Un fantasma recorre Veracruz… el fantasma del viene-viene… Andan en todas partes, salen de cualquier espacio vacío frente a un banco o de un comercio; ordenan el tráfico –ajá—, abren la puerta de los taxis para que usted se baje –que amables—están pendientes de todo, si va, si viene, si el cajero sirve o no; si la sucursal está abierta o cerrada, metiches profesionales. Y son una calamidad. Una plaga. Pero hay plagas peores.
Sí, se trata de la plaga de los confundidos, o los necios o los descuidados, vaya usted a saber qué tipo de plaga son: traen el cubrebocas de pulsera, diadema, amuleto, pero no donde deben traerlo, tapándoles nariz y boca.
Es que la indiada es fina dirían las madres o las abuelas que no paraban en endilgar zapatazos y monederos ahítos de morralla si uno se ponía sabroso. ¿Se imagina usted a su abuela, o a su madre --dicho sea con respeto— exhibida en las redes sociales u objeto de algún meme por ser políticamente incorrecta y además elemento sobresaliente de las huestes de the chancla power?
Bueno hoy día es impensable eso pero algún día fue y no dejaba de ser divertido esquivar el monedero o la chancla y si la cosa se ponía más brava, los cuerazos o la vara de cayuyo no podían faltar.
Cuentan las malas lenguas que en la apenas veracruzana –perdón, la Atenas de las montañas— la señora esposa de un exalcalde de los años postrevolucionarios, tenía en su casa –patio, flores, pozo de agua y hasta un pavorreal— y que no conforme con ser la primera dama del municipio patentó el submarino, esa ejemplar forma de castigo consistente en sostener de los tobillos a un personaje –en el caso de la señora un hijo mal portado— y meterlo al agua fría, fría, muy fría, hasta que se pusiera morado lo mismo del frío que del ahogo. Y no había DIF que interviniera ni comisión de derechos humanos ni nada por el estilo, o aguantabas o aguantabas.
Muchos años después de aquellas prácticas salvajes, el amanuense conoció a la dama en cuestión: Mal hablada, fumadora de Delicados sin filtro, con un lunar en la mejilla derecha, tres hijos profesionistas y una viudez que no le quitó ni humor ni dinero.
Dicen que para hacer enojar a su madre –la de ellos, no vaya a creerse que a cualquier madre— los hijos pedían a su prima, cuando los visitaba, que hiciera sonar en el piano los primeros acordes de lo que ellos, en privado, llamaban “Para tamales” y que no es otra cosa que la bagatela para piano en la menor de Ludwig Van Beethoven, llamada en realidad Para Elisa, (o Para Teresa), según otros, porque Elisa se llamaba la novia de aquel alcalde que además, dicen, hacía unos tamales de lujo. Ella, no él, seamos serios.
El escribano ha querido rastrear si aquello fue producto de un golpe alucinógeno derivado de un mal viaje causado por the chancla power o si alguna vez, no más por no dejar, accedió a jugar al submarino en el pozo de la casa de aquella mujer malhablada, fumadora y medio atrabiliaria. Una ejemplar madre mexicana de la primera mitad del siglo XX, ¡Ahreee!
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