El viernes 5 de enero, un panel del fuselaje de un avión Boeing de Alaska Airlines explotó tan sólo siete minutos después del despegue de la pista de Portland, Oregón.
El hueco resultante provocó la rápida pérdida de presión dentro de la cabina y como resultado parte de la ropa de un niño fue arrancada y las máscaras de oxígeno fueron desplegadas.
Pese al acuciante desperfecto, los pilotos realizaron una maniobra de emergencia para aterrizar lo más pronto posible y, de milagro, ninguno de los 171 pasajeros ni tripulación, resultaron heridos.
Unas cuantas horas después del incidente, Alaska Airlines anunció la paralización de toda su flota de 65 aviones Max 9 para someterlos a una escrupulosa investigación.
Este sábado, la aerolínea afirmó que todas las zonas afectadas de 18 de sus unidades fueron inspeccionadas y autorizadas para volver a transportar pasajeros.
La empresa fabricante, Boeing, es cuestionada respecto a la seguridad de su modelo más vendido por la Administración Federal de Aviación (FAA).
La dependencia gubernamental norteamericana exigió la inmovilización temporal de 171 aviones Boeing 737 Max a lo largo del mundo.
El reciente accidente podría terminar de hundir el nombre de la compañía, pues ya es la segunda vez que su línea Max se ve involucrada en accidentes con consecuencias fatales.
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