En un planeta con una creciente urbanización, donde muchos niños crecen en la ciudad, alejados del “verde”, se hace cada vez más presente esa desconexión con la naturaleza.
Uno de los objetivos de la educación ambiental, tanto en niños como en adultos, es el de motivar acciones y cambios que favorezcan nuestra relación con el ambiente, pero es muy difícil pedirle a alguien que realice cambios en su vida cotidiana para proteger algo que conoce o que siente lejano. Mientras más distante nos parezca la problemática, más fácil será ignorarla.
Matiz apocalíptico
De acuerdo con el sitio web de EFE Verde, fue David Sobel el primero en acuñar el término ‘Ecofobia’. Profesor universitario estadounidense, es autor de ‘Beyond Ecophobia’ (Más allá de la Ecofobia), donde critica la situación psicológica en la que viven los niños de hoy, desconectados de la naturaleza más cercana y continuamente informados, a través de los medios y la tecnología, de las catástrofes medioambientales que están sucediendo.
Sobel utilizó el término ‘Ecofobia’ para referirse al miedo y la tendencia a huir que pueden suscitar la repetición reiterada de catástrofes planetarias en que a veces se convierte la información y la educación sobre temas ecológicos. Su propuesta, como la de muchos otros autores, es acercar a los niños a la naturaleza.
Para la psicóloga española Heike Freire, esta amenaza constante tiene un matiz apocalíptico. “Anuncia un fin del que nos sentimos culpables, pero sin ofrecernos ninguna alternativa, ninguna vía que nos permita actuar para evitarlo, aliviar el sufrimiento y sentirnos mejor”.
Para muchos, el cambio climático, la desaparición de las especies o los agujeros en la capa de ozono no son más que conceptos y datos abstractos que deben manejar para aprobar un examen o hacer un trabajo académico. “Y, entre los más ‘concienciados’, algunos se preguntan cómo van a poder salvar la Tierra, con lo mal que los adultos la estamos dejando”, subrayó la psicóloga.
Sensibilización
Entonces, ¿cuál es la mejor forma de educar futuros adultos comprometidos con el cuidado del ambiente? La mejor opción parece ser la sensibilización ambiental.
El objetivo de la sensibilización ambiental como herramienta previa a la educación ambiental es el de generar vínculos afectivos con la naturaleza. Esto es lo que, a la larga, despertará en las personas el deseo de actuar: se trata de motivar cambios desde lo positivo, no desde lo catastróficamente negativo.
Hoy, si quienes sentimos una vocación por la protección del ambiente hiciéramos memoria, seguramente recordaríamos experiencias positivas en la naturaleza durante nuestra niñez: vacaciones, excursiones, paseos o tardes de juego. Son esas experiencias las que funcionan como motor para involucrarnos en la tarea de detener la crisis ambiental de estos tiempos.
Consideraciones
¿Qué debemos tener en cuenta para trabajar la sensibilización ambiental? En primer lugar, hay que saber que esta herramienta no busca abordar problemáticas ambientales en concreto: su objetivo no es informar ni concientizar. Esto vendrá luego, una vez que se hayan fomentado las experiencias positivas que servirán de base para el vínculo con la naturaleza que queremos fomentar.
Por otro lado, la sensibilización busca generar experiencias sensoriales, que involucren a todos los sentidos. Imagina salidas de campo donde se preste atención a lo que oímos, lo que vemos, lo que podemos tocar y sentir. Así, podremos conectarnos realmente con lo que nos rodea.
Al hablar de programas de educación ambiental para los más pequeños, Sobel menciona una máxima clave: “nada de tragedias hasta los diez años”. Siguiendo por esa línea, divide a los niños según sus edades, para elegir mejor la metodología a usar:
- Desde los 3 a los 7 años, lo central es la empatía, la conexión emocional con la naturaleza: en lugar de hablar de especies en peligro, por ejemplo, podemos limitarnos a hablar y dar a conocer distintos animales para fomentar el vínculo con ellos.
- Entre los 7 y los 11 años surge la necesidad de exploración de la naturaleza, y es ahí donde es importante involucrarnos “físicamente” en ella. Se pueden priorizar actividades como excursiones, juegos al aire libre y actividades de huerta.
- Entre los 11 y los 14 años es donde se comienza con la acción social, pero con una premisa muy importante: es necesario limitarnos a problemáticas locales en donde los niños puedan ver cambios reales gracias a su actuar. ¡Nada de tragedias!
“Si queremos que los niños florezcan, se sean verdaderamente capacitados, permitámosles amar la tierra antes de pedirles que la salven”, dice Sobel. Con la educación ambiental tomando un rol cada vez más protagónico en nuestras sociedades, no olvidemos fomentar el amor por la naturaleza para educar a futuros adultos comprometidos con su cuidado.
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