Coatzacoalcos | 2020-06-18 | César Daniel González Madruga- Martha Adriana Morales Ortiz-Dorian Antuna
Vaya huracán de emociones que ha sido la muerte de Don Manuel Morales Juárez, a quien llamábamos con cariño Búfalo, padre y suegro de los autores, un hombre sin igual que amaba la Tierra, honesto en toda la extensión de la palabra que siempre alzó la voz para defender lo que consideraba justo aunque eso implicara incomodar a más de uno.
Un hombre que heredó las grandes victorias de la Revolución Mexicana, precisamente porque sus abuelos participaron en ella y contribuyeron a que los grandes ideales de “Tierra y Libertad” y “la Tierra es de quien la trabaja” fueran posibles.
Él sabía de dónde venía, sus padres fueron campesinos y cuidaban de la Tierra incluso por encima de ellos mismos. Uno de sus últimos actos de valentía precisamente era buscar la defensa del ejido y rescatar de una invasión uno de los terrenos.
Su partida caló en lo más hondo de nuestros corazones y nos reafirmó la certeza de que la muerte es tan sólo otra forma de estar vivos, la muerte en sí misma no existe, porque es posible sentir igual de presentes a nuestros seres queridos cuando hay amor. La palabra amor lo dice todo, proviene del latín, a-mortis; es decir, a-sin y mortis-muerte, o la sin muerte, quien vive en el amor como don Manuel, no muere.
Su partida de este plano de existencia se dio en el contexto de la pandemia, por lo que el funeral y el entierro fueron en
una circunstancia totalmente inusual. Desde que llegamos a la funeraria, las medidas para ingresar eran estrictas; cierto número de personas, cubrebocas y geles antibacteriales al ingresar. Al inicio sólo nos saludábamos a la lejanía, nadie quería romper las reglas sanitarias, por supuesto quienes no traían cubre bocas, así fuera un ser querido en profundo duelo, no podía ingresar. Pasados los minutos, llantos y sollozos solitarios, los hermanos, primas, tíos y más seres queridos comenzaron a romper todo tipo de protocolo, lo único que sanaba en ese momento no era la “pinche sana distancia”, sino el caluroso abrazo de amor, libre de todo miedo. Inclusive los más ortodoxos se rebelaron al miedo a la muerte por el contagio, para simplemente abrazarse, decirse lo mucho que lo sentían y llorar juntos esta pérdida. Era todo un acto mágico de amor, donde se mezclaba la valentía, la rebeldía y la confianza en que eso es lo que en verdad nos hace seres humanos: el amor incondicional, el cariño, la empatía, las palabras de aliento, los abrazos de fortaleza, la mirada fraterna y contenedora.
El motivo de su muerte, no fue el COVID-19, sino una de las enfermedades que al día de hoy como sociedad no hemos logrado superar: la diabetes. Considerada por la OMS, como la segunda causa de muerte en México, poco más de cien mil muertes al año son causadas por dicha enfermedad y es necesario desterrarla de nuestro ADN.
Uno de sus últimos deseos para cuando muriera fue el que lo enterrásemos en la misma tumba de su madre, lo cual fue todo un acto revolucionario y parteaguas en el pueblo de Santo Tomás Chautla, ya que por tradición las mujeres se entierran en el lado derecho y los hombres de lado izquierdo. Y él, por buscar el cobijo de su madre eligió darse sepultura con ella, siendo el primer hombre en romper la tradición y una vez terminado el acto, la lluvia lloró granizos y todos sentimos como su alma estaba más cerca de su amada madre.
Siempre honraremos y amaremos tu ejemplo, enseñanzas y legado. Buen camino al Mictlán y hermoso reencuentro con los ancestros.