Pues bien, entiendo que te vayas. No puedo retenerte por la fuerza, ni obligarte a permanecer a mi lado. Efectivamente, han sido muchos años juntos. Vimos crecer a los hijos y como tú dices, quizá fue lo único que en los últimos años resultó común en nuestras vidas. Ya ves, ahora ellos se han ido, Nacho trabaja en el extranjero y construye su vida a su modo, muy distinta a lo que fue la tuya. Beatriz, casada y ya con un hijo, con sus proyectos de diseño y sus maneras modernas de ser mamá.
Desde que se fueron no tuvimos más de que hablar. Es cierto, el amor que nos tuvimos cuando nos casamos hace veintiséis años, se desgastó, se petrificó, y se convirtió en una costumbre insuperable, en la maldita cotidianeidad que marchita cualquier intento de florecer, cualquier pasión bien intencionada. La inmundicia de lo cotidiano que resuelve la vida de la adrenalina y la aventura, y la reduce a un aburrido deambular por los pendientes triviales, por las obligaciones sin reconocimiento, por las responsabilidades iguales a las del resto del mundo.
Me dejas ahora, y ya no importa mucho. Como tú afirmas, quizá es la oportunidad de comenzar de nuevo, de buscar lo que hace años dejamos de poseer. La verdad yo dejé de ser mujer completa hace varios lustros. Efectivamente ignoré tus intereses, tus gustos, y los cambié por una maldita crema verde que me prometió la eterna felicidad. Qué ironía, envejecí igual que si no hubiera aplicado tantos menjurjes nocturnos a mi rostro, desarrollé varices a pesar de tantos tratamientos, se me colgaron los músculos y el pellejo, no obstante mi obsesión por la moda fitness y toda la parafernalia de los cuidados femeninos que tanto documenté en revistas de señoras, en charlas de café con mis amigas.
Es cierto, ninguna de costras –incluyo a mis amigas-, entendimos que las cremas y brebajes, no sirven para nada cuando no se alimenta el alma, cuando nos preocupa más una imagen jovial que, en nuestra necedad, olvidamos desaparecerá indefectiblemente. Olvidamos que debemos ser mujeres completas, con nuestro marido, si es que él también decide hermanarse con la vida, o si él, si se obstina como tú, solamente a hablar de cuentas, de control de gastos, de cumplimientos de obligaciones de manutención y tal.
Yo también me fui vaciando con tu indiferencia, con tu humor extravagante que solamente buscó agradar a los demás, con tu desinterés por mis cosas, mis ideas y hasta mis manías, con tu grosería de fumar en todas partes, tu inconsciencia de llegar borracho por las madrugadas. Yo no encontré una muchacha joven como tú, que ahora te arrastra al abismo de la negación de la senectud, yo lo que encontré fue algo más elocuente, y lo encontré hace poco, en el espejo, una mañana después del baño. Encontré una persona que se había cancelado por casi veinte años, ocupada en mantener listos los calcetines del señor, las camisas almidonadas, las tareas de los niños, el desayuno nutritivo. Encontré con horror a una mujer marchita que se había negado la posibilidad de tener una vida propia que incluyera a su familia, no una familia que excluyera su desarrollo individual.
Estoy satisfecha de mi trabajo como responsable de la casa, de mi desempeño como madre, de la dignidad de nuestro hogar. Pero me arrepiento una y mil veces de no haber leído más, de no haber descubierto más intereses profesionales, artísticos, placenteros. Me arrepiento haber dejado de asistir a tantos conciertos de la música que me gusta, de haber reprimido mi forma de ser en las reuniones sociales, para guardar mi imagen de gran señora recatada, me arrepiento, en fin, de no haber ido a ese campamento de supervivencia que solamente vi pasar, mientras me quedé en casa a doblar tus calzoncillos recién planchados.
Me dejas, está bien, no te reprocho nada, pues finalmente tus carencias son directamente proporcionales a las mías. Solamente espero que yo también pueda encontrar un nuevo inicio, una oportunidad de volver a comenzar, no en la aventura sexual como la que tu emprendes, sino en la situación personal que me permita recuperar un poco de lo perdido, un poco de vida en esta piel que finalmente sí envejeció, en esta máscara que se muere por sentir la pasión que representa estar viva una vez más.
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