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Sé que me van a matar, alertaba Regina Martínez

Ciudad de México | 2021-04-28 |
Sé que me van a matar, alertaba Regina Martínez
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 En la semana de su homicidio Regina Martínez tenía una herida en una mano que no dejaba de sangrar; el constante estrés le causaba dolores de cabeza… Tenía días sin dormir. 

A finales de abril de 2012, sin saberlo, ella se despidió de sus padres en una comida. Sin embargo, ellos no pudieron darle el adiós ni en su funeral.

“Sé que me van a matar”, soltó Regina al familiar de un amigo después de pasar la noche en su casa, como le contaron a la periodista francesa y corresponsal de este semanario en París, Anne Marie Mergier. 

A sus cercanos, preocupados por 13 homicidios de periodistas, Martínez les decía que “no les tengo miedo” y seguía una retahíla de groserías.

La valentía de Regina contrastaba con sus 148 centímetros enfundados en unos lentes estilo Harry Potter, playera, chaleco café, pantalones de mezclilla y botas de montaña. Siempre traía su inconfundible bolsa de cuero cruzada sobre su pecho moreno. Su voz era fuerte.

Sin embargo, tenía años que no salía de noche y después dejó de hablar de los trabajos que hacía; siempre cerraba la puerta de su casa con el manojo de llaves que dejaba en la cerradura. 

Pionera en la investigación y la denuncia en la dictadura priista, Regina empezó en Chiapas y luego se fue a Veracruz

En el contexto de su labor periodística, el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador la conoció. Ella y Alberto Morales fueron los únicos reporteros que cubrieron el Éxodo por la Democracia en su paso por Veracruz, cuando nadie quería reportar sobre los inconformes. Durante 15 días tomaron café y platicaron.

Cuando Veracruz se calentó vía la represión, censura y asesinatos de periodistas, los amigos de Regina le ofrecieron su casa, como un esquema para protegerla, pero ella nunca aceptó. 

Lección en Chiapas

Era septiembre de 2009. Regina se presentó puntual a una entrevista para hablar sobre su despido en el periódico Política, caso emblemático de la represión en el sexenio del entonces gobernador de Veracruz, Fidel Herrera Beltrán. 

Segura, contesta casi todo con claridad; sólo duda en una pregunta, quizá la más simple: 

–¿Eres de aquí, de Veracruz?

–Mmm… sí –contesta con voz bajita tres segundos después.

“Ella es muy reservada”, “se blindaba mucho”, “no sabemos de dónde era”, “¿dónde viven sus papás?”, “¿cómo avisamos a su familia?”, “¿Pérez es su segundo apellido?”, coinciden en sus dudas los colegas de Regina que fueron cuestionados hasta por el mismo gobierno aquel funesto 28 de abril. 

Las reservas de Regina fueron su mecanismo de protección, el cual se agudizó con los constantes embates que recibió durante su carrera periodística. 

En Chiapas, recién egresada de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Veracruzana, a la mala aprendió a protegerse y a proteger a los suyos con el silencio, con la invisibilidad. Junto con cuatro veracruzanas se fue a trabajar en la Televisión Rural. 

Recorrían el frondoso y pobre estado de norte a sur, veían de primera mano la pobreza que duele, las injusticias, una crudeza que caló hondo porque la conocían y habitaba en la casa de Regina, una de las más jóvenes de 11 hermanos. 

Las “jarochas” fueron a ver al entonces director Arturo Toscano para pedirle un incremento de sueldo. Menuda sorpresa se llevaron cuando burlón las ridiculizó frente a sus colegas. ¿Cómo dos mujeres se inconforman porque cobran poco?

Molestas, las cinco renunciaron en bloque. Toscano enfureció. Les quitó la casa donde habitaban y empezó la persecución. Si las veía, les echaba el carro. Incluso las denunció.

Un día, cuando regresaron a las instalaciones de la televisora a pedir su indemnización, el hijo de Toscano las hizo pasar a la oficina. Ya adentro, las amenazó con una pistola. 

“¿Con que muy exigentes, no?”, gritaba a voz en cuello ante unas periodistas asustadas. Nunca pudieron cobrar su indemnización. 

Aunque el caso se hizo público, nadie las defendió. Sólo el gobernador Juan Sabines Gutiérrez llamó a las partes. La orden fue tajante: déjalas en paz. 

Pero Toscano siguió con las amenazas. Los padres de Candelaria Rodríguez fueron llamados hasta Veracruz para amedrentarlos; Regina habló con su familia: “Si algo me pasa, digan que no me conocen”. 

Ambiente hostil

Regina Martínez cada vez se volvió más reservada y menos sociable porque la vigilaban, “le ponían cola” que la seguía a su casa desde finales de los ochenta. El espionaje se agudizó con El Palomar, un búnker de espionaje ubicado en el Palacio de Gobierno de Veracruz. No respondía a números desconocidos. Fue bloqueada de conferencias de prensa y agendas oficiales. 

“Con (el gobierno de Patricio) Chirinos sí hubo hostigamiento, persecución, espionaje; hubo una relación muy tensa. Como en ese tiempo empezaba, tal vez sí me espantaba, pero el apoyo de los medios donde trabajaba me empujaba a seguir adelante”, recuerda Regina en la charla.

Un día, el dueño del diario Política, Ángel Leodegario Gutiérrez, llamó a Alberto Morales, El Gato, quien tenía más de nueve años de trabajar con Regina, para atender una queja de ella. “La maestra dice que le pusieron cola y la andan atosigando, ahí te encargó”. Entonces, El Gato salió presto con cámara al hombro. “A cuadra y media había dos espías en un auto”, recuerda.

A inicios del sexenio de Fidel Herrera, funcionarios menores le enviaban veladas amenazas sobre que la denunciarían, “que le bajara”, “que el gobernador estaba muy molesto”. 

“Pues que me denuncien. Ahí nos vemos en los tribunales y que cada quien exponga sus documentos y a ver quién tiene la razón”, les respondía sin amedrentarse.

“En mis 18 años (de periodismo) ha sido la etapa, no diría más triste, sino más desesperada”, dijo Regina al referirse al sexenio de Fidel Herrera Beltrán.

La periodista trabajó casi 20 años en el periódico Política, que alternó con la corresponsalía de La Jornada y luego con la de Proceso. 

En Política la libertad de expresión se apagó con la muerte de uno de sus fundadores, Ángel Leodegario, en 2001. El medio que debió cobijarla se convirtió en su espía, el dinero corría para los directivos y ella pagaba el precio. 

En esa entrevista de septiembre de 2009 la periodista expuso, decepcionada: “No quería incluso alertar (en Política) porque mi propia información era entregada al gobierno. Se enteraban antes de que se publicara”.

Detalló que en ese entonces el gobierno estatal tenía en una nómina secreta a jefes intermedios de Política, que recibían 30, 40 y hasta 50 mil pesos mensuales. Además, una de las dueñas, Yolanda Gutiérrez, laboraba en el gobierno de Herrera Beltrán. El mismo esquema se repetía en otros medios de información.

Posteriormente, Regina Martínez fue removida de la fuente del gobernador y después ascendida a jefa de Información para alejarla de las investigaciones. No obstante, continuaron sus publicaciones en Proceso. 

Regina recuerda aquel día en el que Gustavo González Godina la llama a su oficina:

–Tu trabajo tiene muy molesto a Fidel Herrera. Te vamos a quitar la jefatura de Información y a deshacernos de tus servicios.

–A ver, explícame, ¿qué trabajo mío publicado en el periódico Política tiene molesto a Fidel? 

Fue entonces cuando la periodista empezó otra batalla, ahora en el periódico, con el mismo ambiente hostil que enfrentaba afuera cuando salía a reportear. Le dejaron de publicar, le pusieron la computadora más obsoleta, la querían doblar. El ambiente se volvió insoportable para ella.

Regina comenzó a sufrir de estrés, insomnio, depresión. Sus abogados le aconsejaron que aguantara para que la liquidaran conforme a derecho. En el diario esperaban que renunciara para que perdiera sus derechos laborales. Ella decidió aguantar. 

“Era una lucha, una lucha por la dignidad”, resume Regina en una frase en la que se debatió su vida.

El 30 de junio de 2008 ganó: la despidieron. Su única queja ante una autoridad fue esta demanda laboral que ganó al comprobar que su despido había sido injustificado.

Regina ríe

Martínez no siempre fue seria y reservada. Le encantaba ir a las discos en Chiapas, a conciertos de la sinfónica y de rock. Siempre andaba bien arreglada, con zapatillas, falda y sus joyas de oro que le acariciaban la piel morena. 

La Regina estudiante “disfrutaba de la vida”, recuerda su compañero de generación Juan Soto del Ángel.

Candelaria Rodríguez y Leticia Hernández, parte del grupo de universitarias que se fueron con ella a Chiapas, la recuerdan como una mujer intelectual, siempre con un libro bajo el brazo.

Raciel Martínez, su exjefe y amigo más de 20 años, refiere sobre una Regina bromista, alivianada y con un humor negro. Raciel les hizo redescubrir a ella y a Alberto el cine mexicano. Con Beto compartía el gusto por el rock: los Rolling Stones y The Doors eran sus bandas favoritas.

“Era única, aferrada a su trabajo y lo disfrutaba”, dice Alberto; recuerda cómo en uno de los muchos viajes para recorrer el estado hubo una inundación. Ella, con el cuerpo de una niña, fue cargada en la espalda de un joven grande y corpulento con botas de hule para cruzar al otro lado. Consciente de la cómica escena, volteó sonriente para la foto.

Pero así como reía, también tenía un carácter implacable, exigente, no se doblegaba. Con ella las cosas eran blanco y negro. También era muy terca y no había quien le quitara una idea de la cabeza. Se negó a aprender a manejar, a nadar y a irse de Xalapa.

Si algo le enfadaba, de su boca salían malas palabras, como el día en el que Alberto la molestó por su elegancia para ir a entrevistar a la entonces esposa del presidente Carlos Salinas. 

“Me ‘pintó mocos’”, rememora. El hecho quedó retratado en una de las fotos que circula en internet cuando se busca a la misteriosa Regina Martínez.

Clima de terror

Poco a poco la libertad que debería tener cualquier ser humano le fue arrebatada a la periodista. 

“¿Regina dejó la puerta abierta de su casa?”, cuestiona un colega y se responde a sí mismo: eso es imposible; su ritual era siempre cerrar la puerta después de que sus invitados llegaban.

Eso fue hace más de una década. En sus últimos años de vida, Regina impedía el paso a su casa. Norma Trujillo, en los 25 años de conocerla, entró una vez a su domicilio, un refugio lleno de periódicos, libretas y agendas usadas. 

En 2011, con la guerra contra el narco del entonces presidente Felipe Calderón, se enrareció el ambiente de México, especialmente en Veracruz. Homicidios, levantones, desapariciones, cobros de piso, fosas clandestinas, corrupción y pobreza eran la constante. 

El entonces Distrito Federal, que alguna vez fue la ciudad más peligrosa del país, se convirtió en el refugio de una larga lista de periodistas veracruzanos. De 30 solicitudes de auxilio, 20 eran de veracruzanos y la cifra aumentaba todos los meses.

Antes del homicidio de Regina, 13 periodistas fueron asesinados. El caso que más impactó hasta entonces fue el del subdirector de Notiver, Milo Vela, y su familia, acribillados en su domicilio. 

El 27 de septiembre de 2011 Regina confió de manera anónima: “Vivo el peor clima de terror, cierro con llave toda la casa, no duermo y salgo a la calle viendo a un lado y otro para ver si no hay peligro”.

Tres meses después, en diciembre de 2011, entraron a robar a su casa. Cuando llegó, los intrusos apenas se habían ido, el baño aún tenía vapor. Regina sintió el miedo recorrer su espalda y respirarle en el oído. 

“Llegó a pensar que una vecina estaba involucrada, porque sentía que la espiaba a través de la ventana que daba directo a su sala”, comenta una amiga cercana de la periodista. 

De acuerdo con Martínez, la puerta de su domicilio no fue forzada, como cuando la asesinaron dos meses después en su casa. 

Pese a la amenaza constante, Regina no denunció. No lo hizo en el periodo de Dante, tampoco en el de Chirinos y mucho menos en el de Alemán. 

No denunció en el sexenio de Fidel ni de Duarte porque “no creía en la impartición de justicia”, dice Norma Trujillo

Atacada en su casa la noche del 28 de abril de 2012, Regina Martínez fue asesinada sin que nadie pudiera defenderla.   

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