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Columna:

Caminata del Renacimiento Mexicano

REGRESO DE TEOTIHUACAN

2020-12-12 | 08:00 a.m.
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Cuando concluyó el ritual que marcaba el cierre de esa caminata, los andantes subieron a dos vehículos, y dejando atrás las pirámides, se dirigieron al poblado mas cercano, oscurecía. Encontraron un restaurante abierto, tomaron asiento y en silencio recorrieron el menú, todo se les antojaba. Pidieron sus alimentos y se pusieron a comentar las anécdotas del camino, comieron, mas bien devoraron su comida, pagaron, agradecieron y abordaron los vehículos rumbo a la ciudad de México.


Enrique al volante, empezó a relatar, como fue encontrarlos, preso de una crisis en cuanto al desarrollo de su quehacer artístico. Cuando terminó su relato, abrió espacio a los comentarios de sus amigos pero nadie habló, extrañado volteó a verlos, todos estaban profundamente dormidos, “Benditos sean” pensó sonriente y siguió conduciendo. Desde que salió de Ciudad de México venía pensando al ave Fénix como símbolo del Renacimiento, reinventarse a partir de las propias cenizas, encontró una analogía con la serpiente emplumada, pensó una melodía y empezó a canturrear.


“Deja que muera el dolor, que se vaya con el viento, para que pueda crecer la fuerza del sol que llevamos dentro”.


Lo que impide reanudar el vuelo son los pesados equipajes. La crisis, se dijo, surge cuando lo nuevo no puede nacer, porque lo viejo no quiere morir.

Al llegar a la gasolinera, miró una vez mas a los caminantes profundamente dormidos, escribió para ellos mientras cargaba combustible:

“Mil guerreros tiran fuerte, fuerza que viene de andar, aire, tierra, fuego y agua, dioses de esta tempestad. Renaciendo va este antiguo vuelo, sobre embravecido mar.”


Reanudó el trayecto con sus silenciosos amigos, se dijo entonces que renacer es tarea personal, que no se le puede hacer la tarea al otro… llegó a la caseta, pagó, se detuvo, y ahí  escribió:


“Nadie se quiera esconder, que estamos a media selva, hay que ser feliz por ser, aunque el mundo huela a mierda, todo movimiento es como andar, cualquier paso deja huella.”


Entrando a la ciudad de México una melodía resonaba en su interior, apagó la radio y se perdió dentro de si.


“Quien sabe de donde venimos, no sé bien pá’ donde vamos, pero hablando del destino, se cosecha lo sembrado, para que se eleve el árbol, la tierra hay que preparar, y sembrar la posibilidad.”


Al llegar a la zona de Polanco, los despertó “¡Avenida Chapultepec, Condesa y anexas!” gritó; los caminantes se tallaron los ojos, despeinados, bajaron sus pertenencias del coche y se despidieron.


Al llegar a casa se acostó, no se puede dormir si la cabeza está activa, abandonó la cama  para continuar escribiendo lo que unas semanas después sería la canción “Fénix”.


“Mas allá de religión, tu versión de la verdad, mas allá de ideología, un canto hacia la unidad, nuestra vieja tribu va danzando a formar una espiral.”

Amaneció, abrió la ventana, sonaba la naturaleza entre los árboles, los colores de la mariposa se avivaron con el sol, ese mismo sol que alumbra al alacrán y a la víbora, el que derrama mil luces en el agua. “Todo suena y brilla todo el tiempo” susurró, reconoció la dualidad en si mismo y pensó en su sombra, la buscó en el espejo pero no la ubicó, se toco el cuerpo y no la palpó, “Somos escurridizos” dijo para sí; “Aquí estoy” sonó la sombra en un recuerdo de su reciente crisis. Se miró y se abrazó ante el espejo diciendo “Me perdono” mas tarde concluyó la letra de su canción.


“Historia y humanidad, villanos y días de gloria, una alquimia personal, mas corazones con rosas, solo el fuego puede reinventar, la pureza del cristal.”

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