Si algo caracteriza al presidente López Obrador es a tomar el toro por los cuernos en cuanto aparece en el ruedo.
Así se constató en su primer mes al frente del país, al darse cuenta de la enorme fuga de dinero que fluía de la ordeña de los ductos de gasolina que asolaba al país.
De igual forma dispuso desde enero de 2019 una estrategia de contención de la epidemia del SARS-CoV-2, aunque el primer caso no llegó a México hasta el 27 de febrero. Y estuvo al pendiente día con día de las necesidades de atención en esta materia.
Otro asunto así de importante ha sido la lucha contra la delincuencia, que no ha soltado ni un solo día, dado que diariamente recibe los informes correspondientes en las reuniones de gabinete a las 6 de la mañana, sin faltar un solo día.
Hoy el tema de AMLO es el plan antiinflacionario que amenaza con comerse muchos de los logros que su manejo económico ha tenido para el país, sobre todo para los más de 20 millones de familias que disfrutan hoy de pensiones para adultos mayores, becas para los hijos, apoyos para los jóvenes desempleados o para los campesinos del Sembrando Vida. De igual forma, la recuperación de los salarios mínimos, pero también la percepción media salarial, puede venirse abajo por efectos de la inflación. La recuperación de las inversiones, que poco a poco se va dando con el paso a la normalidad después del COVID 19, también corre peligro.
En cada uno de los retos que ha tenido su gobierno no ha habido uno solo que se deba a la ineficiencia de sus políticas o a la omisión de la política estatal. Por el contrario, el huachicoleo, la inseguridad o la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, fueron fruto del mal accionar de gobiernos anteriores. La pandemia ni se diga, tuvo origen externo.
En el caso de la inflación los factores del exterior son los determinantes. La política económica interior ha sido manejada con esmero, con prudencia y responsabilidad (déficit cercano a cero, no más deuda pública, austeridad republicana, inversiones públicas muy cuidadas y detonantes de otras inversiones), como no los tuvieron ninguno de los gobiernos neoliberales.
Las medidas antiinflacionarias también tienen este carácter juicioso y manejable. No se ha decretado ningún control de precios que pudiera crear ocultamiento y especulación de bienes. No se ha impuesto al sector empresarial ninguna acción restrictiva que pudiera incentivar la fuga de capitales. Por el contrario, se ha buscado la conciliación y el acuerdo. Pero además, se están usando los instrumentos que están al alcance del Estado como el mantenimiento del subsidio a la gasolina, mientras entran en operación la refinería Dos Bocas y se comienzan a recibir los beneficios de Deer Park y de la rehabilitación de las 6 refinerías con que cuenta el país.
La producción de fertilizante ya está en marcha desde hace tiempo, ahora se acelerará para distribuirlo gratuita y directamente a los agricultores. El mantenimiento del precio de garantía para productos básicos también mantendrá incentivos para la producción primaria. Por otra parte, la eliminación de los aranceles tendrá un impacto inmediato en los productos que el país importa ante el abandono del campo que se vivió por décadas. Y todo esto sin incurrir en déficit público ni en mayor deuda externa, lo cual generaría una espiral inflacionaria como a la que nos acostumbraron De La Madrid, Salinas o Zedillo, por ejemplo.
Es decir, se está actuando sobre las variables internacionales que ahorita están impactando a la economía mundial y tienen su repercusión frustrante en México. Ya veremos al presidente de México insistiendo en este plan y supervisando cada uno de sus componentes, como lo hace ante cualquier toro que le ponen enfrente.
marco.a.medinaperez@gmail.com
/pn
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