Durante muchos años hemos tenido dos teorías económicas en franca competencia. El liberalismo económico y el estatismo. La primera deja a los particulares la tarea de correr riesgos, invertir y crear empleos productivos. El gobierno realiza la función de árbitro para evitar abusos.
En el estatismo esta responsabilidad la asume directamente el gobierno. En este caso el Estado deja de ser árbitro para convertirse en juez y parte, en empresario, en patrón, en comprador y en vendedor.
Como la función del gobierno es gobernar y no hacerle al empresario, muy pronto las empresas estatales se convierten en monopolios caros e ineficientes.
Al no tener competencia la calidad pasa a 2º término y los costos también.
Los altos precios de los productos y servicios que nos brindan, no son suficientes para evitar que pierdan dinero las paraestatales por su mala administración.
Llegan a los cargos relevantes políticos todólogos que carecen de capacidad para dirigirlas y solo se dedican a darle empleo a sus cercanos, contratos a sus cuates y de paso también al saqueo, dejando a las paraestatales en ruinas.
Las diferencias entre un sistema y el otro son notorias: En su momento Alemania del Oeste, partidaria del liberalismo económico creció espectacularmente mientras Alemania del Este promotora del estatismo comunista retrocedió y se estancó. Las diferencias entre ambas Alemanias fueron abismales. Lo mismo pasa actualmente entre Corea del Norte y Corea del Sur.
En México tuvimos un estatismo pernicioso. Alegando proteger la economía nacional, diversos gobiernos incursionaron en actividades productivas desplazando a los particulares.
El gobierno mexicano en su momento expropió o nacionalizó el petróleo, la electricidad, los bancos, los ferrocarriles, los teléfonos, los ingenios azucareros, los cines, las embarcaciones pesqueras, las principales líneas aéreas y hasta cadenas de hoteles. Fabricaba camiones y carros de ferrocarril. En prácticamente todas esas empresas perdió carretadas de dinero.
Afortunadamente la sensatez se impuso o quizás fue la falta de recursos para seguir llenando los barriles sin fondo en que se convirtieron las paraestatales, lo que hizo que el gobierno tuviera que vender la mayoría de sus empresas a los particulares, quienes las hicieron rentables o de plano las cerraron por incosteables.
Sin embargo, el gobierno conservó CFE y PEMEX. Las pérdidas anuales de ambas empresas son gigantescas y sangran el erario público.
Algo de apertura se logró en el pasado reciente al permitir que empresas privadas incursionaran en el sector energético. Esto fue bastante positivo.
Los particulares conseguían créditos, traían tecnología, generaban empleos y pagaban impuestos. Además, tan solo en el sector eléctrico una empresa privada genera energía solar o eólica a la tercera o cuarta parte de lo que le cuesta hacerlo a la CFE con métodos obsoletos.
Con las reformas aprobadas recientemente por diputados y senadores damos un gran salto, pero para atrás.
Regresamos al pasado, donde el estado nuevamente aparece como el gran monopolizador de sectores estratégicos. Esto es una tristeza.
Habrá que pagar más cara la luz y tendremos más contaminación, porque en varias de sus plantas la CFE quema combustóleo para producir energía eléctrica.
Además, se nos vendrán encima litigios y demandas internacionales promovidas por quienes invirtieron aquí bajo ciertas reglas que ahora les cambian de manera unilateral, dejándolos colgados de la brocha.
Esto daña severamente la credibilidad, la imagen y la confianza en México. Pone también al país en riesgo de recibir sanciones por no respetar lo acordado en los tratados internacionales que ha firmado.
Ojalá y la Suprema Corte tome una decisión sensata sobre la Acción de Inconstitucionalidad que varios legisladores promoverán.
Es necesario precisar que la soberanía de un país no depende de quién sea el dueño de la electricidad o del petróleo. Depende de que ese país tenga electricidad y combustibles abundantes a precios razonables, para que pueda desarrollarse eficazmente.
En los Estados Unidos la mayoría de las empresas petroleras y de electricidad son de particulares y resulta ser que esa nación es más soberana que la nuestra, donde nos dicen todo el tiempo que el petróleo y la electricidad son del pueblo de México.
Extraño y notorio contraste.
No les parece a ustedes?
Muchas gracias y buen fin de semana
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