Ilustradora: Aranza Aguirre
Paola Carballo Fresnal; si buscas sus apellidos en internet te arrojará un árbol, no cualquier árbol, sino un roble. Tienen un porte majestuoso, de los más altos de su rango de distribución, copa ancha, ramas fuertes… se dice que por su belleza y sus características eran reverenciados desde la prehistoria… Paola Roble; no, Paola Robles… Así está mejor, suena imponente, refinado, único, confiable… como ella
Una, dos, tres… ocho, nueve, diez… ¿cuántas prendas puede meter una mujer al probador?
- ¿Cuál te gusta más, beige o el albaricoque?
Me pongo serio. Miro las blusas que levanta frente a mí, una en cada mano, trato con todas mis fuerzas de entender por qué duda en cual escoger, ¡yo las veo igual!
Sus ojos tienen esa mirada que pone cuando me tardo mucho, abre la boca...
- ¡Este! – Digo decidido y señalo la blusa de la derecha
No se lo esperaba, punto para mí. Ella, sorprendida, cierra los labios, levanta ambas blusas, hace una mueca y…
- Me llevaré esta
… elige la blusa de la izquierda. Y así es con cada prenda en la que duda, me pregunta ¿cuál? Le respondo y elige la otra.
- ¿Por qué siempre me preguntas cuál prefiero y terminas eligiendo la otra?
Se acerca a mí, coloca ambos brazos en mis hombros…
- Es que no tienes tan buenos gustos
… y me da un beso de esquimal antes de darse la vuelta y seguir caminando.
- Pues te elegí a ti. - Digo para mí mismo.
Se detiene de golpe, gira en cámara lenta, clava su mirada en mí y con la voz más dulce, tierna y paciente que tiene dice:
- ¿Tú me elegiste a mí?
- Sí – respondo con más de diez prendas en los brazos.
Sonríe.
Me acuerdo perfectamente de esa noche. Era la boda de una de mis primas; yo estaba recibiendo a los invitados y, con lista en mano, les indicaba que asientos se les asignó. Ya saben, las mesas se armaron de tal manera que cada uno se sienta a gusto: familia con familia, los que se llevan, los que no se hablan, los borrachos y los que a fuerza tienen que estar en la lista… como algunos “amigos”, familia lejana de tu pareja… o los jefes para hacer… ¿cómo se le dice? ¡Ah sí! Para hacer “relaciones”.
Ahí estaba, de pie, sonriendo, galante, poderoso… dueño de la situación hasta que levanté la vista y la vi impoluta; radiante; refinada… caminando directamente hacia mí con paso firme, decidida y con un vestido, de color morado, entallado perfectamente a su figura magnificando la silueta de su cuerpo. Un digno acompañante de una reina
- Buenas noches
Volteo la mirada y me encuentro con una señora a su lado.
- Buenas noches, ¿cuál es su apellido?
- Carballo
- Carba…llo, aquí están. Señora…
- Cynthia
- Cynthia y la señorita Paola, ¿cierto?
Ella levanta las cejas. Su mamá, que la conoce bien, se da cuenta de ese gesto y le aprieta la mano como diciendo “¡NO SEAS GROSERA!”. Ella resopla y sonríe apretando los labios.
- Sí, yo soy Paola… la de la lista… que está junto al nombre de mi mamá… y tiene el mismo apellido.
- Sí, ya lo noté.
Ella cierra ligeramente los ojos y sonríe (ahora sí mostrando los dientes), no una sonrisa amigable, sino más bien una que dice “¡Mira! ¡Al parecer sí eres listo!”
La reté con la mirada. ¡Obviamente no me iba a dejar! Después entendí porque estaba de mal humor, no me costó mucho, sólo necesité abrir la puerta del salón para notar que la mayoría de los hombres voltearon a verla. Ah de ser cansado.
Llegamos a su mesa y tomé la mejor decisión de mi vida.
- Disculpen, cometí un error. Esta no es su mesa, es la del otro lado.
Sí, las senté en mi mesa y a los primos de Baja California los mandé a la otra. Ni eran mis primos.
Durante la entrada de la novia y hasta la cena hubo un silencio espectral en la mesa. Una vez que los meseros recogieron los platos y comenzó el baile las miradas se sentían más relajadas, la mesa entró en confianza.
En cada canción lenta que tocaba el grupo un hombre se acercaba para invitarla a bailar; ella los rechazaba. Entiendo por qué elegían melodías lentas, tomar a tu amada; danzar al ritmo de la música y con cada nota irse acercando; sentir su cuerpo junto al tuyo; su respiración; pasar tus brazos sobre ella; ver como cierra los ojos y se deja llevar por ti, por la música, por tus brazos; acercar tus labios a los de ella para fundirse en un beso romántico, tierno, único…
El beso perfecto. Sólo que ese momento se crea cuando ya son novios o están saliendo, no cuando la acabas de conocer. Así que utilicé mi influencia, por ser de la familia de la novia, y le pedí al grupo que tocara “Qué Locura Enamorarme de Ti” de Eddie Santiago. Fui directo hacia ella, le ofrecí mi mano y en ese momento de duda, en el que no entiende por qué tengo la mano extendida hacia ella o si debería tomarla, la agarro y la llevo a la pista. No le di tiempo de rechazarme.
…
- ¿Tú me elegiste a mí? – me pregunta con mirada firme.
- Sí – respondo con más de diez prendas en los brazos.
Sonríe.
- Está bien, tal vez tengas razón en que fuiste el primero quien se fijó en el otro, pero te recuerdo que somos nosotras quienes decidimos si los aceptamos o no. – me guiña un ojo.
Punto para ella.
- Vamos al probador. – Toma mi mano y me jala para allá.
Al llegar una señorita cuenta las piezas de ropa y le da una tabla con un 11.
- Puede pasar al segundo – le dice, después voltea conmigo – usted se puede sentar allá
Señala un espacio con una especie de cubos blancos donde varios hombres están… secándose lentamente.
- Buenas noches
Nadie contesta, a penas y levantan la vista. Todos están en sus celulares. Tienen bolsas de compras a su lado junto con las bolsas de mano de sus parejas. Si mi celular tuviera batería también lo estaría usando. Suspiro y me recargo en la pared viendo hacia los probadores.
Después de un tiempo, sale del probador para verse en el espejo del pasillo, nuestras miradas se cruzan, ella se sorprende y yo la saludo moviendo los dedos de una mano. Ella coloca sus manos en su cintura, da un giro de 360° y modela juguetona.
- ¿Te gusta?
Levanto los pulgares y sonrío sin mostrar los dientes. Ella vuelve al probador y después de unos segundos sale cambiada. Esa acción se repite tanto que después de la tercera vez que sale me levanto de mi cubo y me quedo a un lado de la señorita de los probadores.
- ¡Ya empezó el partido! – dice uno de los hombres que está sentado en los cubos.
Todos levantan la cabeza y se colocan en circulo alrededor de quien tiene celular con la transmisión.
¿El partido? ¡El partido! ¿Pues qué hora es? ¡No puede ser que ya hayan pasado cinco horas! ¡Hoy es la final! Miro hacia el probador, nada, no hay movimiento. Volteo hacia donde están los hombres, no están tan lejos. Igual y me da tiempo de ir, ver cómo va el marcador y regresar antes de que ella salga para preguntarme cómo se le ve la ropa… No sé qué hacer. Me agacho un poco para poder ver sus pies y así calcular cuánto tiempo tardará en salir.
- ¡OIGA!
¡Me levanto de golpe y volteo hacia la señorita!
- ¡No es lo que usted cree! Ella es mi novia, está todo bien.
- ¡No puede hacer eso! ¡Voy a llamar a seguridad!
- ¡No, en serio! Perdón
- ¡De un paso para atrás, por favor!
Levanto las manos en son de paz y me coloco donde ella me indica. Ahora no veo ni sus tenis.
- ¡Goooooool!
Gritan los hombres al unísono. No aguanto más y sin darme cuenta ya estaba detrás de ellos asomado viendo la repetición.
- ¡La van a checar en el BAR! ¡Si sí fue bueno! ¡Esto está arreglado! ¡Ese es el del empate!...
No me di cuenta de que ella había salido del probador; tiene los brazos colgados a los costados; me ve, en su mirada no hay enojo, es más como tristeza y eso es peor. Se mete al probador y sale con su ropa puesta.
- ¿Se llevará algo señorita?
- Sí, sólo estos
El camino a mi casa es en silencio. No sé qué pasa por su cabeza, pero sí sé que ella estaba disfrutando el salir y mostrarme como le quedaba la ropa.
También lo disfrutaba, Paola Carballo Fresnal estaba modelando para mí.
Llegamos antes de que termine el partido, prendo la televisión de la sala, abrimos unas papas y unos cacahuates, subo corriendo a mi cuarto para ponerme la playera del Cruz Azul.
- Préstame una. – Está detrás de mi
Le doy la playera negra, le queda grande. Se ve muy tierna y no puedo evitar agarrar mi celular y tomarle una foto. Ella alza los brazos y hace una mueca, todas mis defensas caen ante esa imagen y ella lo sabe, me mira y levanta las cejas coqueteándome. Al final hizo uno nudo con la playera y la volvió ombliguera. Nos sentamos en el sofá; pongo mi mano, con la palma hacia arriba, sobre mi muslo; ella coloca la suya sobre la mía y entrelazamos los dedos.
La veo de reojo, ella tiene los labios apretados y voltea a verme constantemente. “Veamos cuánto tiempo aguanta. Un misisipi, dos misisipis, tres misisipis…” lentamente retira su mano y lo más discreta que puede se seca en el pantalón. No aguanto y me suelto a reír.
Parece una pequeñes, pero ella prefiere estarse secando en el pantalón a dejar de tomarme la mano.
Ya no tengo esos cinco espacios vacíos.
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