Babalucas necesitaba un traje, y no tenía con qué comprarlo. Se armó de una pistola, entró en una tienda de ropa para caballeros y amenazó con ella al propietario. "Deme un traje o le daré un balazo". Al de la tienda no le gustaba que le dieran nada, pues eso lo comprometía.
Así, tomó un lujoso traje y se lo entregó a su asaltante. Le dijo con temblorosa voz: "Es el mejor que tengo. Cuesta 100 mil pesos". Preguntó Babalucas, alarmado: "¿No tiene algo más barato?"...
A propósito de la forzada visita de López Obrador a Trump diré que el país más poderoso del mundo no es Estados Unidos, ni China o Rusia, y ni siquiera Guatemala. Esto último lo digo porque un buen amigo chapín me preguntó una vez con la mayor sinceridad: "Y dime, Fuentes: ¿qué sienten ustedes los mexicanos viviendo entre dos potencias mundiales?".
La nación más poderosa del planeta es México. Ni siquiera los gobiernos más ineptos o corruptos se lo han podido acabar desde que salió al destierro don Porfirio Díaz, de quien muchas cosas se podrán decir, menos que era corrupto o inepto.
Los mexicanos llegamos a desarrollar una especie de cinismo por el cual nos resignábamos a que los gobernantes metieran mano en los dineros públicos con tal de que llevaran a cabo obras de beneficio colectivo.
Decíamos: "Que roben, pero que hagan". Y robaban, es cierto, pero hacían. Los gobiernos priistas no se caracterizaban precisamente por su honradez acrisolada, pero realizaron una obra que acercó a México a la modernidad en renglones tales como la electrificación, la salud, la educación, el petróleo, la industrialización, etcétera.
Lejos de mí la temeraria idea de sentir nostalgia por esos regímenes que tanto daño hicieron también a la nación, sobre todo en materia de democracia. Me limito a compararlos con el gobierno actual, que ciertamente hace mucho énfasis en la honestidad, pero poco o ninguno en la eficiencia.
No se trata de escoger entre uno y otro bien. Deberíamos pedir lo mismo que el Oaxaquita, querido músico callejero de Saltillo. Las familias lo invitaba a entrar en sus casas después de oírlo tocar en su violín "Las mañanitas" al cumpleañero o cumpleañera, y le preguntaban: "¿Qué quiere usted, Oaxaquita: desayunar o almorzar?". Respondía él bajando la cabeza, humilde: "Las dos cositas".
También nosotros deberíamos exigir lo mismo al actual gobierno: eficiencia y honradez al mismo tiempo. Pero parece que no podemos tener las dos cositas.
Un cura y un rabino, amigos entre sí (cuando no hay intolerancia, fanatismo o ignorancia puede haber buena amistad y respeto entre los miembros de distintas religiones), desayunaban en una cafetería. El sacerdote pidió huevos con tocino. Le dijo a su amigo: "Ustedes no comen tocino ¿verdad?". "Nos está vedado" -contestó el rabino. "Lástima -comentó el otro-. Es muy sabroso".
En eso pasó junto a ellos una linda muchacha. El rabino le preguntó al cura: "Ustedes no pueden tener trato con mujer, ¿verdad?". Con las mismas palabras de su amigo respondió el presbítero: "Nos está vedado". "Lástima -ponderó el rabino-. Es muchos más sabroso que el tocino"...
A este propósito vuelvo a recordar las palabras que dijo doña Rosa, campesina del Potrero de Ábrego, a su nieta que se iba a casar. La notó inquieta, desasosegada, y le preguntó la causa de su nerviosidad. Respondió la ingenua chica, vacilante: "Es que no sé lo que los hombres y las mujeres hacen el día que se casan". Le preguntó a su vez la abuela: "¿Te gusta el requesón con miel espesa?". Diré de paso que ése es el postre más rico que en el rancho se hace. Replicó la muchacha: "Me gusta mucho. Es muy sabroso". Concluyó doña Rosa, terminante: "Pos lo otro es más mejor". FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
San Virila salió de su convento. Iba a la aldea a pedir el pan para sus pobres.
En el camino vio a un hombre y a una mujer que llevaban a sus dos hijos de la mano, un niño y una niña.
El padre de las criaturas conocía a San Virila. Sabía que era humilde y bueno. Le pidió entonces:
-Haz un milagro que divierta a estos pequeños.
San Virila sonrió. Hizo un ademán y la senda se llenó de conejitos, ardillitas, venaditos y toda suerte de graciosos animales que hicieron saltar de gozo a los pequeños.
El hombre, agradecido, le dijo a San Virila:
-¡Qué gran milagro hiciste!
Respondió el santo:
-Tú y tu esposa hicieron dos milagros aún más grandes, y ni siquiera se han dado cuenta todavía.
¡Hasta mañana!...
Manganitas
Por AFA
"...Una mujer amenazó a su esposo con irse de la casa...".
Muy acostumbrado a esas
amenazas sin sentido
contestó al punto el marido:
"Promesas, puras promesas".
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