“Hay un tipo de adicción a lo que es irreal que incita las formas más destructivas de optimismo: un deseo de negar la realidad, que es la premisa de donde parte la razón, y remplazarla con un sistema de ilusiones complacientes” (Roger Scruton. The Uses of Pesimism and the dangers of false hope. p.25).
El pasado 13 de abril, los gobiernos de Canadá, Estados Unidos y México celebraron en Washington la primera reunión del Comité Trilateral de Fentanilo de América del Norte. Un encuentro cuya primera “carta de intención” quedó constituida por un conjunto de futuras acciones que permitirán a nuestra región detener el ingreso clandestino de opioides.
Dando prioridad a cuatro áreas de coordinación -enfocadas a combatir el tráfico de fentanilo en el campo financiero, comercial y de la salud-, este comité trilateral (formado recientemente en enero pasado) tendrá la titánica labor de fortalecer, con recursos humanos y tecnológicos, los mismos aparatos de seguridad que, hasta el día de hoy, han sido incapaces de contener el flujo de opioides que tanto han dañado la salud y seguridad de la región (no digamos el de las armas: tema incorporado de forma auxiliar en este acuerdo).
Pocos son los argumentos positivos que podríamos extraer -para este espacio- sobre los planes que derivan del pasado encuentro. Una estrategia francamente endeble, en cuya carga de optimistas intenciones se omitió incorporar esa necesaria dosis de pesimismo que les habría hecho recordar, a sus artífices, que, sin la participación de China, todo esfuerzo para combatir el tráfico de fentanilo será muy limitado.
Regular el flujo de fentanilo, y toda clase de opioides que día con día ingresan a territorio norteamericano, resulta ser una labor que requiere, obligadamente, la participación del más importante abastecedor de productos químicos (básicos) en el mundo. Imaginar un plan donde Washington, de la mano de sus dos vecinos, puede regular el “mercado” de drogas sintéticas, sin incorporar a su más importante productor, solo resulta ser una muestra de lo que Roger Scruton denomina: la “falacia del mejor caso posible”.
Para este filósofo inglés, la “falacia del mejor caso posible” es parte de un conjunto de artificios de manipulación con los que un “optimismo sin escrúpulos” es capaz de apoderarse de nuestro juicio, para luego hacernos creer que solo optando por la solución más optimista podremos resolver nuestros problemas. Un optimismo, falaz, que nos traslada a un mundo donde no existe la posibilidad de cometer un error.
Scruton nos recuerda, que una pequeña dosis de pesimismo siempre es y será necesaria. Solo incorporando la imagen del “peor caso posible” (delineando, en consecuencia, posibles soluciones alternativas) una sociedad será capaz de afrontar, y mitigar, los daños ocasionados por haber fallado en la toma de sus decisiones; nos guste o no, siempre estaremos condicionados por una realidad que nos impone límites, restricciones y la insalvable posibilidad de fracasar en el intento.
Estados Unidos, sin duda alguna, ha olvidado incorporar esa necesaria dosis de pesimismo. Hablamos de una imagen del “peor caso posible” que al no ser incorporada, en cada uno de sus proyectos, lo ha privado de reconocer y aceptar su única realidad: estar atrapado entre un mercado de narcóticos, cuya demanda no pueden controlar, y una oferta de opioides, que solo China es capaz de regular.
Ya sea coordinando con Australia, en el año 2015, acciones destinadas a regular la producción de las metanfetaminas (“Task Force Blaze”), o implementando, con los Estados Unidos, una política para regular la producción y comercialización del fentanilo, en el año 2019; por el momento, solo China es, y será, capaz de reducir -a voluntad- la producción y trasiego de opioides que llegan a nuestro continente.
Exploremos, rápidamente, a que se debe esta pesimista pero inescrutable realidad.
China posee más de 5 mil empresas farmacéuticas que son reconocidas y apoyadas por su gobierno central. Si a esto le agregamos que existen entre 160 mil y 400 mil productores y distribuidores de agentes químicos en todo su territorio, muchos de los cuales operan de forma clandestina, estamos en la capacidad de entender porque este país se ubica como el principal exportador de productos y precursores químicos en el mundo (para estas líneas recurrimos a estimaciones elaboradas por el Brookings Institution).
La industria farmacéutica de China ha sido desde el año 2013 el principal proveedor de fentanilo (legal) para el sector médico de los Estados Unidos (mismo año en el que da inicio la “tercera fase de la epidemia norteamericana de opioides”). Siendo un fármaco que posee una capacidad analgésica cien veces más potente que la morfina y treinta veces más que la heroína, el fentanilo rápidamente se posicionó como el medicamento más utilizado (por los médicos norteamericanos) para tratar las más agresivas enfermedades crónico degenerativas.
Debido a esta poderosa capacidad analgésica y a su peculiar ratio “potencia/gramaje” (el consumo de 2 miligramos es mortal), el fentanilo no solo resultó ser de gran utilidad para el ramo de la medicina; además, su fácil transportación desde China, a cualquier rincón del mundo, facilitó que los consumidores de morfina y heroína transitaran rápidamente al uso de un opioide más potente, económico y mortal.
Tan solo en el año 2017 cerca de 500 millones de paquetes de fentanilo arribaron de forma clandestina a los Estados Unidos desde China, a través del servicio postal. Ya sea como producto final, mezclado con otros medicamentos (incluso de uso veterinario), como precursor o en presentaciones que exhiben diferente fórmula, el fentanilo ha logrado evadir todos los controles de aduana y regulaciones sanitarias existentes.
No importa si es con la ayuda, o no, de las autoridades involucradas, el fentanilo chino tiene la capacidad de ingresar a los Estados Unidos, y a cualquier otra nación donde sea requerido, modificando su estructura molecular, oculto dentro de otros medicamentos o en la forma de un producto nuevo.
China, hoy en día, es una pieza imprescindible para toda estrategia que pretenda combatir los flujos clandestinos de fentanilo (en Norteamérica y todo el mundo). Integrarla, y cooperar con ella, es una necesidad para toda la región; aunque, para Washington, ello signifique tener que aceptar una solución que jamás será el “mejor caso posible”, esto es: sofocar los niveles de confrontación diplomática EU-China (posiblemente cediendo en el caso de Taiwán) y, a cambio de ello, llegar a un nuevo acuerdo -en materia de regulación- con el más versátil y poderoso exportador de opioides que existe en todo el mundo.
Estados Unidos debe entender que la oferta de drogas no explica por antonomasia su problema con el fentanilo. De ser así, China y México lo habrían superado muchos años atrás, en lo que respecta a sus niveles de consumo de esta y otras drogas sintéticas.
Hábitos sociales, que hace ver normal el consumo de narcóticos y todo tipo de estimulantes (en medios visuales y cinematográficos), así como un sistema de salud, que promueve indiscriminadamente el uso de analgésicos (incluso cuando no son necesarios), podrían ser los primeros implicados con la obligación de asumir parte de su responsabilidad.
Incorporar una pequeña dosis de pesimismo puede y debe ser doloroso para toda sociedad, pero solo con esta dosis, Washington podrá aceptar que toda ruta de acción en contra del fentanilo requiere la participación, si o si, de su más importante y poderoso adversario; no pelear con el.
En el año 2019, el gobierno de China -en respuesta a una añeja solicitud de Washington- decretó la prohibición, en todo su territorio, de la producción, comercialización y exportación del fentanilo (y todos sus homólogos), exceptuando aquellos casos que contaran con una licencia especial, otorgada por el gobierno central (Scheduling process).
Sin llegar a un acuerdo estratégico formal, como lo hizo con Australia cuatro años antes (con la firma del pacto “Task Force Blaze”), el gobierno de Xi Jinping dio cumplimiento a un compromiso (iniciado con Barack Obama) para regular el mercado interno y de exportación de todos los medicamentos del tipo fentanilo, producidos en su país. China, en menos de una década, había comenzado a frenar el tráfico directo de fentanilo a los Estados Unidos, solo gracias a una previa labor de entendimiento y colaboración.
Si bien este acuerdo continúa vigente, fue con la llegada de Trump a la presidencia de su país, y luego con el acercamiento de Biden a Taiwán, como el gobierno de Xi Jinping decidió, finalmente, abandonar sus compromisos adquiridos. Además, y de forma paralela, se presentó un problema que no pudo ser atendido, puntualmente, debido a esta misma pérdida de interés:
Los traficantes chinos, al tener mayores obstáculos para ingresar su producto a la Unión Americana, decidieron fortalecer una ruta de distribución que previamente había sido utilizada para el trasiego de las metanfetaminas. Sí, esa misma ruta (China-México-Estados Unidos) que se hizo visible al mundo gracias al arresto, en la Ciudad de México, del empresario chino Zhenli Ye Gon, en el año 2007. Ese mismo personaje que se hizo famoso con la frase: “o copela o cuellos”.
Este y otros problemas, derivados del pésimo entendimiento que existe entre Estados Unidos y China, deben ser atendidos a la brevedad. Revivir un acuerdo ya existente, no solo es de importancia vital para resolverlos; además, representaría el mayor soporte para dar una auténtica viabilidad a los trabajos del recién constituido Comité Trilateral de Fentanilo de América del Norte.
Lo anterior, no es tarea fácil. Para ello Washington, primero, tendría que reconocer una realidad que solo puede ser develada si es capaz de dotar a su sociedad con una pequeña dosis de pesimismo, esta es: que el origen y la solución de su problema con el fentanilo se ha encontrado, se encuentra, y siempre se encontrará, en el interior de su país.
¿Serán capaces de reconocerlo algún día?
José Manuel Melo Moya.
Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ganador de la “Medalla al Mérito Universitario”.
Posee diplomados en análisis económico, inteligencia y estudios prospectivos por la Organización de los Estados Americanos (OEA), Escuela de Inteligencia Antidrogas (Colombia) y la UNAM.
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