibilidad de una guerra mundial desatada, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, tuvo una súbita revelación diplomática: pidió a Irán que no cierre el estrecho de Ormuz. El mensaje llegó con la misma frescura que tendría un ladrón que, tras vaciar tu casa, te dice con toda seriedad: "pero no vayas a llamar a la policía, eso podría escalar las cosas". La lógica es impecable, si uno vive en un universo "para-lelo".
La consecuencia inmediata fue una subida del 4% en el precio del crudo en Asia. Pero esto es apenas el inicio. Una interrupción prolongada o la simple amenaza de inestabilidad en Ormuz puede acelerar un ciclo inflacionario que ya lleva dos años galopando sin freno. Los mercados no perdonan incertidumbres, y menos cuando se mezclan con fuego cruzado.
La narrativa oficial en muchos países insiste en que estas acciones buscan estabilidad y paz duradera. Pero el tablero muestra otra cosa: Corea del Norte ofreciendo armas nucleares a Irán, Rusia reiterando su respaldo a Teherán, y un Donald Trump que se contradice entre discursos aislacionistas y decisiones de alto voltaje bélico. El orden global, si alguna vez existió, está hecho trizas.
En esta era de sobreinformación y guerra de relatos, la confusión es un arma más. Pero la economía no miente. La gasolina sube, el transporte encarece todo, y la inflación se convierte en el enemigo común de todos los bolsillos.
Por eso, más allá del ruido de las bombas y las declaraciones, lo urgente ahora es un consejo práctico: aproveche estos días para comprar despensa, abastecerse de lo básico y prepararse para una escalada de precios que podría durar meses. Cuando el mundo arde, la inflación es el humo que siempre llega a casa.
Y mientras tú y yo tratamos de abastecernos antes de que el kilo de frijol se vuelva artículo de lujo, en Irán se entreteje con sigilo un intento de cambio de régimen disfrazado de defensa preventiva, y en otro rincón del planeta —casi en silencio— miles de ciudadanos judíos comienzan a marchar hacia la Patagonia argentina, como si ya supieran que esta guerra no es solo entre Estados, sino entre futuros posibles. La historia se mueve deprisa, y cuando se escribe con fuego, casi siempre arde algo más que papel.
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