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Por José Manuel Melo Moya
Columna:

Kissinger el realista, ni héroe ni villano

2023-12-13 | 05:13 p.m.
Kissinger el realista, ni héroe ni villano
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“¿Quieres respuestas? Tú no puedes con la verdad… yo tengo una responsabilidad mucho más grande de lo que puedes imaginar… tú solo posees el privilegio de no saber lo que yo se… y mi existencia por grotesca e incomprensible que te parezca salva (nuestras) vidas”. Coronel Jessup (Jack Nicholson), “A Few Good Men” (1992).

El pasado 29 de noviembre murió a los cien años de edad Heinz Alfred Kissinger. Una emblemática figura -mejor conocida con el nombre de “Henry Kissinger”- cuya sola existencia representa para los Estados Unidos uno de los mayores legados que la historia diplomática y estratégica de aquel país haya podido conocer. 

Sea por su participación en la construcción y mantenimiento de un orden global hegemónico, que logró sumar para su causa a una China -cuya importancia táctica e ideológica contribuyó con acelerar el final de la guerra fría-, o por ser señalado como el artífice de graves tragedias humanitarias en las geografías de Asía, África y el Cono Sur guiado por motivaciones de seguridad, la figura de Kissinger -sea laureada o impugnada- permanecerá indeleble en el ADN de una Norteamérica que, bajo su visión, logró florecer como la primera potencia mundial que hoy todos conocemos.

Siendo el único asesor en seguridad que ha logrado contribuir ininterrumpidamente con doce titulares de la Casa Blanca (incluyendo a Joe Biden), y cuya máxima responsabilidad la encontró como Asesor de Seguridad Nacional y secretario de Estado con el presidente Richard Nixon, la admiración y odio que este personaje evoca, en cada rincón del planeta, solo pueden ser entendidos a plenitud si se le observa a través del prisma de un hombre cuya disciplina intelectual le llevó a entender que toda política de Estado, -exitosa-, siempre estará en tensión con los preceptos morales que dan guía al individuo: cuarto principio de la escuela política realista.

“Mientras el individuo tiene el derecho moral de sacrificarse así mismo en defensa de la libertad, el Estado no tiene derecho de permitir que su desaprobación moral a una violación de la libertad interfiera en el resultado exitoso de una acción política inspirada en el principio moral de la supervivencia nacional”. (Morgenthau Hans, 1986, p.21.)

Kissinger, como hombre de Estado, y no sin antes violentar severamente el principio moral más fundamental como lo es la libertad, permitió a su país salir -tardíamente- de la guerra de Vietnam (con un Premio Nobel en la mano), integrar a China dentro de la cosmovisión del orden capitalista, iniciar con los soviéticos la política de distensión nuclear y, más que conveniente, sacar a Moscú del Medio Oriente por un periodo que se prolongó por cuatro décadas (hasta la aparición de Vladímir Putin).

Además, y de mayor impacto para sus detractores, hizo del poder, la conspiración y el uso de los medios informativos un arte, considerado “cínico”, con el que hasta hace un par de años había logrado desdibujar de nuestras mentes la figura de los Estados como la mayor amenaza existente para la seguridad global.

Si algo pudo alcanzar este polémico académico, y estratega realista, fue demostrar la validez empírica de dos certeras pero contradictorias realidades: primero, si bien no es posible ir en contra de la imperfecta y egoísta naturaleza humana, esta si puede ser dirigida hacia la construcción de un orden global de intereses “no compartidos” pero si “en equilibrio”; segundo, el precio de doblegar la ética moral ante una moral que solo se filtra a través del interés del Estado siempre provocará el sufrimiento y desgracia de aquellos jugadores que menos importancia tienen en el tablero de la política internacional. Sobre la validez de esta última aseveración habría que preguntar su opinión a los pueblos de Ucrania, Yemen, Nagorno- Karabakh y Palestina. 

Kissinger deja como máximo legado a una portentosa Unión Americana en cuya sombra, sin embargo, siempre se proyectará el rencor y sufrimiento de millones de seres humanos. Dos emociones que este personaje decidió ignorar, o pormenorizar, al momento de buscar materializar su ideario post-Napoleónico de lo que significa ser un “hombre de Estado”. Lo anterior, en tributo al Príncipe von Metternich de Austria y su destreza manipulativa durante el período conocido como el “concierto de Europa”.

Prueba manifiesta de esta indiferencia a la censura de sus actos la podemos encontrar en la famosa respuesta que años atrás dio a un alumno, cuando lo cuestionó sobre su legado: “No estoy preocupado por mi legado… realmente no pienso en ello, ya que las cosas están en constante cambio. Uno solo puede hacer lo que está al alcance de sus posibilidades, así es como yo evalúo mis acciones”.

Para Kissinger el masivo bombardeo sobre Cambodia, cuyo único pecado sería compartir frontera con Vietnam, la masacre por parte de Paquistán (con armamento americano) dentro del hoy territorio de Bangladesh, el asalto armado de Indonesia (con apoyo americano) al territorio de Timor Oriental así como el asesinato y golpe de estado perpetrado a Salvador Allende (en Chile), representan parte del precio que, “en votos de silencio”, tuvo que pagar en nombre de lo que él siempre consideró el bienestar y seguridad de los Estados Unidos -y de toda una ideología-.

Si bien proclama un gran adeudo con la historia, Henry Kissinger merece ser distanciado de esa fórmula binaria que suele calificar a los hombres bajo el título de héroes o villanos. Basta retomar las lecciones ofrecidas por Hannah Arendt y sus postulados sobre la “banalidad del mal” para entender que muchas veces los hombres que cometen actos atroces simplemente están actuando en nombre de un sistema que les dio un sentido de pertenencia.

El legado de un inmigrante

Henry Kissinger, como un niño judío alemán, vivió la experiencia de ver en las calles el patrullaje de las juventudes nazis. Habiendo abandonado su patria como adolescente y pudiendo regresar años después como un joven soldado americano, a una Alemania derrotada, ocupada y desangrada, quiso entender tempranamente que el idealismo ideológico fue el responsable de provocar una guerra que le hizo perder su hogar. Un hecho que se prometió a sí mismo no volvería a experimentar, ahora desde una cosmovisión realista y arropado por un nuevo hogar que le dio asilo, estudios (en Harvard) y una gloria que siempre exaltará la virtud de los inmigrantes.

En este espacio, como ha sido regla general, nos alejamos de esa incisiva pretensión de buscar calificar a los hombres de Estado como héroes o villanos. A través de una visión netamente realista, y sin desconocer los costos que siempre mancillarán el legado de Kissinger, ofrecemos a cambio la imagen de un estadista que hasta el último de sus días fue de gran utilidad para los intereses de Washington.

Siendo, hasta hace unos meses, el encargado adlátere de mediar entre su país y la China comunista de Xi Jinping -lugar donde siempre lo recibieron como una celebridad-, Kissinger dedicó sus últimos años de actividad intelectual al estudio de un sistema internacional cuya pluralidad cultural representaba, en su opinión, el germen de los conflictos globales en curso y de los que están por venir.

Como parte de sus reflexiones en el libro titulado “World Order”, publicado en el año 2014, a modo de secuela de una sus más emblemáticas obras, “La diplomacia”; este autor nos advierte que solo a través de un orden global, capaz de conciliar experiencias históricas y visiones filosóficas divergentes, países como China -principalmente- lograrán otorgar legitimidad a un sistema internacional que esté distante de todo conflicto. Para Kissinger las cruzadas ideológicas globales, que han estado patrocinadas por una sola visión del mundo, son las responsables de haber impedido la construcción, hasta ahora, de un auténtico orden global.

Definiendo al “orden global” como un sistema de Estados en el cual todos sus integrantes deben someterse a un conjunto de reglas que sean aceptadas y legitimadas por consenso, Kissinger sostiene que el actual problema de los Estados Unidos (y del orden global que promueve) se ubica en su incisiva pretensión de querer inculcar en China (principalmente) la aceptación de una serie de principios que han mostrado estar en conflicto con su cultura, experiencia histórica y posicionamiento filosófico.

Esto es, solo con un orden global que se apoye de un conjunto de reglas que sean aceptadas por legítimo consenso, Estados Unidos podrá sumar para su universalista causa de la “paz mundial” a la segunda nación más poderosa del mundo y primera amenaza al régimen internacional vigente: China.

Sea visto como héroe o como cínico villano, Kissinger es el artífice de una Unión Americana cuyo poder, mientras dure, cohabitará con un arraigado sentimiento de repudio. Un legado que podría ser capaz de modificar -post mortem- si algún día los Estados Unidos finalmente construyen un orden global donde Beijing y Washington sean los principales protagonistas.

¿Y Rusia? Simplemente aprovechándose de esta muy lucrativa rivalidad.


José Manuel Melo Moya. 

Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ganador de la “Medalla al Mérito Universitario”.

Posee diplomados en análisis económico, inteligencia y estudios prospectivos por la Organización de los Estados Americanos (OEA), Escuela de Inteligencia Antidrogas (Colombia) y la UNAM.

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