La polémica en torno al consumo de dióxido de cloro, ofrecido como presunto tratamiento contra el covid-19 pese a la falta de evidencias científicas, está creciendo en Bolivia. En algunas jurisdicciones, como la ciudad de Cochabamba, puede verse a muchos ciudadanos haciendo filas en farmacias para comprar el producto, desoyendo las advertencias realizadas por el Gobierno de facto de Jeanine Áñez.
"Tengo miedo. Tengo que intentarlo", señala Andrés Poma, un maestro de 34 años, citado por The Guardian. Aquel individuo es uno de los tantos bolivianos que no confían en la respuesta sanitaria del Estado: "¿Qué voy a hacer? ¿Esperar a morir en la puerta del hospital o en la puerta de mi casa?".
Al día siguiente, el Ministerio de Salud emitió una serie de aclaraciones, explicando las consecuencias adversas que esto puede ocasionar: "El dióxido de cloro es una sustancia utilizada como desinfectante de superficies y blanqueador de materiales orgánicos. Su ingesta tiene diversos efectos secundarios", subrayó el Comité Científico Nacional.
Entre ellos, se destacan: "Falla respiratoria, metahemoglobinemia, prolongación del espacio QT en el electrocardiograma, hipotensión causada por deshidratación, falla hepática aguda, anemia hemolítica, vómitos, diarrea severa y trastornos hidroelectrolíticos".
De hecho, se informó que al menos diez personas ya padecieron algún tipo de intoxicación o envenenamiento por consumir esta clase de compuestos químicos, como posible prevención contra el coronavirus.
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