Entre las múltiples actividades que trajera consigo con el movimiento portuario, ferroviario, comercial y aún social, el desarrollo económico generado a principios del siglo pasado en la otrora villa de Puerto México; fue volviéndose indispensable la labor artesanal del impresor de diferentes formatos, reproducidos en sinnúmero de ejemplares mediante aplicación sobre unos folios de papel, y los que servirían para llevar a cabo trámites y el registro de datos.
A medida que las casas de negocios fueron incrementando sus ventas y ampliando el marco de proveedores, se hizo necesario -como rasgo de fortaleza y credibilidad- utilizar hojas del papel membretado para dirigir su correspondencia, consignando además de la razón social y domicilio, su giro operativo y el propietario responsable; e incluso estamparse en la parte correspondiente al remitente a los sobres, de tamaño carta u oficio, utilizados para el envío.
E igualmente, si se requería expedir toda clase de comprobantes para facturar, las notas de remisión, notas de venta en mostrador, recibos de caja, etc., así como otro distinto tipo de documentos usuales: conocimientos de embarque, reportes de almacén, los cuales podrían ir hasta firmados y sellados. Lo mismo deben haber sido formuladas tarjetas personales de presentación, recetarios médicos, talonarios de rifas, o sencillas oraciones piadosas.
Para la elaboración de esta clase de formularios en esa época, se ha tenido conocimiento de que entonces fueron funcionando localmente varios talleres de impresión mecanizada, y los cuales contaban siempre con bastante trabajo en vista de la demanda existente por encargos de invitaciones a distinto tipo de ceremonias y festejos, bolos de bautizo, primera y segunda comunión, o también los carteles promotores de deportes, bailes y divertimientos artísticos.
Aparte de la imprenta del señor Natividad Chablé, en el transcurso de la segunda década del siglo XX había en su establecimiento El Arca de Noé la de don Rosalino Palma ubicada en los bajos de lo que era casa de huéspedes La Central, sobre la segunda calle Corregidora; ahí se editaba precisamente el controvertido periódico semanario El Istmo que vino a dirigir el jaltipaneco Eulogio P. Aguirre, un recordado cronista más conocido como Epalocho.
Otros inquietos ciudadanos como don León Malpica, don Antonio Garza Ruíz, don Manuel Ramos y el tenaz don Juvenal Álvaro Vidal Hernández (+ 2008) asimismo contaron con los implementos necesarios para reproducir, mediante el mecanismo de la impresión aplicando la tinta oleosa sobre los tipos para transferirla en el pliego por presión, y llegaron a publicar semanarios conocidos como El Observador, Diario del Istmo, El Zopilote, y La Nigua.
Por su parte, habiendo llegado de Cuba el año 1920, don José Vicenté Valdés hace apertura en la segunda calle Juárez de una papelería e imprenta denominada desde entonces El Lápiz Rojo y que para después de 1923 se cambia a la tercera de Corregidora donde se preparaban en exclusiva los programas de las funciones del antiguo Cine Lux; ya más tarde, trasladada a la tercera de Hidalgo, la tal imprenta sería atendida luego por sus hijos Germán y Alberto.
Además, dicho emprendedor porteño se ocuparía en ser el editor de un diario llamado “El Juvenal”, primero que se funda en nuestra ciudad, cuya duración, tiraje o distribución ahora se desconoce; de igual modo, de las prensas de El Lápiz Rojo cada semana salían impresos
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en el año 1922 los ejemplares del periódico llamado El Escolar que los alumnos cursando el quinto año de primaria en la escuela “Carlos A. Carrillo” se encargaban de redactar el texto.
Allí se podían atender los pedidos hechos al elaborarse boletas de calificación y certificados de enseñanza primaria, o un curso especializado, bandas de listón ancho y rotuladas para las madrinas de equipos deportivos, distinción a jóvenes como las representantes en concursos, e incluso por un motivo con sentido luctuoso; a la vez que los ‘volantes’ en media carta con mensajes sucintos destinados a propósitos comerciales, o fines de propaganda política.
Del mismo modo sucedía cuando se anunciaban en grandes posters murales, que aparecían fijados con engrudo en las paredes, el calendario de los divertidos actos del carnaval y los festejos patrios septembrinos; que interesados veíamos desde chicos para enterarnos de las fechas y horarios en que habrían de efectuar regatas, el ‘palo encebado’, paseo de carros alegóricos, bailes populares, la ceremonia del ‘Grito’, o el impresionante desfile militar.
Ni qué decir de todo el cuidado y la limpieza, si se trataba de escoger las participaciones de enlace matrimonial con toda la prevención para que, al ser entregado el trabajo, se pudieran repartir llevándolas personalmente al domicilio de familiares, padrinos, amistades y vecinos elegidos en compartir el festejo especial preparado, al ser los acompañantes precisamente de poder testimoniar un acto de tanta trascendencia en la sociedad provinciana del puerto.
Durante la época decembrina, se volvió tradicional llevarse a cabo el intercambio social con las tarjetas de felicitación. que se mandaban a imprimir por finalizarse el año, prefiriéndose la dedicatoria del gusto de uno acompañando al típico motivo de la viñeta; y era bonito ver después las que eran recibidas quedasen colocadas entre las luces de colores y esferas sobre las ramas del arbolito navideño, todo lo cual formaría parte de un ambiente fraternal.
Entre toda esta clase de labores tipográficas de suma utilidad en otros tiempos, de hecho, ya prácticamente obsoleto por la falta de consumo, quisiera resaltar algo en particular más que nada dado el contenido cultural, y son los ‘programas de mano’ que aún se acostumbran dar a los asistentes a una interpretación artística, a la llegada o entrada al espacio previsto para la función de teatro, del ballet o el concierto, con la orquesta sinfónica o filarmónica, etc.
Si se conserva como un recuerdo de la brillantez habida en determinada ocasión, se vuelve un documento que consigna para la posteridad la denominación del espectáculo, el nombre entonces de las principales intervenciones, el director y el concertista, con semblanza sobre trascendencia de la obra y las referencias biográficas más interesantes de su autor; además el anuncio y lugar del recinto, aparte de la fecha y hora del evento, incluso el patrocinador.
El empleo de estos ‘programas de mano’ le sirven de guía a la concurrencia para saber del episodio que se desarrolla, el apelativo de los artistas que en el escenario le dan vida a cada personaje y, de ese modo, permite captar una mejor comprensión del mensaje intrínseco de la representación; por lo que al salir se lleva buena impresión de lo que acaba de presenciar y con mejor conocimiento de causa podrá hacer comentarios sobre el desempeño en la obra.
En nuestro medio citadino se acostumbró entregar en las velada literario-musical llevadas a cabo gustosamente como un homenaje a las Madres del estudiantado, o en los festivales del ‘fin de cursos’ para los egresados del sexto año, y en el aniversario de los planteles, donde alumnos de ambos sexos lleven bastante colaboración ya fuera recitando poesías alusivas, o al ejecutar los bailables regionales, arduamente ensayados con una suficiente anticipación.
O, sobre todo, se agradece tenerlos disponibles cuando se trata de una escenificación teatral y, máxime, si está a cargo de una compañía foránea, venida en gira artística desde la capital del país, para lograr reconocer ‘en vivo’ a los actores preferidos la más de las veces vistos a través de ‘la pantalla chica’ o el cinematógrafo; pudiendo ahora sí valorar su presencia y la capacidad histriónica que poseen al natural, sin los artificios de la tecnología med
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