“El poder de dañar es un poder de negociación. Explotar este poder es diplomacia: diplomacia corrompida, pero finalmente es diplomacia”. (Thomas C. Schelling, 2008, Arms and Influence, Yale University, p. 2)
En este espacio, de forma recurrente, hemos abordado el devenir del conflicto armado entre Rusia y Ucrania. Ya sea presentando herramientas y enfoques teóricos, o acentuando antecedentes históricos sustantivos, cada escrito publicado en este espacio representa un esfuerzo por entregar una visión, lo más lejana posible de toda postura reduccionista y catastrófica. Posturas que, a lo largo de un año, han pronosticado desde un inesperado triunfo de Ucrania sobre Rusia, hasta el comienzo de una guerra nuclear.
Rusia es un Estado agresor; único hecho que hasta el día de hoy no ha podido ser refutado. El triunfo y la derrota de los involucrados, por su parte, no deja de ser una apuesta en la que analistas y medios informativos se encuentran en puja, constante, por adivinar quién será el vencedor. Y la amenaza nuclear, si bien continúa presente, parece estar en espera de una etapa que posiblemente este conflicto no logre alcanzar.
Dando continuidad a esta dinámica -de no sucumbir ante una posición sesgada, que asegure algo que posiblemente no sucederá-, en esta ocasión abordamos un acontecimiento que, de forma repentina, nos ha exigido nuevamente atender este conflicto: Ucrania, próxima a recibir nuevo material bélico (por parte de los Estados Unidos y Europa) y después de haber logrado el beneplácito alemán para la adquisición de tanques Leopard II, parece encontrarse finalmente en condiciones de poder iniciar esa ofensiva militar que su presidente ha planeado por meses, buscando la capitulación de su agresor.
Una inapelable convicción, se dice, del líder ucraniano por garantizar la derrota de Rusia, cuya veracidad podría ser respaldada por dos de sus más conocidas declaraciones, las cuales por cierto, han provocado en sus patrocinadores de armas una posición de mayor cautela.
Primero, el pasado 2 de noviembre, durante una entrevista que puede ser consultada en Twitter, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en forma de respuesta a su interlocutor, externó lo que podría considerarse la divulgación de sus planes para iniciar una ofensiva contra Rusia, en el primer trimestre de este año. Zelenski, en respuesta a una pregunta sobre qué haría después de la derrota rusa, comentó: “Voy a ir a Crimea, realmente quiero ver el mar… No lo haré en invierno… Iré allá cuando esté más cálido”. Ver: https://twitter.com/Gerashchenko_en/status/1587820560687501318?s=20&t=Lm2RlYtSmj6a0ewttMg7BQ
Segundo, y no de menor importancia, es la persistencia con la que Zelenski ha solicitado públicamente la entrega de hasta 500 tanques (provistos por sus aliados) para, primero, contener la agresión rusa y, posteriormente, iniciar una movilización ofensiva que culmine con la expulsión de Rusia de todo el territorio ucraniano (incluyendo Crimea).
Si logramos capturar la esencia de estas declaraciones, las cuales han estado acompañadas de numerosos gestos de inconformidad, y la conjugamos con la temporalidad y el número de vehículos blindados que Ucrania recibirá (poco más de un centenar), en los próximos meses, podríamos arrojar la siguiente presunción (solo presunción): la ofensiva ucraniana “no” es una opción respaldada por Washington y, más importante aún, los involucrados más poderosos, Estados Unidos y Rusia, parecen estar fijando como próxima meta la negociación.
Rusia ha mandado señales claras de querer escalar sus niveles de agresión. Así lo dicta el anuncio, de septiembre pasado, para reclutar 300 mil nuevos elementos militares y la orden de someter a su máxima capacidad de producción la industria militar de su país.
Sin embargo, dicha manifestación puede responder al uso de una estrategia que busca hacer del miedo (a ser dañado) una eficaz herramienta de negociación. Una estrategia militar rusa que Robert Work, Subsecretario de Defensa de los Estados Unidos, explicó muy bien al Congreso de los Estados Unidos en el año 2015: “La doctrina militar de Rusia incluye (cuando tiene la oportunidad) aquello que ha sido denominado como (la acción de) escalar para desescalar”.
Trasladando esta declaración de Work al presente, podríamos decir que: Rusia pretende agudizar su amenaza y, con ello, posiblemente la agresión militar, pero teniendo como objetivo el poder sentar a Ucrania en la mesa de negociación. El uso del miedo como herramienta de coerción.
Estados Unidos y Rusia están enfrentados en un auténtico tablero de juego bélico. Ambos jugadores saben que han llegado a una posición donde el movimiento erróneo de un jugador, sin considerar las opciones del contrincante, puede dar como resultado una catástrofe; hecho que ninguno de los dos jugadores quiere.
Estados Unidos y Rusia, han identificado un punto del juego: en donde el primero que busque obtener un mayor beneficio, sin considerar a su oponente, perjudicará irremediablemente el bienestar de ambos jugadores. Esto es, ambos países han logrado identificar los puntos focales (Schelling points) y con ello tratarán de evitar una guerra abierta declarada.
Thomas Schelling, en su libro titulado “The Strategy of Conflict”, nos expone esta situación en un escenario de diversos juegos de coordinación (donde existen intereses divergentes). En estos juegos, dos contrincantes (jugadores), sin la capacidad de comunicarse entre ellos, dan solución a un problema común optando, recurrentemente, por la respuesta más relevante o natural con la que ambos jugadores buscan evitar la derrota común (optimizar sus opciones), esto es: encuentran el punto focal. Al final, y siempre que ambos jugadores encuentren el punto focal, un jugador podría ganar menos que el otro; pero, lo importante de esta confrontación coordinada es que la ganancia, por mínima que esta sea para uno u otro jugador, siempre será mejor que la pérdida absoluta que ambos jugadores tendrían de no encontrar o ignorar dicho punto focal.
En lenguaje estratégico militar podría decirse que, a estas alturas, tanto Rusia como Estados Unidos, sin comunicar sus auténticos planes (entre ellos), han identificado ese punto focal que, de ser ignorado, detonaría una serie de eventos catastróficos.
¿Cómo podría estar funcionando este juego entre Ucrania, Rusia y Estados Unidos?
Los Estados Unidos tienen a su otro costado geográfico un desafío mayúsculo. Así lo constatan no solo los acontecimientos del último año, donde han estado involucrados China y Taiwán, si no además la postura oficial que el Presidente Biden guarda sobre aquella región del mundo.
En una publicación editorial de “The Atlantic”, el pasado mes de agosto, Jake Sullivan y Kurt Campbell, Asesores presidenciales en Seguridad Nacional y Asuntos para Asia (respectivamente), externaron la necesidad que afronta el gobierno de Biden por destinar mayores recursos estratégicos a la región de Asia-Pacífico. De acuerdo a Sullivan: “El más grande desafío estratégico que enfrentamos (Estados Unidos) desde una perspectiva geopolítica es el surgimiento de China, así como el desafío que este país plantea al orden internacional vigente”.
La decisión de los Estados Unidos de continuar apoyando a Ucrania con la entrega de armamento y, de paso, convencer a Alemania de enviar poco más de una docena de tanques a aquel país, parece responder a esta necesidad expuesta por Sullivan y Campbell. En ningún momento representa una invitación para que Zelensky inicie su ofensiva mortal (necesitaría por los menos 300 tanques más de los que ya tiene asegurados, así como aviones que Washington se niega a proporcionar).
A estas alturas del juego no sabemos si Rusia está consciente de su posición sobre el tablero y, más importante aún, si está considerando las opciones de su adversario. Lo claro es, que Washington parece estar enviando un mensaje a Moscú, en el cual le recuerda que ambas potencias ya han coordinado un punto focal (Schelling point).
Por su parte, Ucrania, no estaría siendo parte de este juego. Ni Europa ni Estados Unidos (en las condiciones antes expuestas) apoyarían con todos sus recursos un plan ucraniano orientado a recuperar todo su territorio. Los tanques, a ser enviados, son para mandar una clara señal a Moscú: si atacas, el costo en vidas para tus tropas será muy elevado, y de ti (Moscú), dependerá la elección entre la paz y la catástrofe.
Considerando que todo lo escrito en estas líneas se acerque a la realidad, y que los Estados Unidos y Rusia, sin comunicación uno con el otro, se encuentren dentro de un proceso de “negociación tácita” (coordinando intereses divergentes), todo parecería indicar que se ha llegado a un punto donde el mejor resultado para las partes, podría ser: dejar las cosas como están hasta el momento. Lo anterior, sin negar que sería un resultado muy doloroso para Ucrania, signar un acuerdo de “PAZ” donde esta última ha perdido Crimea y parte importante de la región de Donbás.
Afortunadamente, estas líneas son tan solo parte de un ejercicio de análisis y comunicación, por lo cual no representa una sentencia estricta de los hechos actuales y de lo que sucederá. Esperemos a ver si efectivamente estamos ante un juego de coordinación, en el que Ucrania ya ha sido apartada.
José Manuel Melo Moya.
Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ganador de la “Medalla al Mérito Universitario”.
Posee diplomados en análisis económico, inteligencia y estudios prospectivos por la Organización de los Estados Americanos (OEA), Escuela de Inteligencia Antidrogas (Colombia) y la UNAM.
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