Veracruz | 2022-01-02 | Alejandro Mier Uribe
– ¡Sandra! El teléfono está llamando, ¿puedes atenderlo?
– ¡Si, mami!
–Hola…
– ¿Sandra? Soy yo, Liliana, ¿te acuerdas que te comenté que mi mamá me pidió que le llevara 50 mil pesos al proveedor de ropa?
–Sí, lo recuerdo.
–Pues ya me los dio y tengo que ir, ¿me podrías llevar? ¿Crees que tu mamá te preste el carro?
–Claro, de hecho, ahorita es muy buen momento porque Omar, un amigo mío que no conoces, está aquí en la casa y nos puede acompañar. Yo ya le había platicado lo del dinero y él mismo se ofreció a llevarnos para no ir solas.
– ¡Me parece excelente! ¿Pasas por mí?
Después de recoger a Liliana, al dar la vuelta de su casa, Omar comentó:
– ¡Chin! Qué menso, se me olvidó llamarle a mi papá y es urgente, Sandy ¿te podrías parar un segundo en el “Oxxo” de la esquina? No me tardo nada.
–Sí, por ahí aprovecho para comprar unos cigarros.
–Sandra detuvo el Tsuru modelo 95, bajó y al llegar a la puerta de la tienda, una mujer que se encontraba sentada en la acera, envuelta en una enorme capa negra, le estiró la mano para pedirle una moneda. Sandra se iba a seguir de largo, pero algo en los ruegos de la pordiosera del enorme lunar negro en la frente, llamó su atención, así es que se dio la vuelta y le ofreció cinco pesos.
La mujer simplemente le tomó la mano. Sandra sintió una fuerza muy extraña que la hizo acercarse a ella y entonces escuchó un murmullo amenazador en su oído: “¡Aléjate! ¡Huye ahora que puedes! Si no lo haces… ¡Corres un gran peligro! ¡No retes al destino y vete ya!”
Sandra entró aterrada al Oxxo y al pagar los cigarros, por fin abrió el puño y notó que la moneda de cinco pesos aún seguía ahí. Al salir, la dama del enorme lunar en la frente, se había ido.
Omar colgó el teléfono con extremo nerviosismo y mientras vigilaba que nadie hubiera escuchado su llamada, sintió en su espalda una helada respiración que le erizó el cuerpo. Al voltear lo primero que vio fue el negro lunar en la frente, sólo que era una señora muy elegante la que estaba frente a él. Al envolverlo con el aroma de su fino perfume, Omar sintió vértigo por lo que cerró los ojos y, por un momento, sintió desvanecerse, sin embargo, al volver en sí, ya no estaba la dama de negro, pero en su interior, un eco con voz femenina repetía sin cesar: “No lo hagas. Tú no eres así. Aún estas a tiempo de arrepentirte, ¡detente!”
Liliana reposaba su brazo en la puerta del auto, cuando vio aproximarse a la alta mujer. Le pareció divertido su atuendo de gitana: los interminables collares, los enormes aretes, pulseras y anillos. “Hola hermosa, ¿le puedo leer las cartas?”, le dijo la dama, al tiempo que le tomó la mano. “No lo creo”, quiso responder Liliana, pero ya no tuvo voluntad. Su cuerpo estaba rodeado de una inmensa tranquilidad y una voz muy suave en la que se le figuró encontrar el dulce tono de su madre, le susurró: “Calma. Te doy paz eterna. Has sido muy buena y mereces ser libre y feliz. Yo te protegeré”.
Instantes después, Sandra y Omar abordaron el viejo Tsuru. Salieron de la callecilla para volver a internarse rumbo al sur en el mar de autos que a esa hora circulaban a vuelta de rueda sobre la avenida de Tlalpan.
Rompiendo el silencio que reinaba, Liliana preguntó:
– ¿Vieron a la mujer?
Los tres se miraron intrigados y Sandra interrogó:
– ¿La pordiosera?
– ¿Cuál pordiosera? Querrás decir la señora elegante del perfume, –rebatió Omar.
Liliana estaba a punto de decirles que se refería a la señora voluminosa de pelo ondulado, negro crespo; la del lunar en el centro de la frente sobre unas tupidas cejas, que vestía de gitana, pero al llegar al semáforo del puente de Tasqueña, fue interrumpida por un estruendoso golpe que perforó el vidrio del auto.
En segundos, dos hombres armados los rodearon: sin el menor reparo, se fueron directo sobre Liliana exigiéndole los 50 mil pesos que lleva en el bolso, pero Sandra reconoció a uno de ellos, “¡es Fernando, el amigo de Omar!”, gritó instintivamente, para su mala fortuna.
Al sentirse descubiertos, los delincuentes se quitaron la media que cubría sus rostros y tiraron a matar. La primera bala alcanzó el pecho de Sandra asesinándola al instante. Liliana miró asombrada como milagrosamente la ráfaga martillaba todo el auto sin causarle un solo rasguño. A pesar de que Omar intentó huir lo más rápido posible, el plomo del revolver fue más veloz que su propia suerte y un tiro perdido terminó internándosele en el estómago. No acabará con él, pero le causa el dolor más intenso que jamás haya sentido. Quizá tan grande como el arrepentimiento de ver a su amiga sin vida.
Antes de perder el sentido, mientras escucha a sus cómplices que le gritan “¡Omar, pélate con nosotros!”, volvió a invadirlo el perfume de la mujer del lunar. Pensó que estaba alucinando, la vio fusilándolo con la mirada al tiempo que abraza a Liliana resguardándola entre su capa negra.
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