Falleció en la Ciudad de México, el 16 de febrero de 1977.
Pellicer fue escritor, poeta, museógrafo y político mexicano.
De acuerdo a su biografía, su padre, don Carlos Pellicer Marchena (esta manía mexicana de poner al hijo el mismo nombre del padre, lo cual con el paso del tiempo genera muchos problemas) era farmacéutico.
Cierro los ojos e imagino a este señor boticario como a todos los de ese inicio de siglo de 1900. Ellos eran farmacéuticos que recetaban y la mayoría de las veces tenían mejor ojo clínico que muchos médicos (bueno, eso me contaba la gente). Cuando fui niño, en la casa que habitábamos trabajaba una señora llamada doña Chabela que siempre que se sentía enferma iba a una farmacia que se encontraba en la calle de Ocampo y el callejón de Nacozari.
Doña Chabela decía:“el señor que está en el mostrador, da muy buena medicina”. Ella se iba desde muy temprano porque las personas enfermas eran tantas que hacían fila para ser diagnosticados.
La mamá de don Carlos Pellicer Cámara, doña Deifilia, fue quien le enseñó las primeras letras, a leer versos (que era lo habitual en aquellos años) y despertó en él una preocupación social.
El maestro Pellicer nos dice: “A los once años escribí los primeros versos y fueron inspirados por el sacrificio de nuestro libertador don Miguel Hidalgo. Tres años después descubrí el paisaje y también hice unos versos”. Y agrega “La alegría del idioma ha hecho de mí un poeta que ama su oficio, su arte y la suntuosidad, porque en mi sangre hay noches mayas y días mediterráneos”.
Estas frases me hacen pensar en las personas que tienen la necesidad de escribir y desde muy jóvenes sienten esta especie de ansiedad por hacerlo (mi hija, desde los once años, escribe relatos y cada vez que la veo muy concentrada en sus borradores, recuerdo a mi madre a quien muchas tardes vi concentrada en esa misma tarea). Así, me imagino al maestro Pellicer.
Doña Claudia Santiago, abuelita de mi esposa, me contó que en la ciudad de Jáltipan (donde ella vive), su esposo, el maestro Job Hernández fundó una secundaria en el patio de la casa (ésta tiene un terreno enorme).
Doña Claudita (como la llamamos en familia) me dijo -la escuela se llamó “Carlos Pellicer”- a lo que yo con mucha sorpresa pregunté - ¿Cómo el poeta tabasqueño?- Ella me miró a los ojos y dijo – Sí. Como el poeta. Y sabe usted algo don César (así me llama ella) el maestro vino a la inauguración-.
Se me hizo increíble estar en un lugar histórico, que había sido visitado por Pellicer cuando ya era muy famoso. Doña Claudia continuó – era chaparrito, flaquito, peloncito y güerito - solo pude agregar –que honor que el poeta haya venido-.
Doña Claudia miró hacía los cuartos que después supe albergaron la escuela y entrecerrando los ojos comentó –era muy sencillo y callado aunque no se hizo del rogar cuando le pedimos que nos dijera algunos de sus poemas – y sonriendo doña Claudia agregó – y fueron varios, solo paró cuando comenzamos a servir la comida.
Un muy buen amigo tabasqueño, me platicó que conoció a Pellicer, la descripción física coincide totalmente aunque agregó que el poeta tenía frenillo, y le costaba trabajo pronunciar la erre.
Estas son de las pocas veces que siento envidia (de la buena como dicen los jóvenes) porque me hubiera gustado mucho haber conocido a este personaje, don Carlos Pellicer Cámara.
“Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,
agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.”
Del bello poema “Horas de junio”, escrito por el maestro, don Carlos Pellicer.
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