A 3,190 metros de altura, en el observatorio de Mount Graham en Arizona, los científicos estudiaban el universo. La lente del telescopio más potente del planeta se llenaba por completo ante la gigantesca masa. La puerta principal del recinto se abrió para dar paso al presidente. Al verlo, los científicos agacharon la cabeza desolados.
–Lo sentimos, señor presidente, lo intentamos todo sin resultados, el cometa se estrellará contra la tierra... es un hecho.
–Pero eso es imposible ¿acaso están diciendo que el planeta entero está en riesgo?
–No señor. Si el asteroide hace contacto con la Tierra, lo que estamos diciendo es que la extinción de nuestra especie es inminente. No quedará ni polvo.
La recién iniciada guerra entre los chinos y los rusos dejaba miles de muertos cada día. Comenzaron con enfrentamientos en territorios fronterizos deshabitados, mas ahora se atacaban ciudades repletas de familias indefensas que morían sin clemencia.
Conforme las bombas seguían exterminando gente inocente, del otro lado del globo terráqueo, un anciano subía con dificultad la pirámide de Chichén Itza.
A cada nueva víctima de la guerra, Tleyotl caía desfallecido; sin embargo, una y otra vez se volvía a incorporar con increíble bravura. Estaba decidido a llegar a la cima, tenía que lograrlo. Un misil explotó sobre el hospital de maternidad de la ciudad de Kiev, en Rusia aniquilando instantáneamente cualquier posibilidad de vida. Tleyotl vertía lágrimas y con el corazón roto, hincado, escaló los últimos escalones. Una vez en la punta de la montaña se derrumbó boca arriba. Tleyotl era uno de los últimos descendientes Mayas, y ahora se revolvía entre la vida y la muerte, esperando el final.
Ortega había truncado la carrera de veterinaria en segundo semestre. Aquella vez que tuvo en sus manos un bisturí, al partir los tejidos del músculo del conejo con la afilada cuchilla, su cuerpo se erizó y el destello eléctrico le recorrió por completo el espinazo causándole un gran placer.
Al abandonar la universidad, su primo Freddie lo jaló de inmediato a la banda. Ortega quedó deslumbrado ante la organización de la familia de Freddie. Imaginaba que andaban en malos pasos, aunque nunca que se dedicaran al secuestro.
Todos tenían un papel en el trabajo, Benito y Pedro capturaban a la víctima. El tío Rolando se encargaba de negociar con los familiares y la tía Ramona de alimentar al infeliz. Pero había un puesto vacante y Freddie pensó que su primo era la persona ideal para ocuparlo.
Al entrar Ortega a la casa de sus parientes, Freddie lo abrazó y lo invitó a sentarse. Sobre la mesa descansaba un fajo de diez mil pesos y un botiquín médico.
–A partir de hoy, eres el doctor de la familia –le dijo poniendo el dinero en sus manos–, ten, esto es tan sólo un pequeño adelanto.
–¿Qué debo hacer, Freddie?
–Toma tus herramientas. Ponte este pasamontaña y ve a la covacha del fondo.
La familia del cliente quiere “pruebas de vida” ¡jajaja! ¿Lo puedes creer? Los muy miserables ¡muertos de hambre! con todos los millones que tienen y se ponen a llorar por pinches cinco millones. Vamos Doc, vamos a darles su chingada prueba de vida. Freddie abrió el botiquín y puso un bisturí en el puño de su primo.
–Cercénale un dedo; completo para que no haya dudas. Cuando Ortega miró el dedo del secuestrado rodar por la mesa, sonrió complacido. Su espinazo se había vuelto a erizar.
A cientos de kilómetros de distancia, en la cumbre de Chichén Itzá, Tonalli y su hermana menor, Yolihuani, observaban a Tleyotl.
–El abuelo está muriendo –exhaló Tonalli con el rostro apuntando al cielo.
–¿Por qué? –cuestionó Yolihuani con tristeza.
–El principio del fin está aquí; el joven, sin dejar de observar una enorme nube negra que se aproximaba, sentenció: la profecía Maya comenzó.
–¡Padre Bonifacio! ¡Padre Bonifacio! El señor esté con usted –dijo la piadosa mujer.
–Y con tu espíritu –respondió el párroco.
–Padre, vengo por mi Lorencito, fíjese que le dejaron mucha tarea. Ya sabe usted, en el tercer grado no se salvan de las tablas de multiplicar.
–Señora Ruth, me apena mucho lo que le voy a decir, pero Dios sabe que es mi deber –objetó persignán-doce–. El pequeño Lorenzo hoy se ha portado muy mal. No pone atención y me ignora.
La señora Ruth lo interrumpió:
–¡Oh, padre! No me sorprende. Es tan inquieto, pero... faltarle a usted, ¡eso sí que no! Chamaco... ¡me las va a pagar!
–Calma hija. No es necesario, la misericordia del señor es infinita. Le ruego que lo deje en mis manos y vuelva por la tarde. Le he encomendado unos rezos que le harán meditar su comportamiento.
–Padre Bonifacio, no sé cómo pagarle, le estoy tan agradecida –agregó inclinándose para besarle la mano.
–Anda hija, ve con Dios.
En el sótano de la iglesia, Lorenzo lloraba recostado en un húmedo y oscuro rincón. En realidad, no había hecho nada malo, pero al ver entrar al padre Bonifacio y observar que se despojaba nuevamente de su ropa, supo que eso no tenía la menor importancia.
–¡Padre Bonifacio! No por favor, ¡me duele! – estalló en llanto cubriéndose el rostro con sus pequeñas ma-nos.
–Vamos Lorenzo. Pon tu ropa aquí, bien dobladita para que no se arrugue. Tienes que ser bueno conmigo. No querrás que tus padres se enteren de tu mal comportamiento y tengamos que expulsar a tu familia ente-ra de la iglesia, ¿verdad?
El desgarrador grito del niño fue callado por la tosca mano del párroco y a pesar de que en la misma iglesia se desvaneció, muy lejos, allá en la pirámide de Chichén Itza, Tleyotl sintió como su cuerpo recibía la esto-cada final. El anciano se retorció por última vez. Con los ojos amenazando con salir expulsados de sus cuencas y la quijada restirada a más no poder, el corazón dejó de bombear.
–Tengo miedo, mucho miedo –dijo Yolihuani.
Tonalli la miró y aunque sus ojos esta vez irradiaban una profunda calma, sus palabras fueron demoledoras.
–Debes tenerlo. El planeta entero debe temer.
Tonalli cubrió con una manta al abuelo y luego se encaminó hasta la orilla del gran risco de la montaña. Levantó el brazo y señalando nuevamente al cielo, pronunció a media voz: Ajenjo.
–¿Ajenjo? –repitió Yolihuani acercándose a él.
–Sí hermana. Ese punto que ves a lo lejos asomándose ya a la vista del hombre, es el asteroide del que habla la sexta profecía de nuestros antepasados Mayas.
Los escritos dicen que la decadencia del comportamiento individual y social, la agresión, el odio, la disolución de las familias, los enfrentamientos por ideologías, religión, modelos de moralidad y nacionalismo, el día de hoy rebasarán sus propios límites ocasionando el inicio del fin de la humanidad tal y como la conocemos. El cometa también ha sido anunciado por muchas religiones y culturas. La Biblia, en el libro de las revelaciones, lo menciona con el nombre de Ajenjo.
–Y, ¿cómo puedes estar tan seguro?
–La profecía dice que la señal de que el hombre consiguió despertar la ira de la naturaleza, será la muerte del último anciano Maya y que la niña más pequeña de la civilización verá con sus propios ojos al cometa aproximándose a la Tierra.
–Pero... la más pequeña... ¡soy yo!
Yolihuani rompió en sollozos, mas con el rostro anegado siguió cuestionando a Tonalli.
–¿Cómo fue que llegamos a esto? ¡Cómo!
–Los tiempos Apocalípticos están ya presentes. Eso no es nuevo. Vivimos tiempos de guerra, cambios climáticos que provocan grandes calamidades, desastres naturales cada vez más contundentes y la degra-dación del comportamiento humano, en su peor momento.
En el códice Dresde, los Mayas dejaron registro de que cada 117 giros de Venus el sol sufre alteraciones y que cada 5125 años el presagio de cambio y destrucción es aún mayor. En el códice Dresde también figura la cifra 1366560 kines que tiene una diferencia de 20 años con la cifra que aparece en el templo de la cruz en Palenque, la cual tiene tallada la cifra 1366540 Kines, correspondiente esta diferencia al período que llamaron “tiempo de no tiempo” que es el que estamos viviendo desde 1992.
–¡Ah! –exclamó Yolihuani–, ¡claro! Recuerdo muy bien el eclipse de Sol del 11 de agosto de 1999. Vimos como un anillo de fuego se recortaba contra el cielo.
–Fue un eclipse sin precedentes en la historia –agregó Tonalli–, por la alineación en cruz cósmica con centro en la Tierra de casi todos los planetas; se posicionaron los cuatro signos del zodiaco, que son los signos de los cuatro evangelistas, ¡los cuatro custodios del trono que protagonizan el Apocalipsis de San Juan!
Además, la sombra que proyectara la Luna sobre la Tierra atravesó Europa pasando por Kosovo, luego por Medio Oriente, por Irán e Irak y posteriormente se dirigió a Pakistán y la India... su sombra predeciría un área de conflictos y guerras.
–¡Tonalli! ¡Mira ahora! Ajenjo ha crecido de una manera desmedida ¡Está más cerca!
–Sí Yolihuani –respondió Tonalli observándolo, y continuó como si estuviera leyendo la primera profecía Maya–: “hoy, sábado 22 de diciembre del 2012 el Sol, al recibir un fuerte rayo sincronizador proveniente del centro de la galaxia, cambiará su polarización y producirá una gigantesca llamarada radiante”. Por ello la humanidad debe estar preparada para atravesar la puerta que nos dejaron nuestros ancestros.
–¿Quieres decir que aún hay salvación?
–El hombre está convencido que el universo existe solo para él, que la humanidad es la única expresión de vida inteligente y por eso actúa como un depredador de lo que le rodea. Su terca ceguera requiere un hecho crucial para unirse como especie. Un hecho que la Biblia llamó Ajenjo.
–Ven Yolihuani –prosiguió Tonalli–, toma mi mano y cierra los ojos.
La tarde de ese sábado 22 de diciembre de 2012, aterrado, el planeta entero salió a las calles, a los llanos, a las montañas, a los bosques y desiertos a contemplar la enormidad de Ajenjo y esperar el fin. Como un acto reflejo, sin saber por qué, y sin importar razas, creencias y posiciones socioeconómicas, niños, madres, adultos, jóvenes y familias completas se tomaron de las manos formando una cadena humana que cual anillo, rodeó al mundo.
–Hoy –meditó Tonalli–, el infierno y el cielo se están manifestando al mismo tiempo y cada ser humano vivirá en el uno o en el otro, dependiendo de su propio comportamiento. Aquellos cuya voluntad encuentre su estado de paz interior, recibirán un nuevo sentido: la comunicación a través del pensamiento elevando su energía vital y cambiando el odio y el miedo, por amor.
La energía del rayo transmitido desde el centro de la galaxia activará el código genético del origen divino en los hombres que estén en una frecuencia de vibración alta. La capacidad de leer el pensamiento revolucionará totalmente la civilización, desaparecerán todos los límites, terminará la mentira para siempre por-que nadie podrá ocultar nada; comenzará una época de transparencia y luz que no podrá ser opacada por ninguna violencia o emoción negativa. Las leyes y los controles externos como la policía y el ejército que-darán extintas, pues cada ser se hará responsable de sus actos. Se conformará un gobierno mundial y armónico con los seres más sabios del planeta, no existirán fronteras ni nacionalidades, terminarán los límites impuestos por la propiedad privada y no se necesitará el dinero como medio de intercambio. Aparecerá un súper sistema inmunológico que eliminará las enfermedades. Las experiencias, los recuerdos individuales y conocimientos adquiridos estarán disponibles sin egoísmos para todos los demás y ello multiplicará exponencialmente la velocidad de los descubrimientos, creando sinergias nunca antes imagina-das.
Ahora, mira hermanita, el milagro del hombre.
Sobre la faz de la Tierra, yacían infinidad de cuerpos de personas que no lo habían conseguido; sin embargo, aquellos que habían sobrevivido la prueba individual de humildad, arrepentimiento y capacidad de elevarse a la nueva esencia humana, observaron cómo Ajenjo, a punto de destrozar el planeta, se desvió de su trayectoria causando apenas un ligero movimiento de la Tierra.
Lo lograron no por medios físicos sino por la fuerza psíquica de los cientos de millones de hombres conectados entre sí, como un solo todo en el que floreció una nueva realidad basada en la integración con el planeta.
La posibilidad de expandirnos por la galaxia, se había consumado.
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