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Diálogos del corazón

2021-12-18 | 12:16 p.m.
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Tengo en mi poder dos libros, de edición muy modesta y limitada, financiados enteramente por el autor, que me ayudan a entender que la literatura nos permite aprender y transmitir sentimientos y situaciones diarias en nuestra vida o en la de alguien más. ¿Quién no ha dedicado un poema, un escrito alguna vez, una anécdota o un pensamiento a un ser querido, a fin de expresarle lo que con palabras a veces no puede, poniendo de límite solamente su imaginación?

Algo de esto pretende mi amigo y coterráneo, Rubén Serrano Vásquez, oriundo del ejido Sebastopol - nombre tomado de la hacienda bananera que existió en el municipio de San Juan Bautista Tuxtepec- quien, mediante este esfuerzo personalísimo, hace honor a los antiguos juglares y versadores de la Cuenca del Papaloapan.

A personas cercanas están dedicadas los textos, no a los exquisitos del intelecto, ni a los críticos de la poesía formal, académica, sino a sus cómplices del caminar por la vida: amistades que sabrán entender las imágenes desprendidas de su intimidad, las pinceladas sobre la exuberante región de sus ancestros; de quienes nacieron en el esplendor de un paisaje bañado por el río de las mariposas, que poco a poco lo están destruyendo la “modernidad” y el descuido oficial.

Los textos, alternadamente prosa y versos, los hizo en su mayoría pensando en la güerita, Alejandra Vásquez Sánchez, su amada esposa, quien hará más de un año falleció, por causas naturales, dejando como herencia de 46 años de matrimonio a tres respetables profesionistas, sus hijas: Nancy, Brenda Luz y Vianey.

Llevan como título “El rostro, nuestras manos. Crónicas y otros poemas” y “Diálogos del corazón. Poema y prosa”, de 150 páginas respectivamente. Este hombre, nacido un 3 de octubre de 1949 al pie del cerro del murciélago y la boquilla, donde se unen los ríos Santo Domingo y Valle Nacional y se inicia el medio Papaloapan, declara: “Todo lo escrito pertenece al género lírico, campirano, influenciado por la trova jaranera de la Cuenca que llegó por el río procedente de Tlacotalpan, cuyo único fin es dejar huella para la posteridad de un romántico con sueño de bohemio”.

Abro el relato sobre la historia del “tío”, un ser solitario de quien no recuerda nombre, ni cómo llegó y se marchó de Sebastopol. Este le regaló, en su despedida, una miscelánea de literatura filosófica diaria, anotada en un cuaderno, con una imagen elaborada a crayola de “El rostro del Crucificado”, que hasta la fecha conserva. Integrante de la generación 1969-1971 de la Escuela Tecnológica Industrial número 41, Serrano Vásquez emigró, como varios de nosotros, hacia la capital oaxaqueña o a otros puntos del país, pero se quedó con el deseo de emular a este señor.

De sus experiencias y reflexiones guardadas por décadas, comparto ésta, muy breve: “En la noche de tus ojos/reflejarme yo quisiera/Ver la luna en tu mirada/y soñar contando estrellas”. “En el balcón de tu pecho/vivir un anochecer/Y a través de tus pestañas/mirar el amanecer”.

Rubén dedica sus emociones a la mujer abstracta, a la real, a una amante incierta, imaginaria, a la amiga, al amor juvenil, al amor imposible; pero también a los amigos, a la niñez, a la madre, a la abuela, al padre ausente, al tutor que siempre quiso, don Simitrio; a Diego Peña, al biólogo Donato Acuca, ambos desaparecidos; a sus hijas, y a la historia de amor que trascendió a través de los años, por Alejandra.

Aprecio la exaltación y su arraigo por la tierra, expresado en canto a los viejos encinos, a los campesinos de sombrero llamado de pedrada, al coloso afluente del Sotavento; al Tuxtepec de sus ayeres -“bella de cintura de agua”, ciudad cuya pertenencia a la región cuenqueña o cuencana, le impregna sabor veracruzano, pero fundamentalmente oaxaqueño.

Y a la Vieja Antequera también expresa nostálgica alegría, invitando a disfrutar de sus calendas, portar su traje de luces con castillos y faroles “con sentimientos tan nobles, únicos en Navidad del que espera recibir, pero también dar”.

El ejercicio de memoria poética, de Rubén Serrano (SerraNova), nos ayuda a retener hacia la posteridad, como lo pretende el autor ribereño, el espacio de dónde venimos y a ser parte, aunque por un instante, de experiencias que cambian nuestras vidas. Gracias querido paisano, por el privilegio de la amistad.

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