Se contaban por miles y con seguridad sumaban millones los terrícolas que esa noche del jueves 4 de enero de 2016, miraban atónitos al cielo. Cerca de las nueve, se encendió la primera luz: era como un gran plato que destellaba una deslumbrante estela. Antes de las diez, parcialmente se le fueron uniendo otros círculos iguales que finalmente formaron una inmensa cruz, que, a pesar de hallarse a 500 mil kilómetros de distancia de la Tierra, se podía apreciar perfectamente desde tres cuartas partes del planeta. No cabía duda de que así estaba planeado, nada en este encuentro era casual y así lo constataba Carlos Loret de Mola en su noticiero nocturno. Como sucedía desde hacía dos años, su programa estaba enlazado al de las principales capitales del mundo y todos coincidían con la transmisión de Carlos: “Señoras, señores, por fin ha sucedido. El tan comentado y esperado encuentro de los mundos hoy es un hecho. La profecía Maya se cumplió: los seres de las estrellas están con los seres de la Tierra. La iglesia, al ver formarse la cruz, ha anunciado el venerado retorno del hijo del hombre; para ellos, Jesús está aquí, en su segunda visita. Los científicos aún no han emitido su versión oficial, están desconcertados, y su silencio se refleja en un nerviosismo generalizado en todo el planeta. Usted se preguntará, ¿y ahora qué pasará? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Debemos temerles? Y es lo primero que le comento; todo parece indicar que los tripulantes de estas naves vienen en son de paz. Se habla incluso de que, por ser una raza muy evolucionada en relación con nosotros, nuestra sociedad se transformará rápidamente. Ya no habrá guerras; su enorme sabiduría traerá la cura de las epidemias que han arrasado ciudades enteras en la última década; tenemos la esperanza que juntos podamos trabajar para que vuelva a haber árboles en nuestros bosques, peces en los mares y, sobre todo, nos ayuden a bloquear el tan acrecentado hoyo de nuestra atmósfera que como usted sabe, hoy impide habitar países enteros porque ante la llegada directa de los rayos del sol, han tenido que emigrar hacia los polos. En este momento, los presidentes que representan a cada bloque de países de su región están reunidos. El presidente mexicano, Maximino Suárez, como líder de la coalición latinoamericana, ha sido el elegido para dar el mensaje de los pormenores del primer encuentro a los países de habla hispana de nuestro continente. Sabemos, por lo que hemos escuchado de los titulares de noticieros de otros países, que el intercambio de comunicación hasta ahora ha sido exclusivamente de sonidos musicales e imágenes; sin embargo, la televisora japonesa asegura que sus ingenieros han encontrado un código de simbología que permitirá en breves instantes, hablar con ellos en el mismo idioma; como lo oye, justo de la misma manera que lo estamos haciendo usted y yo en este momento”.
Carlos Loret apenas y pudo concluir la última frase porque en ese instante, cuando la aguja del reloj marcó las doce, la luz de la cruz se intensificó haciendo que pareciera que era de día en la Tierra. El estupor de millones de espectadores creció y el espectáculo apenas comenzaba: del centro de la cruz una preciosa nave en forma de esfera se trasladó girando hasta situarse sobre el parlamento británico, sede de la cumbre de los presidentes. De la esfera, descendieron dos seres de luz. Todo el planeta pudo observarlos; tenían el cuerpo similar al de un adolescente y su transparente fisonomía los hacía aparentar una gran delicadeza, casi como si fueran de cristal. Al entrar al edificio, las puertas se cerraron y el mundo calló por completo. Fue un silencio total que duró exactamente los cuarenta y ocho minutos que los mandatarios conversaron con los extraterrestres. Suárez ya no volvió a salir. El presidente Francés, Tourant Le Marc, en su calidad de líder mundial para el 2016, se dirigió a nuestro planeta en “Crisanto”, el recién estrenado idioma universal. El mensaje fue breve y como siempre, su rostro impedía ver más allá de sus frívolas palabras: “Amigos de cada rincón de la Tierra, les habla el presidente Tourant Le Marc en nombre de sus mandatarios regionales. Hemos tenido un primer contacto con los “Arcadios”, una civilización que viene de un punto de la Galaxia hasta ahora desconocida para nosotros. Debemos guardar la calma. Vayan a sus hogares. Manténganse cerca de sus familias. Hoy mismo, en unas horas, se develará cualquier duda que tengan, todas sus preguntas encontrarán respuesta. Vayan con su gente amada y por favor esperen serenos”.
La imagen de Le Marc se desvaneció de las pantallas. Mejor, así los humanos no pudieron ver en sus ojos que el hombre tenía contados sus días sobre la tierra. El acuerdo con los “Arcadios" no tenía que pensarse mucho. Opción uno: acabarían con la especie humana en su totalidad. Opción dos: los mandatarios podrían seleccionar a dos mil personas y continuar con la evolución del hombre en una colonia que los “Arcadios" tenían preparada en la séptima luna de Arcadia, doceavo planeta de su sistema solar.
Un par de horas después del discurso, los presidentes ya se encontraban viajando en una de las esferas, con un vasto grupo de gente que se miraba extrañada: inventores, intelectuales, políticos, deportistas, empresarios; artistas de diversas áreas; niños, jóvenes, mujeres; famosos y anónimos... En un rincón, Suárez lloraba con el rostro oculto entre las piernas.
Cerca de las diez de la mañana, Tonatiú Uitzil, científico de la UNAM que no había perdido de vista el desplazamiento de las naves desde su llegada, notó que ahora se habían dispersado y aunque no dejaban de formar una cruz, cada esfera estaba situada sobre un punto especial de la Tierra: las pirámides de Teotihuacan y las egipcias, el Taj Majal, en Alejandría (donde alguna vez estuviera el faro y la biblioteca), sobre Machu Picchu en Perú, El Tibet, Stone Hedge, entre otros lugares. Preocupado, desgarraba su lápiz electrónico sacando complicadas ecuaciones. No tardó mucho en descubrir lo que corroboró en su plasma: una nave más se había colocado, como una gran punta piramidal, en el centro que formaba el triángulo de Las Bermudas, la peña de Gibraltar y la de Bernal en Querétaro. Era evidente, el fin estaba muy cerca.
La Tierra empezó a vibrar y de cada uno de los sitios brotaron voluminosas máquinas que, por siglos, incluso antes de la aparición del hombre, descansaron debajo de nuestra tierra. Las construcciones de nuestros antepasados no eran más que centros de energía que señalaban su ubicación. Lo más asombroso fue como se desgajó el peñón de Gibraltar y el de Bernal; las grandes moles de rocas se abrieron en dos para develar unas gigantescas aspiradoras, que en combinación con la que se escondía en el triángulo de Las Bermudas, comenzaron a succionar océanos, mares, ríos, lagos y hasta el agua subterránea.
Tonatiú midió la velocidad de los gigantescos motores y equiparando su capacidad en relación con el volumen de agua del planeta, calculó que en 36 horas la Tierra estaría tan seca que parecería una pasa arrugada. Bajo estas condiciones, el hombre no tardaría más de un mes en extinguirse.
A pesar de ello, una ligera mueca que casi podría ser una sonrisa se asomó en su rostro. Marcó su intercomunicador mundial, con la esperanza de localizar a Prieto y Clara, sus compañeros de oficio, con quienes escasos meses atrás habría hecho la predicción no sólo de la invasión, sino... ¡También del rescate del planeta! No podía perder un segundo más, tenía la intención de citarlos en el Iztaccíhuatl, justo donde “la mujer dormida debía dar a luz...”.
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