En una colonia al poniente del puerto de Veracruz, donde el abandono de la desarrolladora GEO dejó fantasma un complejo habitacional, viven las mujeres de Sotavento.
Ellas lo perdieron todo. Se quedaron con nada, sin un techo bajo el cual dormir.
En su peregrinar convivieron con víboras, tarántulas y alacranes, pero decidieron exterminarlos porque a falta de servicios sanitarios, de noche en pleno monte cuando ellas estaban a oscuras en lo suyo, las atacaban.
Entonces ellas marcaron su territorio y adiós víboras, tarántulas y alacranes.
Son las mujeres de Sotavento, pero no las del Papaloapan, sino las de Mata de Pita, donde se ubica el conjunto habitacional Hacienda Sotavento, a un costado del Aeropuerto Heriberto Jara Corona, de Veracruz.
Cada una con su carga de historias al hombro enfrentó su difícil destino: viudez, falta de dinero, personas que mantener y ningún techo donde refugiarse.
No se asumen como invasoras, sino como usuarias de un pequeño espacio por el que están dispuestas a pagar, aunque en abonos chiquitos porque su situación es precaria en grado superlativo.
Vivir entre reptiles y arañas
Porfiria Herrera Soto se vio un día en una encrucijada con un salario ínfimo insuficiente para poder pagar el imparable costo de la renta, que terminó por rebasarla y la acorraló.
Y entonces tomó una de las decisiones más difíciles de su vida: dejar la vivienda y emigrar… sin destino.
“En la desesperación dije ‘¿y ahora qué hago?, por no tener condiciones para pagarme un cuarto, porque era un cuarto en el que yo pagaba muchísimo. Empecé a buscar en dónde llevar a mi familia, a mi mamá que es de la tercera edad.
“Platicando con personas me dicen que en Hacienda Sotavento hay viviendas abandonadas que nadie usa, pero es jugarse porque están en muy malas condiciones. Y como no quedaba de otra, agarré y me vine así. Aquí eran cajones, estaba enmontado, eran nidos de víboras, nidos de tarántulas, alacranes; de hecho, algunas personas fueron picadas. Con el paso del tiempo dije, no teníamos nada”.
- ¿Y cómo le hacían con los servicios sanitarios?
“No teníamos ni agua ni servicios sanitarios: ahora sí que, con perdón de la palabra, ir hasta allá atrás, hasta el monte, porque no teníamos nada. Pero no había de otra, ¿qué hacíamos? No tenían ventanas, no había puertas, yo puse plásticos porque no tenía para comprar una puerta”, recuerda Porfiria.
Son casi 80 familias en la misma situación, que ocuparon viviendas deshabitadas y se asentaron ahí, hasta el fondo, pero se dicen dispuestas a pagar, por supuesto en facilidades.
En la medida de sus posibilidades las han acondicionado y entre todas se acompañan y se apoyan. Han obtenido agua y los habitantes de la unidad habitacional no las molestan.
Enviudar y no tener dónde vivir
Rosa María Selimundo llegó en el año 2017 con personas a las que tenía que mantener.
“Mi esposo falleció y me quedé con 3 hijas. Pagaba renta. Al fallecer él, se me complicó bastante y no había seguro, no había indemnización, no había nada. Buscando una renta económica me dijeron que de este lado había unas rentas muy económicas y dije ‘vamos a darnos a la tarea de buscar’, y cuando vi aquí me dijeron ‘métase’. Ya había algunos habitantes.
“Vi que estaba riesgoso porque no había ventanas ni puertas, estaba todo enmontado, en ruinas. Me dio bastante miedo, pero ahora sí que la necesidad como dicen: tiene cara de perro”, recuerda Rosy,
Ella, al igual que otras mujeres que encontraron en este lugar una solución a sus problemas, está dispuesta a entrar en un programa de regularización para pagar la casa en facilidades.
“Es lo que andamos buscando, ya que es una incertidumbre en la que uno vive, que si piensas hacerle algo a la vivienda tengas el temor de que al rato vengan. Ésa es la intención, hacer un convenio de acuerdo con nuestras posibilidades, pero no nos negamos jamás ni yo ni nadie de aquí: estamos convencidos de ello y lo hemos platicado. Son 78 casas, todos somos equipo y nos unimos. Aquí entre todos nos cuidamos mucho”, afirma.
Esperanza de un patrimonio
Tanto Matilde Bueno como Marta Cazarín Reyes tienen la esperanza de hallar una solución a la incertidumbre jurídica que enfrentan respecto de su ocupación en esos espacios.
“Yo llegué igual que los demás. No tenía dinero y por mi edad ya no me contratan en ningún trabajo, pero sí se puede pagar como una renta. Yo vivo aquí con mi hija y con mi marido que está también enfermo”, señala Matilde.
En tanto, Marta Cazarín Reyes también busca dejar de ser invasora y convertirse en propietaria, aunque carece de recursos. Pero deja en claro que sí quiere comprar el espacio.
“Yo llegué igual que ellas, somos vecinas y busco el mismo beneficio: que me vendan mi casita en facilidades de pago y de acuerdo a lo que valga el departamentito; porque vea cómo está, que sea algo razonable”, propone Marta.
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