La invasión de Rusia a Ucrania cumplirá su primer aniversario el próximo 24 de febrero (en poco más de un mes). Un conflicto, cuyo producto valuado en sufrimiento humano podría ser medianamente dimensionado si evocamos a los aproximadamente 240 mil muertos, que ha dejado este conflicto hasta el momento (de los cuales, 40 mil son civiles), a los más de 7 millones de desplazados (fuera de su país) y, además, destacamos su contribución con el aumento que se ha registrado en los niveles de pobreza y malnutrición en todo el mundo (en el presente 345 millones de personas en el mundo enfrentan inseguridad alimentaria).
Buscando entender con claridad, por qué este conflicto armado adquiere la forma de un tablero estratégico mundial, que finalmente nos involucra a todos, en este espacio realizamos un breve ejercicio reflexivo con el cual, el que suscribe, cumple con un doble cometido: la presentación de un breve informe anual (sobre la guerra entre Rusia y Ucrania), y más importante aún, exaltar un conjunto de elementos que deberán ser considerados, seriamente, en todo futuro análisis de este conflicto.
Un severo desequilibrio en el sector primario productivo y su inmediato impacto en la economía mundial, una ofensiva militar que ha logrado adaptarse a un occidente cada vez más unido y coordinado, así como el inmutable apoyo mostrado por la sociedad rusa al liderazgo de Putin, son los puntos que abordamos en este informe anual de carácter reflexivo.
Primero, bien es sabido que en los últimos tres años el Covid-19 ha contribuido ampliamente con el incremento de la inseguridad alimentaria mundial (de 2019 a 2022, 210 millones de personas ingresaron a esta lamentable situación: Programa Mundial de Alimentos). Sin embargo, la severa contracción de la oferta mundial de granos y del insumo productivo más importante para el campo, los fertilizantes, han hecho de la guerra de Ucrania un nuevo agente multiplicador del hambre en todo el mundo. Ver: https://www.reuters.com/world/people-facing-acute-food-insecurity-reach-340-million-worldwide-wfp-2022-08-24/
Rusia y Ucrania (en conjunto) producen el 29% del trigo, el 19% del maíz y el 60 % del aceite de girasol que el mundo consume. Rusia, por su parte, se encuentra posicionado como el más importante exportador de fertilizantes. Si a estos productos le agregamos su valor de uso intermedio, como insumo para la elaboración de alimentos y otros productos procesados, podemos decir que la comercialización de granos (de estos países) es de importancia sustantiva para cubrir la demanda mundial de alimentos, pero también, para velar por el sano comportamiento de los precios mundiales.
De acuerdo con información publicada por el New York Times, desde el mes de marzo del año 2022, Ucrania ha recortado a la mitad su capacidad exportadora de granos (de 7 a 3.5 millones de toneladas al mes) y Rusia, desde que dio inicio la guerra, ha reducido progresivamente su oferta de fertilizantes a mínimos históricos. Ver: https://www.nytimes.com/2023/01/02/us/politics/russia-ukraine-food-crisis.html?referringSource=articleShare
Este reducido flujo comercial de granos, que actualmente registra Ucrania (en exportaciones), se ha sostenido gracias al acuerdo que este país signó con Rusia, el pasado mes de julio (Iniciativa de Granos del Mar Negro). De ahí, que cuando Putin amenazó con disolver este acuerdo, tres meses después, los precios mundiales de granos incrementaron en un 6% (datos del USAID). Lo anterior, sin considerar que el desabasto de fertilizante ruso, en los países consumidores, proyecta una severa alteración en los ciclos de cosecha -y en los precios que estas puedan alcanzar-.
Si alguna reflexión podemos extraer de estas primeras líneas, sería que el sector primario productivo ha dotado a Moscú, de forma fortuita, de un eficaz mecanismo estratégico de defensa. Entre mayores sean las sanciones contra la economía rusa, y su conflicto armado no se acerque a su fin, mayor será la afectación de la producción primaria mundial, la multiplicación del hambre y el alza continua de los precios.
Como segundo apartado, tenemos los saldos de carácter estratégico y militar. Rusia no está ganando la guerra, pero tampoco lo está haciendo Ucrania. Con una nueva ofensiva de ataques aéreos con aeronaves no tripuladas (drones), el conflicto entre Rusia y Ucrania está sirviendo de laboratorio para poner a prueba los artefactos que seguramente definirán las guerras del futuro. Guerras que parecen augurar el uso exclusivo (y más económico) de máquinas inteligentes, comparables con las aeronaves autómatas que el productor de cine, James Cameron, presentó hace 38 años en el prólogo de la película “Terminator”.
Para aquellos estrategas, líderes y analistas que a lo largo de esta guerra han apostado por el agotamiento de las tropas y de los recursos materiales de Rusia, es importante hacerles notar que el creciente uso de drones por parte de Moscú y la reciente reestructuración de su mando militar, son reflejo de una renovada estrategia de desgaste.
A la fecha, se estima que Rusia ha utilizado más de 600 drones en su ofensiva militar aérea en contra de Ucrania. Si bien, las autoridades ucranianas, y consultoras privadas (Molfar), han informado que la gran mayoría de estos drones han sido derribados, el gasto en que ha incurrido Ucrania, para el logro de dicho objetivo, representa un desgaste económico y financiero muy superior al desgaste que presenta la ofensiva aérea de Rusia.
De acuerdo con la consultora Molfar, mientras los drones (de manufactura iraní) utilizados por los rusos, representan un costo de 20 mil dólares por unidad, cada misil utilizado por el ejército ucraniano (de manufactura soviética y norteamericana), para interceptar a dichos drones, representan un costo que oscila entre los 140 mil y 500 mil dólares por unidad. Ver: https://www.grid.news/story/global/2023/01/05/the-ukraine-war-in-data-winning-the-drone-war/
Un gasto multimillonario (finalmente distribuido entre las economías de los Estados Unidos y Europa) que no ha sido suficiente para lograr neutralizar los daños que han sufrido las redes de distribución energética de Ucrania. El pasado 21 de diciembre, Amnistía Internacional (AI) informó que el 50% de usuarios de la red eléctrica de Ucrania se encontraban sin acceso a este servicio. Este organismo también comunicó que al menos el 40% de las instalaciones energéticas del país registraban daños estructurales; impidiendo su debida operatividad en plena temporada invernal. Ver:https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/noticias/noticia/articulo/ucrania-devastadores-cortes-de-electricidad-erosionan-la-vida-de-la-poblacion-civil-cuando-se-acerca-navidad/
Rusia, no solo ha designado un mando único con el afán de vigorizar las operaciones militares en Ucrania -bajo el mando del “General Armageddon” (General Sergey Surovikin)-; además, sus ataques aéreos han sido reprogramados sistemáticamente para ser accionados en horas que por el clima y un menor rango de visión resultan ser más efectivos. También, existen informes de inteligencia sobre algunos planes para establecer, en territorio ruso, un complejo iraní para la construcción de drones. Reduciendo, con esto, drásticamente los costos de producción militar.
Como tercer, y último apartado, abordamos la pérdida de vidas humanas y la paradójica reacción que esto ha ocasionado dentro de la sociedad rusa. Con más de 100 mil muertos, muchos de ellos ciudadanos con una mínima o nula experiencia en combate, y la amenaza de nuevas campañas de reclutamiento masivo -en puerta-, más del 60% de la sociedad rusa (madres principalmente), no alberga malestar alguno en contra del gobierno de Vladímir Putin (y la ofensiva militar que se está desarrollando en Ucrania). Ver: https://www.levada.ru/en/2022/11/11/public-sentiment-in-october/
Así, manifestaba este sentir Yekaterina Kolotovkina (dirigente de una fundación humanitaria que apoya a los soldados rusos), durante el más reciente memorial ofrecido en Rusia a los combatientes caídos en Ucrania: “Occidente ha cerrado filas en contra de nosotros, para destruirnos”.
Entender a plenitud esta reacción, que resulta ser mayoritaria dentro de la sociedad rusa, requiere de una disertación más detallada, y posiblemente soportada por un marco teórico conceptual adecuado. No obstante, esta labor la dejaremos para una futura colaboración, para concentrar energías en exaltar la solidez con que Putin continúa legitimando, después de un año, su denominada “Operación Militar Especial” sobre Ucrania.
Rusia, a un año de haber iniciado su invasión militar en territorio ucraniano, no solo continúa de pie, sino posiblemente con mayor claridad sobre su futuro. El apoyo de la gran mayoría de su población, una estrategia militar adaptativa y una economía mundial que involuntariamente no le obstaculiza, son los elementos que hacen de Rusia: el primer y más importante desafío (de seguridad física y humanitaria) que el mundo tendrá que enfrentar en el año 2023.
Existen muchos otros elementos que pueden ser considerados para tener una aproximación más exacta de la guerra, asunto que compete a aquellos estrategas y analistas que, involucrados directamente en este conflicto, podrán y tendrán la oportunidad de realizar un mayor esfuerzo de comunicación y análisis; si pretenden encontrar una próxima salida para este inhumano diferendo.
Feliz inicio de año.
José Manuel Melo Moya.
Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ganador de la “Medalla al Mérito Universitario”.
Posee diplomados en análisis económico, inteligencia y estudios prospectivos por la Organización de los Estados Americanos (OEA), Escuela de Inteligencia Antidrogas (Colombia) y la UNAM.
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