Estando en curso la tercera semana de la ofensiva militar israelí sobre el territorio de la Franja de Gaza, ha quedado claro que las palabras externadas por el ministro de defensa de Israel, Yoav Gallant, e inmediatamente secundadas por el Coordinador de Actividades del Gobierno en los Territorios (COGAT), Mayor General Ghassan Alian, dejaron de ser simple retórica y hoy trazan la estrategia ofensiva que se vierte sobre la “Prisión al aire libre más grande del mundo”.
“Estamos peleando con animales humanos” y “los animales humanos deben ser tratados como tal” son consignas que, más allá de suceder a la muy razonable ira que provocó el cobarde ataque sobre la población de Israel, parecen representar -después de dos semanas de su divulgación- “un nuevo error estratégico” al momento que estas palabras demeritan la importancia, y posición, que se le debe otorgar a un enemigo que es tan humano, como todo aquel sujeto que es capaz de buscar transitar de un estado de insatisfacción a otro de mayor bienestar.
Deshumanizar a un adversario, buscando con ello poder confinarlo en un microecosistema de naturaleza bacteriana, que debe ser exterminado, puede ayudar a sumar las voluntades de nuestros más próximos allegados. No obstante, y de forma simultánea, permite que ese supuesto “espacio bacteriano” sume para su propia causa a una mayor cantidad de allegados, dando, así, inicio a un ciclo de dolor y sufrimiento: desplazamiento masivo de inocentes, hordas de víctimas mortales y hospitales totalmente devastados.
Ludwig von Mises, en su introducción al estudio de la praxeología, busca esclarecer que el ser humano se distingue de cualquier otro mamífero (animal) por el hecho de que solo la raza humana tiene la capacidad de actuar: “Acción humana”. Asume que existen impulsos biológicos, involuntarios, que todo ser vivo es capaz de manifestar por mera subsistencia y, siendo exclusivo en el ser humano, se encuentra la innata disposición de poder identificar un malestar, visualizar una situación que sustituya dicho malestar y finalmente entrar en acción para suprimirlo. El actuar (acción) siempre implicará, para este economista, el medio a través del cual el ser humano busca dejar atrás un estado de insatisfacción.
De acuerdo con Mises (2011): “Tanto el asesino impelido al crimen por un impulso subconsciente, como el neurótico cuya conducta aberrante carece de sentido para el observador superficial son individuos en acción, los cuales, al igual que el resto de los mortales, persiguen objetivos específicos… Al actuar, no menos que los otros, también aspiran a conseguir determinados fines (mayor bienestar), aun cuando quienes nos consideramos cuerdos y normales tal vez reputemos, sin base, el raciocinio determinante de la decisión por aquellos adoptada y califiquemos de inadecuados los medios escogidos para alcanzar los objetivos en cuestión”. La praxeología no juzga la motivación del individuo, simplemente observa que el hombre, en su afán por transitar a un estado de mayor bienestar, siempre estará en acción.
El Estado de Israel, no puede darse el lujo de prescindir de esta máxima praxeológica. Sin embargo, lo hizo cuando olvidó que eran seres humanos, como ellos, los que buscando suprimir un endémico estado de malestar fueron capaces de exhibir una temprana y agresiva movilización (acción) que Israel finalmente decidió ignorar. Ver: https://edition.cnn.com/2023/10/13/politics/us-intelligence-warnings-potential-gaza-clash-days-before-attack/index.html
Una distracción que solo puede atribuirse a un Estado de Israel que parece haber olvidado que la “acción”, temprana o tardía, es una virtud que distingue al “hombre humano” de los “animales humanos”. Al saber que tratamos solo con seres humanos, negociar con ellos -o contenerlos por los medios necesarios- resultará ser una labor más sencilla y no tan costosa.
Israel, como sociedad, ha recuperado desde finales del año pasado una añeja discusión con la que el filósofo Karl Popper nos advierte sobre una paradójica situación que enfrentan las democracias. De acuerdo a Popper, es al momento que la voluntad popular busca elegir a un gobernante dando respuesta a la pregunta ¿quién debería gobernar?, cuando dicho electorado suele descuidar el hecho de que nadie es lo suficientemente virtuoso como para no caer en el exceso, o hacer manejo de un mal gobierno.
Benjamín Netanyahu, un veterano de la guerra de Yom Kippur y hermano de uno de los héroes más reconocidos de su país, Yonatan Netanyahu, ha logrado en tres diferentes períodos (desde 1996) ser ese virtuoso líder, elegido por la voluntad popular; que, sin embargo -y a ojos de sus gobernados-, parece finalmente haber caído en el exceso, y mal gobierno, que paradójicamente puede atrapar a las democracias tradicionales.
“¿De qué forma podemos organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o incapaces no puedan ocasionar demasiado daño?” (Popper, 2006, p. 137); será, para Popper, el cuestionamiento que irremediablemente deberá ser planteado; si lo que se quiere es restaurar tal paradójica y nociva realidad. Un cuestionamiento -de mayor profundidad- que, hasta el inicio de las recientes hostilidades entre Israel y la Franja de Gaza, había logrado consumir la energía, tiempo y concentración de una sociedad y gobierno (de Israel) que, buscando su bienestar, gradualmente se alejó de sus más perennes ansiedades.
Netanyahu siempre ha logrado presentarse, ante los ojos de su pueblo, como la mejor respuesta a la pregunta ¿quién debería gobernar? Encumbrado, después la muerte del constructor del proyecto de paz árabe-israelí, Yitzhak Rabin (1995), y habiendo condenado el error estratégico que representaba el repliegue de Israel de Gaza, en 2005, su figura logró materializar lo que Popper define como: el “gobernante nato”; “los mejores”; “los más sabios”; “quien domine el arte de gobernar”.
No obstante, solo bastaría con anunciar una serie de reformas al sistema de gobierno de su país (los mecanismos democráticos de contrapeso) para que su electorado se abalanzara sobre esta figura -líder- que, como lo advirtió Popper, no resultó ser para su pueblo lo suficientemente “bueno”, sabio” o “el mejor”.
Benjamín Netanyahu fue elegido primer ministro de Israel en noviembre del año 2022, tan solo un año después de haber culminado doce años de servicio en este mismo cargo. Habiendo alcanzado el triunfo electoral gracias al apoyo de una coalición con grupos (considerados en su país) ultraconservadores y de extrema derecha (obteniendo una mayoría parlamentaria), su gobierno inmediatamente anunció una serie de reformas cuyo objetivo sería restringir el alcance y facultades del poder judicial.
Sería el pasado mes de julio cuando el parlamento de Israel (Knesset), después de aprobar dos reformas de ley, contribuiría a propulsar un descontento social que pudo sumar la voluntad de todos los sectores de la sociedad de Israel. Esto es, se gestó al interior del país -y en los Estados Unidos- una movilización general que fue capaz de unir las demandas de ciudadanos árabes, Ashkenazi (judíos de origen europeo) y Mizrahi (judíos originarios del norte de África y Oriente). Un hecho, que no solo dotó de fuerza a estas multitudinarias movilizaciones, sino que logró convocar a miembros activos del propio gobierno.
Así, una reforma que próximamente buscará extender el número de poblaciones de Israel que podrán seleccionar discriminatoriamente a quienes forman parte de su comunidad (que afecta a los ciudadanos árabes y Mizrahi), y una reforma que despoja al poder judicial de la facultad para bloquear o revertir decisiones del primer mandatario, y otorga al ejecutivo un poder discrecional para alejar de su cargo a figuras como el fiscal general (de interés para los Ashkenazi), fueron el detonante para que un Israel de diferentes rostros finalmente se animara a cuestionarse: ¿qué instituciones políticas merece Israel para impedir que los gobernantes malos o incompetentes nos hagan demasiado daño?
El resultado de esta dinámica disruptiva la conocemos todos: un gobierno totalmente concentrado en controlar y apaciguar unas manifestaciones que, en lo sustantivo, lograron provocar la parálisis del aparato de seguridad y defensa y, de forma simultánea, la exposición mediática de una heterogénea sociedad de Israel que por años ha buscado hacer desaparecer la brecha social que aún existe dentro de su territorio.
Israel se encuentra inmerso en una etapa de su historia que marcará ruta hacia un futuro más desafiante. Una distracción (justificada o no) que detonó un conflicto que nunca debió escalar a los niveles en que hoy se encuentra, ha sido capaz de avivar un espíritu solidario que suelen experimentar de manera interina todos aquellos que hemos sido víctimas de ataques armados, desgracias sanitarias o desastres naturales.
El desafío inmediato para Israel será resolver de manera humanitaria un problema que pudo imaginar y consecuentemente prevenir; y, una vez finalizando este sangriento conflicto, podrá retomar la dinámica de una sociedad cuyo espíritu de emergencia se habrá desvanecido, y donde la lucha por construir un gobierno, al servicio de una sociedad multicultural, se apoderará nuevamente de la agenda política nacional.
Podemos decir, -de manera preliminar y después de una labor titánica de síntesis-, que la desgracia que hoy cubre al Oriente Próximo parece encontrar parte de su justificación en dos imprescindibles parámetros: un Israel cuya visión estratégica se aletargó por un explosivo desconcierto político-social y, no de menor importancia, la existencia de una vigorosa sociedad palestina que hoy se encuentra atrapada por un movimiento (Hamas) que ha hecho de la Franja de Gaza el “cementerio al aire libre más grande e indignante del mundo”.
Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto | Aviso de Privacidad
Reservados todos los derechos 2024 |