“Cuando hacemos el amor mi esposa, mujer muy religiosa, grita: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío!’”. Eso comentó un tipo que bebía con sus amigos en el bar. Dijo otro: “Mi mujer grita al realizar el acto: ‘Oh yea! Oh yea!’. Y es que ve películas americanas”. Declaró un tercero: “Mi señora no grita a la hora del sexo. Únicamente pronuncia una palabra”. “¿Qué palabra es ésa?” -se interesaron los amigos. “Beis” -contestó el otro. “¿Beis? -repitieron los amigos sin entender-. ¿Qué quiere decir eso?”. Explicó el tipo: “Mi señora dice: ‘Beis. Creo que debemos pintar el techo en color beis’”.
La vecina del 14 le contó a doña Pasita: “Mi matrimonio se estaba yendo a pique debido a la rutina, pero mi marido y yo empezamos a salir cuatro noches por semana, y regresamos hasta la madrugada. Eso ha hecho que sigamos juntos”. Comentó doña Pasita: “Parece que las salidas les han dado buenos resultados”.
“Muy buenos -confirmó la vecina-. Mi esposo sale los miércoles y viernes, y yo los jueves y los sábados”.
El indignado cliente le reclamó al mesero del restorán: “¡Hay dos moscas en mi sopa!”. Contestó, impertérrito, el sujeto: “¿Y cuántas pidió el caballero?”.
El ejercicio de la política en México está alcanzando niveles de cloaca o albañal. Así lo muestra la postulación de Félix Salgado Macedonio como candidato de Morena a la gubernatura del estado de Guerrero. Cinco denuncias de mujeres por abuso sexual acumula ya ese individuo, y sin embargo el partido de López Obrador le entrega la candidatura. La presunción de inocencia no basta en este caso para justificar tal desmesura. Eso significa ignorar de plano, o despreciar, las demandas presentadas por las víctimas de Salgado, quien pese a las denuncias se muestra prepotente y altanero.
Ahora bien: es imposible que su designación se haya hecho sin el conocimiento y consentimiento de AMLO, de modo que a él ha de atribuirse directamente ésta que en lenguaje urbano se llamaría indignidad, y que en expresión de pueblo sería cochinada. Vamos de mal en peor, no cabe duda. Y todo indica que no tardaremos mucho en ir de peor a pésimo. Ésta no es profecía: es advertencia fincada en la observación de la realidad. La terca e insobornable realidad.
Doña Holofernes, la esposa de don Poseidón, le dijo: “Tengo el deseo de ir a Tierra Santa”. Declaró él: “Yo también siempre he querido conocer Saltillo”. “No -aclaró la señora-. Me refiero a los lugares donde vivió Nuestro Señor. Aprovecharíamos para viajar por Europa. Iríamos a Viena, capital de Australia; en Venecia pasearíamos en glándula, y veríamos si la Torre Eiffel está tan inclinada como dicen”. “Ese viaje costaría mucho -opuso don Poseidón, que como buen ranchero era conservador tratándose de los dineros-. Además no podemos dejar sola la granja”. “Me debes la luna de miel -replicó doña Holofernes-. La única que tuvimos cuando nos casamos fue ir a la nevería del pueblo y compartir un helado llamado ‘Tres Marías’, María y media para cada quién. En cuanto a la granja, la dejaríamos a cargo de Glafira, nuestra hija mayor, quien contaría con la ayuda de Pitongo el jornalero, que es joven y fuerte y tendría buen cuidado de todo”.
Hicieron el viaje, pues, que adicionalmente a la visita principal duró tres meses: uno en Europa y dos en Saltillo, donde hay más cosas que ver. De regreso en la granja don Poseidón le preguntó a Glafira cómo se había desempeñado el tal Pitongo. “Muy bien -le informó ella-. Hizo que las gallinas pusieran más, que las vacas dieran más leche, que los cerdos engordaran como nunca, y a mí me quitó aquellos incómodos malestares que me daban cada mes”. FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Iba la lechera con su cántaro al mercado.
En el camino pensaba que con el dinero que le darían por la leche compraría pollas que se harían gallinas y le darían más pollos. Los vendería y se compraría una vaca. La vaca le daría terneras, y con su venta se compraría una casa. Ya dueña de una casa no le sería difícil encontrar marido.
Un moralista escribió una fábula según la cual la lechera tropezaba, se rompía el cántaro y se perdía la leche, de modo que la muchacha veía frustrada su ilusión.
La realidad fue bien distinta. La lechera tropezó, es cierto, y se quebró su cántaro, pero de él salieron los pollos, las gallinas, la vaca, las terneras, la casa y el marido.
Allá en lo alto San Pedro le dijo con admiración al buen Señor:
-¡Qué lindo milagro hiciste!
-Sí -respondió él-. No me caen bien los moralistas.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS.
Por AFA.
“En producción de plata México figura entre los primeros países.”
Eso lo sabemos ya:
producimos mucha plata.
Pero aunque meta la pata
yo pregunto: ¿dónde está?
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