México padece los momentos más oscuros de su historia por una vieja aflicción: la adicción al dinero fácil.
La idolatría nos viene de atrás y nos viene de lejos: de Tezcatlipoca al Chapo, el afán de riqueza —y el poder que conlleva— nos ha envenenado al alma. Los ciclos históricos no han logrado aliviar la ambición que nos consume.
Tezcatlipoca era el dios de la oscuridad. También de todo lo material. Era un dios venerado y temido. Todo podía darlo y todo podía retirarlo. Era dueño de la noche. Poseía un espejo humeante que muestra a su hermano, Quetzalcóatl. Él se ve humano, bebe y enloquece. La magia de la oscuridad ha triunfado. Quetzalcóatl se va y advierte que volverá en una fecha precisa: 1519.
No vuelve, pero el hechizo del espejo humeante vuelve a prevalecer. Los conquistadores llegan sedientos. De gloria y de futuro, sí, pero sobre todo de riqueza. Cuando Cortés escucha de la inmensa riqueza del rey azteca, Moctezuma, ya no da marcha atrás. Con 500 hombres y apenas una veintena de caballos emprende una aventura colosal. Casi fracasa.
La noche de su derrota en Tenochtitlán la maldición muestra, otra vez, su rostro. Los españoles salen despavoridos del sitio con que los atenaza el ejército azteca. Muchos de ellos mueren ahogados en los canales de Tenochtitlán. Se han hundido para siempre bajo el peso del oro que no pueden abandonar.
Cuatrocientos años después, el más sanguinario de los generales de la revolución muere de manera idéntica. Rodolfo Fierro se ahoga por el peso del oro que lo encadena en su ambición y cuyo caballo es incapaz de sostener.
La revolución triunfa bajo el genio militar de Álvaro Obregón. Funda una cultura política: no hay general, advierte y atina, que soporte un cañonazo de 50 mil pesos. No hace más que seguir el olfato del dictador a quien han derrocado. Díaz decía: perro con hueso en la boca, no ladra.
La fundación del PRI, advierte Gabriel Said, no sólo prolonga la sed por la riqueza rápida y sencilla. Hace algo peor: la institucionaliza.
La tragedia no cesa. Con la llegada de los civiles, se hace frase común en el alemanismo: “Vamos a romper la piñata a ver qué nos toca”.
López Velarde, había advertido de la adicción mexicana. Visualizó que el petróleo sería, a la vez, riqueza y perdición. Los veneros del diablo, les llamaba.
Las alternancias no trajeron un cambio sustantivo. Los primeros gobiernos de la democracia toleraron la podredumbre en los estados, en los municipios y en sus propias trastiendas.
Hoy, la maldición continúa: López Obrador cobija a ladrones bajo la misma lógica de Franklin D. Roosevelt, a quien admira: son corruptos, pero son mis corruptos.
Está haciendo algo más. Extendió el espejo humeante a una nación necesitada y hambrienta. Al darles transferencias sin contraprestación a millones, fomenta la adicción perpetua: venga el dinero fácil.
Los lamentables escándalos del presidente del PRI; el pasado nefasto de otros líderes opositores, nos alertan sobre el futuro.
Nada va a cambiar mientras no se rompa la adicción al dinero que genera clasismo, desigualdad y agandalle. El narco se nutre de ese hechizo. Buena parte de las empresas monopólicas, también.
Hace falta un acuerdo nacional en favor de la honradez, la decencia, la educación y la ley.
Es eso, o seguirnos resignando a vivir bajo la dictadura de Tezcatlipoca.
@fvazquezrig
/ct
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