El resultado más interesante de la reciente cumbre trilateral México-Estados Unidos-Canadá es el llamado al resurgimiento de Norteamérica como bloque.
El concepto surgió a principios de los noventa del siglo pasado y se originó en México. En un golpe de audacia y visión, Carlos Salinas, entonces Presidente de la República, propuso crear un acuerdo de libre comercio para enfrentar, entonces, a la Unión Europea y Japón.
A partir de entonces, comenzó a surgir China como un colosal rival de la hegemonía estadounidense.
Ese desafío no es menor. La participación de mercado global de Norteamérica se redujo de 16% a 13% en las últimas tres décadas. Ha sido ya superado por China, que creció de 1.7% a más de 14%. China es la segunda economía más grande del mundo, líder en producción manufacturera y en exportaciones. Ha generado una cuenca de producción alrededor de sus costas, lo que le da ventajas competitivas claras. Posee un colosal mercado de 1,400 millones de personas.
El crecimiento de China ha alterado el balance de poder global. El mundo vuelve a ser, poco a poco, bipolar. Baste el siguiente dato: la economía china supera en tamaño a las siguientes cinco economías nacionales combinadas.
Pero hay que poner esta evolución en perspectiva. Es real, pero Estados Unidos mantiene un liderazgo claro en diversos rubros.
Es el país con la economía más grande y potente. 23 mil billones de dólares, contra 18 mil de China. Más importante, el PIB per cápita, la riqueza de cada persona, es en Estados Unidos de 60 mil dólares anuales. El de los chinos, 16 mil. Considérese lo siguiente: el ingreso per cápita de los mexicanos es de 18 mil dólares anuales (FMI).
La principal economía del mundo está propulsada por empresas de clase mundial. De las 100 empresas más grandes del planeta, 57 son estadounidenses y 14 chinas. De las 10 más grandes, 7 son de ese país y muchas se basan en la innovación y el desarrollo tecnológico que las convierte en íconos de la nueva economía: Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet, Facebook, Tesla, y Berkshire.
No habría que subestimar el poder militar de nuestro vecino: Estados Unidos invierte en defensa más que los diez siguientes países combinados.
México posee una frontera de más de 3 mil kilómetros con este coloso. Es una oportunidad y, siempre, un riesgo. Pero es uno que no se irá.
Tiene todo el sentido, así, repensar la integración a la luz de una nueva realidad mundial.
¿Cuál es esa realidad? El mundo pospandemia ha disparado un proceso de relocalización de los centros de producción. Habrá una migración de Asia hacia las inmediaciones de Estados Unidos. El confinamiento, la escasez, los costos de transporte y los crecientes compromisos para dejar de contaminar impulsan este cambio.
Las tensiones entre las dos potencias seguirán creciendo. Eso nos beneficia.
Aprovechar esta oportunidad implicará un gran esfuerzo de imaginación política. Es preciso seducir otra vez a Estados Unidos y a Canadá en que somos un socio confiable: talentoso, comprometido y que —como demuestran los sectores automotriz, autopartes y aeronáutico entre otros—puede desarrollar cadenas de valor integradas a lo largo de los más de 24 mil kilómetros que integran la región.
Darle profundidad a una segunda etapa de integración implica tender un cordón sanitario trilateral, garantizar la seguridad y construir infraestructura común.
La mayor integración productiva se sostiene por las reglas del nuevo tratado, que aumenta el contenido regional hasta el 75% del sector, por ejemplo, automotriz.
Se tendría que pensar en un piso común de regulaciones y legalidad para resultar atractivos, no sólo entre los socios, sino hacia terceros que deseen verse beneficiados con un acceso a un mercado de más de 500 millones de consumidores de buen poder adquisitivo.
De nosotros depende.
@fvazquezrig
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