La Organización Mundial de la Salud define a la rabia humana como una zoonosis —enfermedad de los animales transmitida a personas por contagio directo con el animal enfermo—, que provoca encefalitis aguda y progresiva. Puede manifestarse de forma furiosa o paralítica. La fase neurológica cursa con lapsos de lucidez y delirio, respiración rápida, parálisis de nervios craneales, músculo-cardiacos y respiratorios.
Según datos de la OMS, este virus se encuentra distribuido en todos los continentes, con excepción de la Antártida, y su letalidad es prácticamente del 100 por ciento.
Anualmente la rabia ocasiona más de 60 mil defunciones a nivel mundial, el 95 por ciento se concentra en Asia y África, y la mayor transmisión, de hasta 99 por ciento, se da por perros infectados que agreden a humanos.
Aunque en América, el Programa de Eliminación de la Rabia Humana transmitida por perros, disminuyó la incidencia a dos casos notificados en 2020.
Sin embargo, en los últimos años la rabia transmitida por mamíferos selváticos se ha incrementado, siendo el transmisor más frecuente el murciélago hematófago (Desmodus rotundus).
La OMS cataloga como rabia urbana cuando el virus se transmite por perros y gatos, y rabia selvática en casos de contagio por muerciélagos (quirópteros), coyotes, zorros, zorrillos, mapaches y otros mamíferos. Las vacas, cabras, ovinos, cerdos, caballos, burros, entre otros, son susceptibles a esta enfermedad y pueden transmitirla por contacto con el ser humano.
Lamentablemente no existe tratamiento específico para la rabia, ante riesgo grave de exposición, se recomienda aplicación de vacuna antirrábica humana e inmunoglobulina antirrábica. En caso de ser leve, solo la vacuna antirrábica humana, alertaron autoridades de salud.
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