La primera vez que Daniela fue tratada sexualmente no sabía a dónde iba ni para qué. Las piernas le temblaban cuando bajó de una camioneta en medio del calor desértico de un pueblo en Tamaulipas, en la frontera entre México y Estados Unidos. Sólo sabía que, si se quitaba la venda de los ojos, sería ejecutada.
Después de entrar a una mansión, de quitarse la venda, y pasar por docenas de hombres armados, pudo ver a otras jóvenes como ella: agonizando, balbuceando con saliva y sangre, sostenidas solamente por cadenas.
Los hombres alrededor de ellas, de acuerdo a Excélsior, sonríen, las violan, las golpean, y se tocan los genitales. Daniela, para evitar llorar, enfoca su mente en un altar y unas velas, ignorando la sangre del piso que emana un olor a hierro.
“Porque esos clientes son buenos y pagaron mucho dinero”, le contestó un hombre armado cuando Daniela preguntó por qué hacían lo que hacían.
Ese es el objetivo por el que ella, como las demás esclavas sexuales, está secuestrada por un grupo de crimen organizado: el Cártel del Golfo. En total, Daniela acumuló más de siete años secuestrada en una de las redes más violentas de explotación sexual.
Cuando escapó, relató a la Unidad Especializada en Investigación de Tráfico de Menores, Personas y Órganos en México que a las víctimas de trata de personas les colocan chips para rastrear sus movimientos y no dejar que escapen, cómo se deshacen los narcos de los cuerpos, que existen clientes que pagan por torturar, y que casi nadie escapa.
El caso de Daniela es considerado uno imposible: escapó después de haber estado secuestrada por aproximadamente 90 meses por dos cárteles en la región más violenta del país.
“Yo calculaba que tenía varios años secuestrada, pensé en cuatro, cinco...” relató Daniela a VICE News. “Cuando me rescataron y las autoridades me dijeron el tiempo, sentí como si el mundo me cayera encima”.
“Yo no estuve en una casa de seguridad, como se guardan a los secuestrados. Cuando es trata de personas, es diferente porque no hay rescate, ellos quieren que tu familia piense que estás muerta para que no te busquen. No te guardan, te ponen a trabajar, te sacan a la calle, a los bares, a los tabledance. Parece que eres una mujer libre, pero no lo eres”.
A veces se enteraba del mes en el que vivía porque salía en la conversación cuando estaba con algún cliente. Contó que primero fue explotada por Los Zetas y después por el Cártel del Golfo, y que durante todos esos años vio a gente morir de formas espantosas. "Nadie se imagina lo que tuve que ver”, relató.
Los narcotraficantes mexicanos sabían el punto débil de Daniela y la engañaron: la pobreza. Entre deudas y préstamos, no pudo rechazar la oferta de dinero que le hicieron a ella y a otras 15 mujeres en la frontera de Nicaragua y Honduras. Era el 2008 y tenía veintitantos y una figura esbelta. Hoy ha ganado peso, tiene medio rostro paralizado por los golpes que recibió, cicatrices, y un ojo desviado.
Fue llevada a México despojada de sus identificaciones. En las fronteras de los países tenían que decir que se dirigían a una excursión turística en Chiapas. Entregó las direcciones de amigos y familiares: si decidía huir, irían a torturarlos y hasta matarlos.
La iniciación de Daniela fue la obligación de realizar servicios sexuales durante 15 días. Si los clientes se quejaban de su inexperiencia la golpeaban. Después, a todas las mujeres en la camioneta las repartieron, como paquetes, en diferentes entidades federativas del país.
Daniela fue la última en llegar a su destino: Nuevo Laredo, Tamaulipas. Ahí conoció a Toñito, un niño de 12 años que se convirtió en su hermano menor, y perdió la noción del tiempo.
Fueron obligados a trabajar en El Danash, un tabledance controlado por Los Zetas donde ella era bailarina y edecán y él mozo, mensajero, halcón y DJ. Ambos debían tener sexo con clientes cuando se les ordenaba y ambos vivían en casas de seguridad, de las cuales solamente salían para trabajar en el tabledance o en casas u hoteles.
A Daniela la buscó su familia en Nicaragua durante un par de años antes de ser impedidos por el tiempo y el dinero. Antes de resignarse fueron a la televisión local y pegaron carteles en las calles con su rostro.
Los narcotraficantes les quemaban las piernas, les quitaban la comida, los azotaban, y les daban bofetadas si se quejaban, si lloraban, o si se negaban. Los Zetas mataron a Toñito después de que Daniela se rehusó a asesinarlo y él a ella. Por su frágil salud ya no podía ser sexoservidor y, por lo tanto, era considerado como inservible.
En la trata de personas, las víctimas con más años secuestradas tienen menos ingresos y oportunidades por servicios sexuales que las nuevas víctimas, por lo cual se convierten en desechables: halcones, pasadoras de droga, sicarias, cobradoras de extorsión, entre otros.
Daniela contó a VICE News que el “más malo, el peor de todos” era Salvador Martínez Escobedo, ‘La Ardilla’, quien ordenó la matanza de 72 migrantes centroamericanos en Tamaulipas en 2010. Además, fue testigo de la ruptura de Los Zetas con el Cártel del Golfo: se salvó porque uno de sus captores la obligó a ser su amante.
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