No sé de qué escribir. Tantos temas en la agenda, tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio, y yo no sé de qué escribir. ¿Ahora qué mandaré al diario? Este año se cumplen 50 años del estreno de El Padrino, podrías hacer una reseña. Podría, peor es nada, y comienzo a narrar la primera escena de la película, en donde Bonasera le exige a don Vito Corleone la muerte de los agresores de su hija. Tecleo: El hombre está parado en el centro de un despacho oscuro y dice “Yo creo en América”. Me dan ganas de olvidarme del texto y mejor ver la película, no sería la primera vez, y me doy cuenta que hacer una reseña de El Padrino sería una artimaña barata, a estas alturas ya todos sabemos que es la mejor película jamás hecha. No, no es verdad, la segunda parte es mucho mejor. Un prodigio extraño en el cine. Me pongo a buscar material en los periódicos.
Leo sobre la polémica candidatura de Roberto Palazuelos, un tráiler sin chofer que por poco arrolla guardias nacionales, la histeria colectiva para conseguir boletos al concierto de Bad Bunny, una casa en Houston, pero ningún tema me motiva. Las mejores columnas son las que salen de un tirón, las que prácticamente se escriben solas gracias al milagro de la serendipia. Y alguien más podría decir: No, no, todavía estás muy chavo, las mejores columnas son las que se cobran, que no es lo mismo que las que se pagan. ¿De qué escribir?
El coronavirus sigue allá afuera causando estragos, como la mano invisible del mercado. ¿Qué decir de eso? ¿Será que después de dos años sea por fin el momento de escribir sobre el covid? Hace un año comencé el único texto que pensaba hacer sobre el tema. Se iba a titular El encierro de mi abuela. Nunca vio la luz porque, como dice un verso de Joaquín Sabina, terminaba tan triste que nunca lo pude empezar. Además, todo mundo hablaba de la pandemia, ¿qué podía aportarle yo al tema? Mi abuela está encerrada en casa, tiene los síntomas de la enfermedad (cansancio, tos y odio al gobierno) pero según ella solo es una gripa. “Abuela, eso es lo que creen todos, por eso no se termina esta chingadera”. Y ella responde que se ha cuidado, que desinfecta hasta el aire que entra por su ventana, que debe ser una alergia causada por el mal tiempo.
Hace tiempo, cuando se enteró que yo me había contagiado de covid, me llamó para regañarme. ¿Pero qué no te cuidas? ¿No estás usando cubrebocas?, me gritaba por teléfono. ¿Qué no sabes que si les pasa algo yo me muero? Yo ya tenía dos semanas sin la enfermedad en el cuerpo, sintiéndome fresco, radiante y tropical al momento de su llamada. Ni para decirle que en ese mismo instante estaba saliendo del aeropuerto. Intenté explicarle que afortunadamente no me pasó nada gracias a las vacunas, que dejara de mortificarse, pero mi abuela ya me imaginaba leyendo el libro vaquero en la antesala del purgatorio. Ahora que ella salió con su gracia, justifica su contagio con convenientes estudios científicos que afirman que tarde o temprano la humanidad entera terminará infectada de covid. ¿Y por qué no escribes de la casa? ¿Cuál casa? No te hagas, la Casa. A diferencia de quienes dicen que su pecho no es bodega, el mío es la bóveda de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Y entonces recibo el mensaje de una amiga: ¿Me explicas lo de López Obrador? Y no sé si se refiere al escándalo de la casa de su hijo en Houston o al pleito con la prensa o al pleito con los intelectuales y la academia o al pleito con Carmen Aristegui o al pleito con la clase media o al pleito con los gobiernos de España y Panamá. Sostengo que por salud nacional dejemos de meter al presidente en cualquier tema. Hay cosas en la vida más interesantes que atacar o defender a un gobierno. Nadie piensa en política cuando ve un atardecer. Serán otros los que hablen de los temas importantes.
Yo prefiero hablar de El Padrino, de las abuelas y sus regaños, de los estragos del mal tiempo, los pendientes de la semana, de las cosas que uno escribe cuando no tiene nada de qué escribir.
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