398 mil niñas y niños mexicanos han quedado huérfanos en los últimos años.
Han perdido a su madre, padre o a ambos, por múltiples causas, pero una es central: el desamparo.
De acuerdo a datos de un reportaje de Reforma, hasta marzo, 131 mil eran huérfanos del COVID.
Casi 276 mil por la violencia del narco. Mil más, por feminicidios.
Ser huérfano es carecer del afecto, el cariño, la protección natural de los padres.
Son destinos solitarios. A menudo olvidados.
Es parte de la radiografía profunda del estado social de México: la que muestra la raíz familiar fracturada.
Los hogares rotos de México son millones.
A los huérfanos de la violencia hay que sumar a aquellos que también vieron a su padre o madre partir: a buscar un destino mejor allende México por ese otro tipo de violencia que es el hambre.
Esta fractura explica, en parte, los niveles de descomposición que padecemos.
La formación de valores que es el hogar está rota.
Niños solos, que encuentran los ejemplos en la calle; la protección en las pandillas, el escape en adicciones.
El Estado mexicano perdió hace mucho su vocación social.
No la ha recuperado y la nación se consume por la indiferencia.
Tenemos un ejército de niños huérfanos, de padre o madre, pero también de destino.
El gran esfuerzo nacional debería enfocarse en paliar esta tragedia, en ofrecer un abrazo de solidaridad y calor a todas y todos quienes, hoy, han sido borrados de nuestro afecto.
@fvazquezrig
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