Alberto Fuster fue un hombre divido entre dos continentes, dos ideologías, varias pasiones visuales y una energía sotaventina.
Nació en 1822 en la Perla del Papaloapan y muy joven en 1888, becado por el gobierno de Porfirio Díaz se fue a vivir a Italia.
En ese país no solo se formó como pintor, además se tornó en emisario de un simbolismo peculiar pues pasó largas temporadas en Roma, Venecia, Milán, Nápoles, pero sobre todo en Florencia donde fue cónsul honorario entre los años 1911 y 1914. Es también en esa bella ciudad donde estableció un centro de formación plástica, teniendo como alumno al reconocido pintor Gaeteano Bussalacchi.
En 1900 participó en la Gran Exposición de Bienvenida al siglo XX, realizada en París, la cual todos recordamos por la construcción en la afamada cité de la Torre Eiffel, y en cuyo marco Fuster recibe menciones honoríficas por su trabajo pictórico, presentado en el Salón de los Campos Elíseos.
Es en plena efervescencia revolucionaria, año de 1917 cuando el pintor tlacotalpeño regresa a ciudad de México a la Academia de San Carlos, espacio de constante exhibición de su obra, a ser maestro de la asignatura de Historia General y Patria y también a asistir el Taller de Dibujo al Desnudo, junto al gran pintor hidrocálido Saturnino Herrán, el pintor resaltó por su estilo.
Pero Alberto Fuster era un alma errante y vuelve a salir del país, y su obra vuelve a impregnarse de esos giros radicales generados en la cultura europea y mexicana.
Su mejor biógrafa Ana Sofía Lagunes nos indica tres ejes temáticos en la obra de Fuster: uno, fuerte tendencia al simbolismo, corriente opuesta a la naturaleza y sus fenómenos y dada a la espiritual e imaginario, dos; vuelta al mundo grecolatino y tres un marcado catolicismo, no exento de temas regionales.
Una de sus obra significativas se relaciona con un tema religiosa y particular, tres figuras, tres épocas parteaguas en la ideología cristiana: Luzbel, el Mesías crucificado y San Sebastián.
Con este tríptico en gran formato y su nombre Los Rebeldes, Fuster alcana una singular fuerza estética, además de repercusión en los espectadores: el sentido del bien y el mal en , en tornó a la reivindicación de Dios hecho hombre.
Fuster, el hombre de constantes búsquedas, en 1922 expone en el Metropolitam Academy of Arts con éxito, y dos años después este pintor, amigo de personajes como Venustiano Carranza, Teodoro A Dehesa, Benjamín Hill y Joaquín Cassáus, y una vez montada su última exposición en Austin Texas, decide quitarse la vida en 1922.
Misterio, pintura simbólica a ultranza, un añorado sentimiento de los aires de Tlacotalpan, al inmortalizar a las mujeres de su tierra, enteramente perceptible en el óleo la Abuela Vestida de Novia, rodean a este creador orgullo del estado y de México, pincel y razón de más para escudriñar los anales artísticos, encantos de nuestra historia.
Disfruta exposición Fuster en la Pinacoteca Diego Rivera en Xalapa, conjunto estético permanente en la Casa de Cultura de Tlacotalpan.
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