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Columna:

De política y cosas peores

Molinos de viento

2020-04-04 | 08:50 a.m.
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El recién casado le comentó a su padre: “Mi mujer es muy reservada en la cuestión del sexo. Hasta parece monja’’.


Replicó el señor con infinita tristeza: “Entonces yo estoy casado con la madre superiora’’...


“¡Qué bien cantas!” -le dijo en una fiesta el muchacho a la muchacha. “Y eso que tengo laringitis” -respondió ella. Bailaron luego, y él le dijo, admirado: “¡Qué bien bailas!”.


“Y eso que tengo pies planos” -contestó ella. Fueron luego los dos a un lugar más íntimo. Terminada la acción que ahí los había llevado dijo él, gratamente sorprendido:


“¡Qué bien haces el amor”. Reveló la muchacha: “Y eso que tengo herpes”...

Doña Moneta, nueva rica, no entendía mucho de arte. Conversaba con su flamante amiga, la señora De Altopedo, y ésta le dijo: “Ahora me dedico a la pintura. Estoy pintando una naturaleza muerta”. Arriesgó doña Moneta, cautelosa: “¿Un retrato de tu esposo?”...  “¡Quita las manos de ahí! -le exigió la indignada muchacha a su ardiente y ávido galán. “Perdóname, Rosibel -se disculpó el muchacho-. Es que estoy ciego de amor por tí, y ya sabes cómo se nos desarrolla a los invidentes el sentido del tacto”...


Un señor le dijo al consejero matrimonial: “Me preocupa mucho la felicidad de mi mujer, doctor”. “Eso está muy bien -lo felicitó el profesional-. Preocuparse por la felicidad de su pareja es signo de amor y madurez. Qué bueno que le preocupe a usted la felicidad de su esposa”. “Sí -confirmó el señor-. Ya contraté a un detective para que la vigile y averigüe la causa de su felicidad”...


La carretera llamada La Rumorosa, entre Tijuana y Mexicali, o viceversa, es una de las más bellas de México. El camino va por un paisaje que se diría lunar, entre altas piedras de tonos ocres que cuando el viento pasa a través de ellas producen un susurro musical que el viajero puede escuchar en algunas ocasiones. De ahí el nombre de la vía: La Rumorosa.


Muchas veces he pasado yo por esa carretera y he visto los molinos de viento -así les dicen- que giran y giran para generar energía eléctrica. Ignoro quién los puso ahí y a quiénes beneficia su funcionamiento, pero puedo decir que lejos de afear el paisaje lo embellecen, pues no son armatostes o adefesios sino estructuras gráciles de color blanco que destacan contra el azul del cielo y rompen la monotonía del panorama. No contaminan, antes bien sirven para evitar la contaminación que causan otras formas de producir energía.


Pienso que se equivoca el Presidente López Obrador cuando expresa hostilidad hacia ese moderno medio de generar electricidad. Al hacerlo parece favorecer a los pasados tiempos y oponerse a los avances de la ciencia y la tecnología.


En ese renglón -y en otros muchos- AMLO se muestra más conservador que aquéllos a quienes llama sus adversarios.


El cuento que ahora sigue es de color subido. Las personas con repulgos de moralina no deberían leerlo.


Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le dijo a una hermosa y avispada chica: “Vamos a mi departamento”. Ella, que conocía el abecedario sexual de la A a la Z, accedió a la invitación.


Cuando llegaron al departamento la muchacha le dijo a Afrodisio: “Tengo curiosidad de ver cómo metes la llave en la cerradura”. “¿Por qué?” -se extrañó Pitongo. Explicó ella: “Eso me dice mucho acerca de la forma en que actuará en la cama el que me invita.


Si introduce la llave con fuerza, tal cosa significa que es hombre viril y apasionado. Si lo hace con suavidad, eso quiere decir que es un amante delicado y tierno. A ver: introduce la llave”. “Espera un poco -le pidió Afrodisio-. Antes de introducir la llave siempre acostumbro darle unos besitos a la cerradura”... (No le entendí)... FIN.


MIRADOR.


Por Armando FUENTES AGUIRRE.


San Virila salió de su convento. Iba al pueblo a pedir la limosna de los pobres.


En el camino vio a un niño que lloraba desconsoladamente al pie de un árbol: los muchachos le habían quitado su gorra y la habían arrojado a la más alta rama. 


El frailecito hizo un movimiento con su mano. Los rayos del sol que jugaban en la fronda formaran una escala. Por ella subió Virila y le bajó su gorra al niño.


-Muchas gracias -dijo éste. Y se alejó.


San Virila sonrió al ver la naturalidad con que el pequeño recibió el milagro. Si los aldeanos hubiesen visto aquello habrían caído de rodillas entre gritos de admiración y asombro.


Mientras seguía su camino iba pensando San Virila que para los niños no hay milagros porque ellos no han olvidado todavía que todo en el mundo es un milagro.


¡Hasta mañana!...


MANGANITAS.


Por AFA.


“... Exceso de perros callejeros en la Ciudad de México...”.


Viendo a un “tránsito” falaz


decía cierto señor


con infinito rencor:


“Hay otros que muerden más”.

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