A veces, el impulso de escapar de la rutina no requiere de vuelos largos ni de planificaciones complicadas. Bastan unos pocos kilómetros para encontrarse frente a escenarios donde el tiempo parece transcurrir de otra manera. Desde la Ciudad de México, las opciones de playa, aunque no tan inmediatas como en otras regiones, ofrecen alternativas que combinan la frescura del mar con el encanto de caminos que invitan a ser recorridos.
El simple hecho de emprender el viaje en auto suma una dimensión distinta a la experiencia. No es lo mismo llegar que viajar. Cada curva, cada tramo de carretera, cada pequeño poblado atravesado contribuyen a construir la memoria de la escapada.
La renta de autos permite detenerse en playas casi desiertas o explorar pequeños pueblos pesqueros cercanos sin depender de transportes fijos, convirtiendo el viaje en una experiencia mucho más personal.
Ubicado en el estado de Veracruz, Tecolutla es uno de esos destinos que sorprenden precisamente porque no buscan hacerlo. A unos 320 kilómetros de la capital, el trayecto puede realizarse en aproximadamente cuatro horas y media, siguiendo principalmente la autopista México-Puebla y luego el ramal hacia Poza Rica.
El ambiente en Tecolutla es relajado, casi de otro tiempo. Las playas son amplias, de arena suave y mar tranquilo, ideales para largas caminatas, juegos en familia o simplemente descansar bajo la sombra de una palapa mientras el sonido del oleaje marca el ritmo del día.
Uno de los grandes atractivos de la zona son los paseos en lancha por los manglares, donde se puede observar una biodiversidad sorprendente en un ecosistema que combina agua dulce y salada en un mismo abrazo natural.
El pueblo en sí ofrece una experiencia sin pretensiones: mercados locales, heladerías artesanales y restaurantes donde los pescados y mariscos frescos son los protagonistas indiscutidos.
Siguiendo un poco más al norte, se despliega Costa Esmeralda, una franja de más de 20 kilómetros de playas que conserva un aire de discreción difícil de encontrar en otros puntos turísticos. La distancia desde la Ciudad de México ronda los 350 kilómetros, lo que se traduce en unas cinco horas de viaje en condiciones normales.
La particularidad de Costa Esmeralda no solo reside en su extensión, sino en su atmósfera. Aquí, el visitante tiene la sensación de que la playa le pertenece. Hoteles de bajo perfil, bungalows sencillos y restaurantes familiares crean un entorno perfecto para quienes buscan una desconexión real.
El mar, en tonos que varían entre el verde y el azul según la hora del día, suele ser tranquilo, apto para nadar o simplemente flotar dejándose llevar. Además, la cercanía a zonas naturales como el río Filobobos abre la posibilidad de combinar playa con actividades como rafting o senderismo.
La renta de autos CDMX facilita mucho este tipo de viajes combinados, permitiendo no solo llegar al destino principal, sino también improvisar desvíos y escapadas espontáneas hacia lugares menos conocidos.
Aunque su perfil ha crecido en los últimos años, Tuxpan mantiene un equilibrio entre tradición y modernidad que lo hace atractivo para distintos tipos de viajeros. Desde CDMX, el trayecto hasta aquí es de aproximadamente 290 kilómetros, lo que representa unas cuatro horas de carretera, mayormente por autopistas bien mantenidas.
El malecón, renovado y lleno de vida, es ideal para pasear al atardecer, mientras que las playas, más urbanizadas que en Costa Esmeralda pero igualmente agradables, permiten combinar el descanso con opciones de entretenimiento más variadas. Además, Tuxpan funciona como una excelente base para explorar zonas como Tamiahua, famosa por sus lagunas, o Cazones, donde todavía se respira un ambiente casi virgen.
Para quienes buscan playas donde el turismo aún no haya dejado su huella profunda, Barra de Cazones se presenta como una opción fascinante. Situado a poco más de 300 kilómetros de la Ciudad de México, este pequeño poblado combina playas tranquilas, manglares y una vida marina rica, especialmente reconocida por la presencia de tortugas.
El acceso no es tan directo como a otros destinos, lo cual contribuye a preservar su esencia. Sin embargo, esa misma "dificultad" hace que quienes llegan hasta aquí encuentren un entorno genuino, donde la hospitalidad de sus habitantes y la belleza natural compiten amablemente por conquistar al visitante.
Cada playa cercana a la Ciudad de México guarda en su arena y en su brisa una historia distinta. Algunas invitan al descanso absoluto; otras sugieren aventuras imprevistas; todas, sin excepción, ofrecen la posibilidad de mirar el horizonte y recordar que, a veces, la mejor distancia es aquella que no se mide solo en kilómetros, sino en la transformación que produce en quien se atreve a recorrerla.
Más allá de la arena y el agua, hay un cambio de ritmo, una resignificación del tiempo que empieza, muchas veces, mucho antes de tocar la orilla.
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