Los países se enfrentan a dos decisiones centrales que definirán el futuro del planeta.
El primero es abrirse o cerrarse al mundo; el segundo es mantenerse en el eje democracia/libertad o saltar al de autoritarismo/igualdad.
La tendencia general del primer debate es la decisión de muchos países a cerrarse al mundo. Hay potentes tendencias para el regreso del proteccionismo y el resurgimiento de los nacionalismos. Estados Unidos con Trump, Gran Bretaña con el Brexit o el retorno de los duros en Rusia e incluso China; los populismos en México, Brasil o Europa Oriental van por el mismo camino.
Cerrarse implica rechazar al otro. La persecución de migrantes se vuelve cada vez más radical e incluso violenta. Inglaterra estalla en disturbios igual que otros países europeos consumidos por un odio xenófobo.
Pero hay una dura lucha también en el ámbito electoral.
No es un momento fácil para las democracias. El fin de la historia no llegó. La libertad se encuentra en asedio.
Según el reporte sobre el estado de la democracia de The Intelligence Unit de la revista The Economist, sólo 8% de la población mundial vive en 24 democracias plenas, de un total de 167 países medidos. De Latinoamérica, sólo Uruguay y Costa Rica califican así.
Otra historia es el retroceso. 39% de la población global vive en un régimen autoritario. El resto vivimos, los mexicanos incluidos, en una suerte de purgatorio.
En América Latina, el retroceso democrático ha golpeado de frente a países como México, El Salvador, Guatemala, Honduras. También a Estados Unidos, Italia y casi todo el este europeo.
Este año, crucial, celebra 44 elecciones en todo el mundo. Muchas, lamentablemente, son simples mascaradas, otras son reales y son, además, más que comicios: son batallas por la supervivencia democrática.
En las primeras, sobresale el drama venezolano. Un pueblo harto y oprimido lucha por su liberación y lo hace a fuerza de votos. El gobierno de Maduro se aísla y se atrinchera. Brasil y Colombia comienzan a pedir nuevas elecciones. México se corre al bloque de apoyadores del dictador y llama a esperar a que la Suprema Corte, controlada por Maduro, declare triunfador. En última instancia, triste, terriblemente, el resultado lo dictaminará el ejército.
En Europa, Macrón logró frenar el avance de la ultraderecha gracias al tejido fino de una coalición amplia. España logró que Vox frenará su crecimiento y decreciera.
La madre de todas las batallas se da en Estados Unidos, en donde la fuerza del populismo intolerante ha echado raíces. Hoy, la contienda está empatada, aunque el momentum beneficia a Kamala Harris. El cierre de filas del establishment demócrata, la frescura de la candidata y una mala selección de Trump de su compañero de fórmula han dado un impulso a los demócratas, que no es definitivo ni definitorio, pero que da un aire de esperanza a la supervivencia de la democracia.
Lo que da fuerza a los postulantes de la cerrazón y la vuelta de los hombres fuertes es la profunda desigualdad que no ha logrado ser resuelta. Hay millones que se han convertido en perdedores reiterados del mundo unipolar y que intuyen, con razón, que las élites no juegan con justicia. De la mano, se abre la certeza de que el reino de los técnicos y los expertos no les trajo ningún beneficio.
Mientras no se logre ofrecer una solución a estas certezas, los proponentes del liberalismo político y la apertura seguirán batiéndose en retirada y confrontando elecciones cada vez más duras.
La confrontación de estas dos grandes tendencias generará una era de turbulencia. Los autoritarismos ruso e israelí han inyectado una alta dosis de incertidumbre sobre el futuro. Han hecho algo peor: abrieron de nuevo la puerta al uso de la fuerza como política.
La resistencia de los dictadores a irse nos pondrá de vuelta en los terrenos del tiranicidio, los golpes de estado o las revoluciones.
El péndulo se mueve otra vez, hacia una era que trajo mucha muerte, sufrimiento y dolor.
@fvazquezrig
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