Su caminar es lento, apoyado por unas muletas que son parte de la secuela de un accidente sufrido en 2019, don Domingo como dice llamarse, camina de manera parsimoniosa, paso a paso. De cada muleta cuelgan entre 3 y cuatro bolsas donde lleva al parecer trapos, comida y quien sabe que más.
Al parecer, padece de alguna problemática de salud vinculada con la circulación, pues el grueso de sus tobillos vendados así lo delatan, las puntas de sus muletas están “forradas” de trapos. Camina encorvado con una joroba que le resalta a sus 89 años de edad, pues asegura nació en 1932.
En 2019 fue atropellado pero la libró ante el auxilio de la Cruz Roja. Don Domingo se mueve entre la avenida Díaz Mirón y la avenida González Pagés, entre las calles de Alacio Pérez y Paso y Troncoso; es conocido e identificado por los comerciantes del rumbo que le apoyan con comida y ropa de vez en vez.
A pesar de que no impone por su corta estatura, su mirada es pesada, pero cuando platicas con él, descubres que es todo lo contrario a lo que proyecta su semblante, lúcido, abierto, sociable y algo platicador. “Puedes hablarme las veces que quieras, y hacerme preguntas pero sólo dame una coca fría”, externa el octogenario indigente quien a veces a eso entra al Oxxo, a comprar una coca.
Sobreviviente
Don domingo y sus casi 9 décadas encima han sobrevivido tanto a la cuarentena como al Covid, sin medicamentos que tomar, sin una buena alimentación, con un consumo constante de azúcares como los refrescos de cola, sin traer cubrebocas, sin hábitos cotidianos de limpieza, viviendo y durmiendo en la calle, sin tomar ni comer alimentos o complementos alimenticios que propicien a fortalecer su sistema inmunológico, sin ponerse gel antibacterial a cada hora, y con el roce constante con la gente en su andar, el hombre es la antítesis de la teoría del contagio, dando fuerza a aquella creencia de que los indigentes por su constante contacto con bacterias desarrollan anticuerpos.
Paradójicamente don Domingo vive en la calle de Iturbide entre Díaz Mirón y González Pagés, a unos pasos de un templo que tiene el lema: “Pare de Sufrir”.
Algunas personas del rumbo, aseguran que el puesto que está ahí donde pernocta, es de unos familiares suyos, pero en el momento de la visita no estaba abierto.
No importa si hay frío o calor, él siempre trae manga larga, en cada traslado, se detiene de vez en vez, no suele pedir monedas pero cuando se detiene, se las dan por su vivir en situación en calle, los que no lo conocen ni lo voltean a ver, los que sí, pasan y lo saludan con ánimo.
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