Griss, de 37 años, es maestra de escuela pública, y hace 7 meses vivió una de las peores experiencias de su vida andando sola en la zona de Tejería. Una noche, alrededor de las ocho, esperando el camión y a unos pasos de un módulo de policía abandonado, cerca del IMSS; un hombre la tomó del cabello, la introdujo a la caseta de la parada y le empezó a hacer preguntas, cuando parecía que iba a abusar de ella, el camión se detuvo en el lugar y por instinto se zafó del hombre y subió al camión.
“Yo pensé que me iba a pasar lo peor, el jalón de cabello que me dio fue tan fuerte y el movimiento que hice para zafarme también fue tan fuerte, que tuve dolor de espalda y nuca durante una semana; cuando estaba en el camión me solté a llorar; la gente se me quedó viendo”.
Desde entonces, Griss ya no usa cabello suelto, si sale a la calle sola y evita traer audífonos.
“En cuanto a las rutas, las he cambiado, aunque camine más evito transitar por callejones y calles poco iluminadas” concluye.
Cuenta que a mediados de marzo, esperando el camión, un hombre de unos 40 años le hizo plática, pero ella fue escueta en sus respuestas, pues estaban solos los dos alrededor de las 6:00 de la tarde, el autobús pasó, se subieron los dos y el hombre se sentó atrás de ella, cuando bajó, él la siguió hasta Plaza Américas, al ver que a Griss la esperaba otro varón, el sujeto se fue de largo e incluso le dijo buenas tardes al otro hombre.
Comenta que también ya no usa tacones y si es necesario usarlos, carga consigo zapatos sin tacones para andar en la calle.
Sin rango de edad
Wendy de 19 años, se iba sola del campus Mocambo a su casa, desde las agresiones sucedidas en la ciudad, sus padres van por ella, pues cuando sale, con el cambio de horario, ya es de noche. La joven dice conocer casos de compañeras o amigas a las que las han seguido hombres hasta sus casas.
Alondra de 20 años no es del puerto y también estudia en la Universidad Veracruzana, trata de andar acompañada cada que va a las plazas, ya sea con compañeros o amigas, de día o de noche. También ha cambiado sus rutas. La inseguridad que hoy vive la zona conurbada ha obligado a ella y a su compañera de pensión, esperarse a que la otra termine sus clases para irse juntas, está casi prohibido irse solas.
Nora, de 22 años sale de su trabajo a las 9:00 de la noche, la situación de inseguridad la tiene con cierto temor y la mantiene alerta cuando va por la calle, voltea a todos lados y observa a todo aquel varón cerca de ella. Una de las costumbres que ha cambiado es no usar más el taxi, prefiere irse en camión porque considera que es más seguro.
Al igual que Griss, cuando sale a la calle se recoge el cabello. “Ves todo lo que ha pasado en los últimos meses y ya no puedes caminar en la calle tranquilamente, al menos yo si salgo trato de ir acompañada”.
Lety, de 46 años trabaja en una plaza, cambia de vez en vez su ruta para tomar el camión, trata de irse por donde haya ruido, gente, autos, pues a las 9:00 de la noche que sale, la calle por donde le queda más corto llegar a la parada del autobús, está muy solo; prefiere caminar más, que arriesgarse.
“Cuando salgo muy cansada y no quiero caminar más, me voy por ahí, pero me encomiendo a Dios y que él decida que pase”, comenta.
Prevención
Los sucesos han hecho que muchas porteñas tomen medidas preventivas y se hagan de algún dispositivo de defensa personal, algunas traen bastones en la mano por la noche, otras cuelgan en sus cuellos silbatos, otras más cuando van para su casa o andan en la calle traen plumas o llaves en las manos para asestar un buen puñetazo.
En algunas colonias, se pueden ver señoras con palos de escoba en mano a la hora de dejar en la parada del camión a sus hijas o hijos antes de las 7:00 de la mañana.
De nuestras entrevistadas, solo 4 usan algún dispositivo de alerta o de defensa: Griss se coloca anillos de piedras grandes en las manos por si tiene que dar un golpe; en el caso de Nora, su teléfono trae por fabricación una aplicación en la que toca tres veces un botón y manda una alerta a 3 contactos de su directorio telefónico. Una de las estudiantes de la UV lleva en su móvil la app “Mujer Alerta Veracruz”.
Caro, de 36 años, traía desde hace mucho un gas lacrimógeno en su auto, y por si lo necesitaba el bastón de aseguramiento del volante, pero un día, le abrieron el auto y se llevaron los dos artefactos. “Después de eso traigo un martillo en mi puerta, en lo que me compro otra vez el gas”.
Marse, de 40 años es bailarina, llegó a utilizar gas pimienta, hoy se cuelga un silbato en su cuello cada que sale a la calle, “uso el silbato como forma de seguridad, no como un elemento contundente (en cuanto a fuerza) sino como aquello que alerte a la gente”.
Marse ha vivido 3 experiencias de acoso, una siendo una adolescente en presencia de su madre, otra estando en la universidad y otra con un conocido taxista de su familia.
Ventas a la alza
La situación ha hecho que, en los comercios dedicados a vender artículos para defensa personal, las ventas se disparen y sean precisamente las mujeres las clientes más asiduas en las últimas fechas.
En un pequeño sondeo realizado a tres comercios de este giro, ubicados en la zona Centro de Veracruz, se logró saber que desde hace casi 5 meses, la incidencia de mujeres comprando es considerable.
“Antes llegaban tres mujeres a la semana a comprar, ahora llegan de 5 a 6 damas de todas las edades, han llegado chavas de secundaria, universitarias, maestras y señoras o madres jóvenes”, comentó la empleada de un local cerca del Museo Naval.
Una trabajadora de otro local dijo que incluso llegan novios, padres, hermanos o hijos a comprar dispositivos de defensa personal para sus novias o familiares.
El artefacto que más compran las mujeres es el taser chico, y no precisamente por su precio, sino su practicidad a la hora de usarlo y por discreto al andar en la calle.
El segundo artefacto más pedido es el gas pimienta portátil.
El temor las encierra
La inseguridad y la casi nula respuesta de las autoridades que debieran velar por la tranquilidad de los ciudadanos, así como la falta de patrullaje y prevención por parte de los mismos, han hecho que las mujeres de la conurbación ya no crean mucho en los cuerpos de seguridad y por ende, el miedo les ha inhibido su vida social, las ha “encerrado” en sus casas o trabajos.
Griss, Wendy, Alondra y Nora, debido a los casos que se saben de desaparición forzada y violaciones urbanas, tratan de no salir mucho a la calle, de la casa al trabajo o a la escuela y viceversa. Su vida social se ha limitado: entre menos tiempo en calle más tranquilidad para ellas, la vida nocturna ya no es viable.
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