“La insensibilidad se ha domiciliado en todos los niveles de la vida de nuestra sociedad, hasta el grado que, cada vez más, son insonoros e imperceptibles la voz de Dios y gritos de los más pobres”, expresó el vocero de la Arquidiócesis de Xalapa, Juan Beristaín de los Santos.
Señaló que con la llegada del tiempo de Cuaresma, comienza para toda la Iglesia uno de los dos tiempos fuertes, como lo es el Año Litúrgico.
Detalló que la Cuaresma es un tiempo fuerte por dos razones. Primero, porque es grande el acontecimiento salvífico que se celebra: El misterio de la entrega de Cristo por amor al hombre.
En segundo lugar, porque es igualmente mayor el empeño y la dedicación que se le pide a todo bautizado en su lucha contra el mal y en su solidaridad con los más necesitados de la sociedad.
Por ambas razones, la Cuaresma es la iniciativa primera y fundamental de Dios que invita a toda persona a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir, como Pueblo santo de Dios, una experiencia comunitaria de encuentro y liberación amorosa.
Aparece claro que lo único que puede vitalizar y reformar las decadentes estructuras de nuestra sociedad es la alegría del amor de Cristo, que padece, muere y resucita por todos lo que lo aceptan.
El vocero de la Arquidiócesis de Xalapa mencionó que esta época del año es la atracción y la vivacidad del amor de Cristo lo que puede transformar a toda persona para ser lo que debe ser.
“Esta invitación cuaresmal a dejarnos transformar por la fuerza y la alegría del amor de Cristo, permite a todo creyente salir del autismo espiritual para ir al encuentro de Dios y de los demás para formar una verdadera comunidad, en la cual todos tengamos la oportunidad de escucharnos de verdad”, añadió.
Por ello, dijo, sigue siendo una asignatura pendiente para todos generar un ambiente positivo para escucharnos.
“Dios nos hace oír su voz en nuestra conciencia para que vayamos al encuentro y a la escucha de los demás que padecen hambre y necesidad de todo tipo”, añadió.
El sacerdote reiteró que la Cuaresma, con toda su riqueza espiritual y ritual, es verdaderamente una iniciativa de Dios que nos posibilita, interior y exteriormente, para dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades.
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