Al momento de dar inicio a estas líneas, Estados Unidos aún no ha sido capaz de aprobar, con el consentimiento de su Congreso, el monto de endeudamiento con el cual la Casa Blanca podrá enfrentar sus obligaciones financieras a partir del próximo cinco de junio.
Un escenario -se ha dicho- que podría ser catastrófico para su economía y el mundo entero; que, sin embargo, lo único que ha hecho hasta el momento es engrosar un conjunto de preocupaciones que han obligado a la comunidad internacional a cuestionarse si el liderazgo global norteamericano ha iniciado formalmente con su declive.
Iniciando con la incapacidad mostrada por la Casa Blanca para alcanzar un acuerdo con el Capitolio que le permita incrementar su capacidad para pedir prestado (cuyo límite fue alcanzado en enero pasado), hasta la anunciada pretensión de múltiples economías para distanciarse del dólar americano, como principal moneda de referencia mundial, es la economía norteamericana quien parece estar anunciando al mundo entero que la tradicional confianza depositada en Washington, como poderoso faro de estabilidad, podría estar llegando a su fin.
Una guerra en Ucrania que prácticamente ha sido inmune a las sanciones de la economía más poderosa del planeta, el obstinado antagonismo hacia una economía china, la cual se ha vuelto indispensable en cada rincón del planeta, un ventarrón financiero que culminó con la vida de tres importantes bancos regionales y, no de menor importancia, la reaparición de un Donald Trump que amenaza con regresar a la Casa Blanca, completan el retrato de una nación cuyos problemas domésticos no hacen más que abonar en la desconfianza, e incertidumbre, que muchos países han comenzado a depositar en los Estados Unidos.
Que el presidente Biden haya decidido recortar prematuramente su gira por Japón, en la segunda quincena de mayo, tan solo después de haber asistido a la reunión del “Grupo de los Siete”, puede otorgarnos una primera aproximación de los efectos adversos que la fragilidad interna y la discordia política pueden ocasionar en el liderazgo global de Washington.
Habiendo cumplido con una visita exprés en Hiroshima (donde la guerra de Ucrania ocupó el foco de las discusiones), el presidente Joe Biden se vio obligado a postergar dos visitas de Estado, sumamente importantes para la preservación de su liderazgo, que habían sido programadas (seis meses atrás) con la intención de estrechar lazos estratégicos con Australia y las Islas del Pacífico.
Al no alcanzar un acuerdo con el legislativo, sobre la necesidad de incrementar el techo de su deuda, y tener que regresar urgentemente a su país, el presidente Biden canceló la que hubiese sido una primera visita de un jefe de Estado, norteamericano, a una isla del Pacífico (Papúa Nueva Guinea), y decidió postergar -por un año- un importante encuentro con Australia, con quien Washington y Reino Unido lanzaron en el año 2021 la Asociación Estratégica de Seguridad conocida como “AUKUS” (un pacto de seguridad regional destinado al despliegue de submarinos de propulsión nuclear -en el Pacífico e Índico Australiano- programado para operar en las próximas décadas).
Si bien el secretario de Estado, Antony Blinken, logró signar tres distintos acuerdos de cooperación estratégica (con Papúa Nueva Guinea, Palau y Micronesia), en representación de su presidente, el desaire de Biden a más de una docena de líderes del “Foro de las Islas del Pacífico” (quienes tenían el propósito de sentarse con el mandatario en Papúa Nueva Guinea), servirá de escenario para que China, aprovechando toda posible muestra de inconformidad, cuestione públicamente la capacidad que tiene Washington para comprometerse con una región que demanda socios confiables, pero ante todo que sean predecibles.
Una legítima preocupación que de inmediato manifestó el Primer Ministro de las Islas Cook, Mark Brown (en representación del “Foro de las Islas del Pacífico”), en una entrevista con la BBC: La inasistencia de Biden, “será una decepción para unos líderes del Pacífico que han hecho un gran esfuerzo para reunirse con él (Biden) en Papúa Nueva Guinea”.
Es importante destacar que si bien muchas de estas islas se han declarado abiertamente neutrales, ante la rivalidad que existe entre China y los Estados Unidos dentro de la región, son las Islas Salomón quienes hace un año dieron inicio a un acuerdo estratégico de seguridad con China. Un acuerdo, por cierto, que aún no ha sido replicado en toda la región ya que la mayoría de las islas están a la espera de un mayor compromiso por parte de Washington. No debemos olvidar que las islas del Pacífico controlan una quinta parte del territorio oceánico mundial, de ahí su vital importancia estratégica, tanto para China como para los Estados Unidos.
Es en este punto donde finalmente se desprende la reflexión medular de estas líneas: si algún efecto adverso ha podido ser develado por las ya muy comunes implosiones (económicas y políticas) que han experimentado los Estados Unidos, en los últimos años, sin duda alguna habrá que poner atención en el gradual debilitamiento que ha sufrido Washington como promotor de desarrollo y máximo líder de un mundo cada vez más convulso.
Ya sea que se apruebe -o no- un mayor techo de deuda, es poco probable que la Unión Americana incumpla con sus compromisos financieros. Dicha retórica de catástrofe, cuyo origen surge de una pugna entre dos fuerzas políticas que buscan sumar la mayor cantidad de adeptos (de cara a las próximas elecciones presidenciales), debe ser atendida en su correcta y justa dimensión.
Una breve, pero necesaria reflexión sobre la deuda norteamericana
Alcanzar los límites de la cordura financiera, como instrumento de extorsión política, no es un fenómeno nuevo y mucho menos algo de lo que nuestros vecinos puedan desprenderse fácilmente en el futuro.
En el año 2011, y guardando toda proporción coyuntural, el vicepresidente Biden (hoy presidente) fue co-protagonista de un escenario muy similar al actual. En aquella ocasión, con gran semejanza a lo que sucede hoy, el partido republicano rechazó, a última hora, un acuerdo de endeudamiento que había sido alcanzado con la administración demócrata de Obama.
Como hoy, la disputa se encajonó en la demanda de los “paquidermos” por descartar un aumento tributario (progresivo) que dañara a un muy lacerado gremio acaudalado y, a cambio, demandaba castigar el desmesurado gasto público (en programas de asistencia social) del partido en el poder. La única diferencia entre ambos escenarios es que en el 2011 los republicanos estaban comandados por un ambicioso “partido del Té”, y hoy su guía está animada por un movimiento mucho más radical, “MAGA” (o Trumpismo).
¿Cuál fue el marcador final en aquel año? Por un periodo de diez años, a partir de aquel 2011, se acordó recortar el gasto público del gobierno, en turno, en una misma proporción del monto tope que significó el incremento del endeudamiento aprobado (2.4 mil millones de dólares). Esto es, en el año 2011, el presidente Obama se vio obligado a flexibilizar su postura y, con mucha seguridad, quizás sea lo que finalmente suceda con la presente administración de Joe Biden.
No se puede asegurar en este, y cualquier otro medio informativo, que el problema del techo de la deuda pueda ser resuelto antes del último día de este mes, lo que si se puede adelantar es: que son muchos los sacrificios que la propia economía de los Estados Unidos tendrá que ejecutar antes de aceptar el vencimiento de sus obligaciones financieras.
Ya sea suspendiendo los pagos de algunas obligaciones (contratistas del gobierno, servicios del Medicaid, veteranos, apoyo al desempleo, etc.) o invocando la enmienda número catorce de la Constitución de los Estados Unidos, cuya justificación legal es improcedente de origen, Washington no puede darse el lujo de permitir que la extorsión legislativa le impida cumplir con el pago de sus responsabilidades financieras (pago de intereses y capital).
Finalmente, si el mundo ha preferido mantener su riqueza en dólares, se debe -precisamente- a que los bonos del tesoro de los Estados Unidos son los únicos instrumentos financieros que en teoría y práctica no conllevan a un riesgo de impago. Si los Estados Unidos son capaces de ostentar una posición como faro de estabilidad mundial es, sin lugar a dudas, porque los costos de su endeudamiento han sido -y son- los más bajos del mundo.
Dando cierre a esta muy breve revisión del endeudamiento de los Estados Unidos, resulta muy importante abordar un tema que ha sido mencionado recurrentemente por la Casa Blanca: incrementar el techo de su deuda, ignorando la potestad del poder legislativo (invocando la enmienda número catorce de su Constitución).
Ante esta recurrente señal, simplemente habrá que recordar que fue producto de una tributación desmedida y un endeudamiento insostenible, sin la aprobación del Parlamento Inglés, lo que provocó la crisis de la deuda inglesa que contribuyó a que los “Estuardo” perdieran el poder en 1688 (la “Revolución Gloriosa”).
Una importante lección que la Unión Americana no tardó en conmemorar con la creación del artículo primero, sección 8, de su Constitución Política: esta estableció que la chequera de la Nación estará bajo el resguardo de su Congreso. La enmienda 14, sección 4, que buscaría evadir la competencia del Congreso, en esta materia (subir el techo sin la autorización del Congreso), no deja de ser solo un amague presidencial que, de ver la luz, seguramente topará contra la pared.
El Congreso de los Estados Unidos podrá algún día, si continúan sus representantes por este grumoso camino, negar a la Casa Blanca una extensión en su capacidad de endeudamiento. Una posibilidad, cuyo verdadero riesgo es mayor a la simple amenaza que representa el impago.
La reducción en la calificación de su deuda, el continuo interés de canjear bonos en dólares por otros instrumentos financieros (criptomonedas o Renminbi) y el aumento en los costos del endeudamiento son los peligros tangibles que acechan a unos Estados Unidos que en estos momentos tienen la necesidad, y obligación, de replantear el significado que puedan dar a su concepto de: “Unión” Americana.
Su liderazgo global depende de ello ¡Esperemos a ver qué pasa!
José Manuel Melo Moya.
Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ganador de la “Medalla al Mérito Universitario”.
Posee diplomados en análisis económico, inteligencia y estudios prospectivos por la Organización de los Estados Americanos (OEA), Escuela de Inteligencia Antidrogas (Colombia) y la UNAM.
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