Digamos que estás frente a una herramienta de IA. Tal vez se llama ChatGPT. O Gemini. O cualquier otro nombre. Tecleas una pregunta, esperas una respuesta. Hasta ahí, todo bien. Pero no todo se vale.
Aunque parezcan saberlo todo, hay cosas que nunca deberías consultarles, y no porque no puedan contestar (aunque muchas veces no lo harán), sino porque preguntar ya es un problema en sí mismo.
Aquí van seis tipos de datos que deberías mantener lejos del alcance de cualquier inteligencia artificial. Por precaución. Por ética. Por sentido común.
¿Tu dirección? ¿El CURP de tu primo? ¿La cuenta bancaria de tu ex? No. Bajo ningún motivo.
Nadie te lo va a decir mejor: los modelos de IA no están para guardar ni procesar ese tipo de información. Y aunque no lo almacenen, al ingresarla ya la estás compartiendo. ¿Con quién? Buena pregunta. Podría terminar en los registros del sistema, visible para auditores, usada en entrenamientos futuros, o quién sabe.
Y peor si no son tuyos. Pedir datos personales de otra persona, sin su consentimiento, puede meterte en líos más serios de los que imaginas. Hablamos de violar leyes de privacidad. No exageramos.
¿Revisar el WhatsApp de otra persona? ¿Ver sus correos? ¿Entrar a sus redes sin permiso? Ni lo sueñes.
Ese tipo de consultas están diseñadas para ser rechazadas. Pero más allá de que no obtendrás respuesta, estás dejando un rastro que puede ser comprometedor. Hay un archivo de cada interacción. Si las autoridades llegan a investigar, ahí estará.
Además, ¿de verdad crees que una IA fue hecha para eso? No lo fue. Es ilegal. Es invasivo. Y es peligroso.
Pedirle a una IA que escriba un discurso de odio, un chiste machista, o que justifique una agresión, es algo que la mayoría de los sistemas modernos no toleran.
Por diseño, por ética, por obligación. Y por sentido de humanidad, también. Estas plataformas aprenden de los usuarios. Si quienes las alimentan lo hacen con violencia, la IA podría normalizarla.
No se trata solo de lo que responden. Se trata de lo que fomentan. Lo que tú decides pedir, también importa.
Fabricar drogas. Clonar tarjetas. Hackear correos. Saltarse un sistema de seguridad. ¿Te suena a película? Pues también te puede sonar a investigación judicial si insistes demasiado.
Las IAs modernas detectan este tipo de preguntas. Las bloquean. Las reportan.
Y además no te van a ayudar. Porque no tienen (ni deben tener) acceso a ese tipo de procedimientos. Lo más que conseguirás será una advertencia... o una revisión de tu cuenta.
Te sientes raro, con síntomas poco claros. O tienes dudas sobre qué hacer con tus ahorros. ¿Le preguntas a la IA? Error común. Y potencialmente grave.
Estas herramientas no son médicos ni asesores financieros certificados. Pueden ofrecer datos generales, claro, pero no análisis personalizados. Si confías demasiado en lo que te dice un modelo automatizado, podrías tomar una mala decisión. De salud o de dinero.
"¿Me voy a casar este año?" "¿Quién ganará las elecciones?" "¿Qué siente por mí?"
Una IA no tiene bola de cristal. No tiene emociones. No tiene intuición. Lo que conteste será puro cálculo estadístico, sacado de patrones pasados. Nada más.
A veces, lo dirá de forma bonita. O convincente. Pero no deja de ser una respuesta hueca. No le pongas el peso de tu vida a algo que no vive.
Las IA pueden ayudarte a escribir un correo, a entender un concepto, a planear una comida. Lo hacen bien. Pero tienen límites. Y tú también deberías tenerlos cuando las usas.
Lo que preguntas, importa. Lo que compartes, se queda. Lo que esperas de ellas, debe ser razonable. Porque una herramienta es tan útil como quien la usa.
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