Aquella dama se acercó a mí. Quería que conociera su problema. Me contó que tenía un hijo de treinta años que era su preocupación. Cuando le pregunté el ¿por qué? me respondió que su hijo había crecido con algunos problemas de salud, por lo que ella siempre extremó los cuidados hacia él. Era tanta su protección que no podía perderlo de vista, no le fuera a pasar algo. Por lo tanto, se convirtió en su sombra, aun cuando por eso recibía duras críticas de su familia.
A pesar de que los años pasaron y su hijo ya era un adulto, esta mujer seguía considerándolo un ser indefenso que necesitaba ser protegido. Esto, aunque al hijo muchas veces le molestaba por lo exagerada que era su madre, le resultaba hasta cierto punto cómodo saber que era el consentido de mamá y que ella siempre estaría ahí para él.
En la adolescencia, cuando él salía con sus amigos su mamá se quedaba preocupada y esperando por su regreso. Él sabía que ella lo esperaría sin reproches, con su cafecito caliente y muchos besos. Cuando se iba de fiesta sabía que su mami le daría suficiente dinero para sus gastos. Él no era buen estudiante, no cumplía con sus tareas, pero su mamá no le hacía mucho problema por eso. Así que eso lo tenía sin cuidado.
Llegó el día en el que el muchacho se enamoró. La noviecita, para tenerlo contento tenía que darle todos sus gustos, pues ese era ya su estilo de vida. Así que estaba contento. Sin embargo, su mamá le hallaba muchos defectos a la joven, sobre todo cuando él le dijo que se quería casar. La madre pensaba ¿será que esta mujer hará feliz a mi hijo? Sin embargo, pese a su sentir, la boda se realizó. De buena gana la madre se hubiera ido a la luna de miel con ellos, no fuera a tener problemas su niño.
Afortunadamente el muchacho regresó sano y salvo. Ahora, pensó la señora, tengo que estar pendiente de ellos. Ella comenzó a meterse en la relación y a defender a su hijo. Entonces comenzaron los problemas de la pareja. La joven esposa reclamaba tener el control de su hogar, pero esto iba a ser imposible. Pronto ya estaban al borde del divorcio. Es por eso que esta madre posesiva se acercó a mí y me pedía un consejo.
Hoy en día, esta es particularmente la situación de muchos hijos varones que crecieron en situaciones parecidas. No sólo no se les dejó que aprendieran a volar, sino que, siendo ya grandecitos, siguen pegados al nido. Serán infelices toda su vida si no son responsables y tendrán que aprender, aunque sea tarde, a valerse por sí mismos.
Los hijos no son nuestros, eso debe quedar claro. Debemos aprender de las águilas. Ellas hacen sus nidos y tienen sus crías en los riscos. Cuando llega el momento de que los aguiluchos aprendan a volar, los sacan del nido y los lanzan al vacío. Allí es donde estos se dan cuenta que pueden volar e inician una nueva vida. Necesitamos dejar volar a nuestros hijos. Ellos tienen capacidades suficientes, dadas por Dios, para emprender el vuelo de la vida. Habrá veces que los golpes que se den les dolerán, pero eso los hará más fuertes. De seguro cometerán errores y caerán, pero lo importante es que se levanten vencedores. Eso los hará felices y un día nos lo agradecerán.
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