Hasta hace pocos años formaba parte del paisaje urbano en el centro de la ciudad de Veracruz, con su instrumento de percusión y su silbido con el que se complementaba. Hasta que los años se le vinieron encima.
Vicente Balcázar Carreño era un músico ambulante que recorría a pie el centro de la ciudad de Veracruz.
A la distancia sonaban las percusiones de su instrumento y los silbidos.
Lo mismo en alrededores del Zócalo y los Portales de Lerdo que en la zona de mercados, entre el ambulantaje y la informalidad, a lo lejos se distinguía el tam tam de su percusión y su característico silbato.
Con eso bastaba para poner el ambiente festivo a una reunión.
A lo lejos se escuchaba su ritmo y se sabía que era él.
Y al acercarse sobresalía su silueta de baja estatura, capaz de poner a bailar al más renuente.
Hoy ya es raro verlo deambular por el centro histórico de Veracruz, se le dificulta caminar y ya no lleva su instrumento de percusión; lo que sí trae es un güiro, y nada más.
"Ahorita he estado enfermo, me operaron de la hernia, de otra hernia. Me mandaron operar hace unos meses y ahí estoy”.
"Aquí traigo éste para cuando me agarra el dolor, me tomo una cada 6 horas. A veces ando arriba y abajo, ando en los camiones arriba y abajo por todos lados, pero hay alguna tocada y me buscan”.
"Ahorita me preguntan de alguna canción para las madres. Ya tengo 64 años. Yo vivo solo aquí, pero mi hija vive en Las Granjas".
Y si se pone mal se toma su pastilla para seguir en busca de recursos para sobrevivir.
"El dolor se me quita con una pastilla, nada más ahorita", señala Vicente, cuyo paso ya es más pesado y lento que antes”.
Y el güiro ni remotamente tiene la misma sonoridad que las congas.
/lmr
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