Para Lucio, ver postrado sobre la helada plancha metálica con un puñal en el pecho y convertido en un río de sangre a su mentor, héroe y gran amigo, Tony Salazar, fue escalofriante. Lucio, quien apenas tenía un par de meses de pertenecer a la Unidad de Policía Cibernética y Delitos de la Policía Federal Preventiva que comandaba el teniente Salazar, jamás había disparado un arma y ahora acababa de matar a Julián López, el hombre que encabezaba la lista de los criminales más buscados, zar del tráfico de órganos.
Adolorido por los golpes que momentos antes el asesino le propinó al ser descubierto, Lucio se arrastró hasta su amigo y llorando, recostó la cabeza en su brazo. “No puede ser... No puede ser”, suplicaba. “No Tony, tú no puedes morir, no tú, ¡por favor reacciona! Vamos compañero, ¡no te rindas! Pelea, Tony, no te des por vencido...”
De pronto el silencio de la habitación fue llenado por un dificultoso intento de inhalar aire. “Tony, ¡estás vivo, estás vivo!” Lucio no sabía qué hacer exactamente para ayudarlo, pero tampoco fue necesario porque en ese instante se escucharon sirenas por doquier y pronto un grupo de paramédicos atendían al teniente.
Al sentirse a salvo, Lucio se desvaneció y no supo más de él durante las siguientes veinticuatro horas.
Mientras, el comandante Juárez, jefe de la Central Policiaca, muy molesto le llamaba la atención al comando de asuntos especiales:
–¿Qué diablos hacía Lucio Anguiano en la escena del crimen? Él fue contratado por su habilidad informática ¡No es un detective de campo! Gracias a ustedes, él debería estar muerto en este mismo momento. Entiéndanlo y grábenselo muy bien, ¡no quiero que vuelva a ocurrir nada que se le parezca a lo acontecido!
¡Ramírez!, hazte cargo de la prensa, están allá afuera como panal de abejas... a ver qué historia inventas para alejarlos. De prisa, y los demás, ¡a trabajar que hay mucho por hacer!
A la semana siguiente el comandante Juárez mandó a llamar a Lucio:
–¿Sabe Anguiano?, me siento como si estuviera hablando con un fantasma. Usted volvió a nacer ese día, ¿está consciente de ello? Mire, no lo voy a sermonear más; estoy enterado que no fue del todo su culpa y finalmente Salazar vive gracias a usted, y de paso –el comandante hizo una pausa y sin disimular que le costaba trabajo admitir lo siguiente, continuó–, ahora resulta que el más inexperto de mis hombres, que ni siquiera sabía cargar su propia arma, mató ni más ni menos que a Julián López, el multihomicida más buscado. El comandante dio un manotazo en su escritorio y poniéndose de pie, gritó: ¡Tenía más de tres años tras esa sanguijuela y mire nada más en manos de quién acabó!
–Aaahhh, bueno Anguiano, tampoco lo voy a culpar de ello, ¿verdad? Lárguese de mi oficina.
–Sí señor –dijo Lucio agachando la cabeza e intentando contener la sonrisa que amenazaba con reventar en la comisura de su labio.
Al abrir la puerta, el comandante musitó:
–Anguiano...
–A la orden, señor.
–Pase al salón principal, está por comenzar un evento para reconocer su labor. No me dé las gracias a mí. El gobernador quiere condecorarlo. Según entiendo, los ciudadanos están agradecidos con usted.
–¡Sí señor! –respondió Lucio con el rostro iluminado.
–Ah, y otra cosa. No pierda mucho tiempo con esos hombres de ridículas corbatas, porque en una hora lo espera la detective Miranda. Tenemos un nuevo caso para usted.
Lucio no recordaba un día más feliz en su vida. El gobernador, la prensa y, sobre todo, el reconocimiento de sus compañeros; ahora sí, era parte de ellos.
La detective Miranda, se podría decir que atendía los casos “más ligeros” de la central; sin embargo, ello no ofendió a Lucio y ahora que la tenía frente a él, a punto de presentarle los pormenores del caso, se quedó perplejo observando a través de sus gruesas gafas los chispazos de luz que irradiaba, segundo a segundo, su perfumada cabellera negra. Miranda, seguro pertenecía a ese tipo de mujer que tenía que ocultar su belleza y tremenda feminidad, ante el grupo de zoquetes con los que tenía que convivir todos los días.
–Tiene cara de baboso, detective.
–¡Perdón! –balbuceó Lucio sorprendido.
–¡Bah!, olvídelo –respondió Miranda y ante lo evidente del caso, recogió su cabellera y le habló en un tono más firme.
–¿Ha escuchado hablar del Bullying?
Lucio sonrió complacido. La detective Miranda lo acababa de llevar justo a sus terrenos y era una oportunidad que no pensaba dejar escapar.
–El término es holandés –dijo Lucio con total seguridad–, desde hace algunos años, los europeos detectaron que en las escuelas se daba un fenómeno de acoso entre los mismos estudiantes. No lo consideraban un tema digno de tomar en cuenta, hasta que el índice de suicidios comenzó a crecer y el punto de ebullición se dio cuando un “Bully” –nombre que se le da al acosador–, llegó al extremo de asesinar a su “Buleado”, un pobre chico de quinto grado de primaria. A partir de ese caso, las autoridades educativas han hecho un gran esfuerzo por transmitir el tema a los padres de familia para concientizarlos y ayudarlos a detectar casos de Bullying que requieran ser atendidos a tiempo.
–Vaya Anguiano, no le voy a negar que no me sorprende su respuesta. Ya me habían hablado de su capacidad y me da gusto corroborarlo–. Miranda estrechó su mano y continuó, –bien pues nos encontramos ante un caso muy similar. Ricardo Serrano, un niño de doce años, mató a su compañero de salón; apenas cursaba el sexto grado de primaria. De acuerdo con las primeras investigaciones, Ricardo, nuestro chico Bully, acosaba constantemente a Julio Espinoza y la última vez que le pegó, al parecer se le pasó la mano, ya que lo arrojó contra una banca de cemento. Julio cayó violentamente y el golpe lo desnucó quedando tirado sin vida, ante la mirada perpleja de su agresor y los testigos.
–Qué triste –respondió Lucio–, pero así es, los Bully son muy metódicos, todos los días sofocan a su víctima. Tal parece que gozan torturándolos.
–Pues vas a conocerlo. En treinta minutos tenemos una cita con Ricardo. Está detenido y todo indica que le espera una larga condena. Partamos.
Antes de iniciar la entrevista, tras la ventana de la habitación, Lucio y la detective Miranda observaban a Ricardo Serrano sin poder responderse cómo es que, a tan corta edad, un niño podría generar el suficiente odio para dar muerte a otro niño.
Ricardo estaba muy afligido, por lo que no pudo dar su versión de los hechos y tan sólo respondía con frases muy cortas o movimientos de cabeza, las preguntas de los detectives.
–Ricardo –dijo la detective Miranda ya casi al concluir el interrogatorio–, necesito que me digas si los golpes que tenía Julio en el rostro tú se los diste.
Ricardo, notándose muy arrepentido y sin poder contener un profundo llanto, contestó que sí.
–Y dime Ricardo, ¿es verdad que tú sujetaste del pecho a Julio para luego arrojarlo contra la banca que lo mató?
Ricardo sollozó aún con más intensidad al tiempo que movía la cabeza en forma afirmativa. Pensamos quería agregar algo, pero su estado no se lo permitió.
–Creemos es un caso muy sencillo. Ya tenemos la confesión del… asesino... – comentó Miranda, apesadumbrada por el chico.
–Tal parece –dijo secamente Lucio asomando la mirada por el rabillo superior izquierdo del ojo, señal inequívoca de que su mente trabajaba a marchas forzadas.
Por la tarde fueron a la casa de Ricardo para entrevistar a sus padres.
Contra todo lo que pudiera pensarse acerca de la personalidad de un niño que era “el terror” del grupo, Ricardo resultó muy distinto.
–Nunca nos explicaremos qué sucedió –decía la desamparada madre sin soltar ni por un instante la mano de su esposo–. Ricardito jamás fue un niño violento. Jamás, ni de lejos. Más bien es muy tímido, va bien en la escuela, es educado y tampoco había participado en ninguna riña.
–¿Notó algo raro en él en los últimos meses?
–Mmmm... bueno, quizá comía menos, ya sabe cómo son los niños... y, ahora que lo menciona, estaba muy irritable, bajó un poco sus calificaciones y se pasaba la tarde encerrado en su cuarto. Ya casi no jugaba con sus amigos, como solía hacerlo. No sé, –suspiró la señora Serrano–, es como si su corazón se estuviera alejando de nosotros...
–Y bien detective Anguiano, ¿qué opina ahora? –preguntó Miranda al abandonar el hogar de los padres de Ricardo.
–No lo sé... el arrepentimiento de Ricardo, su conducta, la honestidad y amor de sus padres... hay algo que no encaja en todo esto. Ricardo no es un Bully típico. Es muy extraño. No sé... pero finalmente, en todo caso de Bullying hay tres partes y aún nos falta entrevistar una de ellas, ¿verdad?
–Claro, te refieres a los testigos.
–Sí, veamos que dicen los amigos de Ricardo, ya sabes, casi siempre son estos amigos del hostigador los que incitan al Bully a hacerle la vida imposible a su Buleado.
Arnoldo era el mejor amigo de Julio y en cuanto comenzaron a conversar con él, entró en una exagerada crisis y no dejaba de gritar que Ricardo había abusado de su amigo hasta matarlo; sin embargo, la detective Miranda se percató que detrás de Arnoldo, una niña escuchaba con atención y lloraba en silencio. La detective se acercó a ella.
–No es verdad. Arnoldo miente porque Julio era su amigo. Además, él también lo golpeó.
Miranda podía percibir un gran dolor detrás de las palabras de la niña. Se acercó un poco más y abrazándola, le susurró al oído:
–Tú y Ricardo son más que simples amigos, ¿verdad? Puedes confiar en mí. Estamos aquí para ayudarlo. Vamos, dime cómo te llamas y cuéntamelo todo.
–Me llamo Brenda. Ricardo y yo somos... bueno, estamos juntos desde primero de primaria. Julio y Arnoldo entraron con nosotros en cuarto y desde el primer día no pararon de hacerle la vida imposible a Ricardo, ¡los odio! ¡Son unos cobardes mentirosos!
–Brenda, platícame que sucedió el día del pleito.
–Ricardo y yo descansábamos cerca de la asta bandera. Mi mamá me preparó dos sándwiches y yo siempre le compartía uno a Ricardo. Claro, mamá no lo sabe... en eso llegaron ellos, los mismos de siempre, Chuco, José, Elías, Arnoldo y Julio por delante. Le di la mano a Ricardo para retirarnos, pero fue demasiado tarde. Julio de un manotazo le tiró el sándwich; mientras lo pisoteaba, se reía a carcajadas y le decía: “ay sí, el maricón ya tiene novia, ¡ja, ja, ja!” Después, se le fue encima y comenzó a pegarle en la cara. Yo estaba aterrorizada y sentía mi corazón más apachurrado que nunca. Sus amigos lo provocaban para que no parara de golpearlo. Ricardo parecía inconsciente, sangraba de toda la cara y lo último que recuerdo es que, al escuchar mis súplicas de que lo dejaran en paz, Ricardo me miró. Su carita estaba muy muy triste, lucía como avergonzado, mas cuando vio que Julio me abofeteó para que me callara, su tristeza se convirtió en ira y ante la incredulidad de todos... porque tenían años molestándolo y jamás había respondido... se paró y comenzó a devolverle los golpes a Julio, uno a uno. Ricardo se había vuelto un monstruo, tanto que jaló a Julio por el suéter y lo aventó con todas sus fuerzas hacia los arbustos del jardín...
–Pero, entonces –interrumpió la detective–, ¿cómo es que cayó en la banca de concreto?
–Porque al ser arrojado, su pie resbaló con el sándwich, haciendo que cayera de lado, contra la banca.Miranda abrazó a Brenda para tranquilizarla: “ahora todo va a estar bien, nena, no te preocupes..., muy pronto Ricardo estarácontigo nuevamente”.
–¿Qué te parece? –preguntó Lucio a Miranda, los roles se invirtieron–. Ricardo no sólo no era el Bully hostigador, sino que resultó ser la víctima.
–Sí. Además de haberlo atacado en defensa propia, no tenía la intención de golpearlo contra la banca; eso fue un accidente ocasionado, casualmente, por el mismo sándwich que él le tiró al piso, irónico, ¿verdad?
Lucio y Miranda se encargaban de llenar el expediente final para dar por cerrado al caso, cuando Lucio sintió un efusivo palmazo en la espalda. Era Tony Salazar.
–¡Tony! –gritó Lucio abalanzándose para abrazarlo.
–Qué gusto tenerlo de vuelta, detective –agregó Miranda.
Tony miró a Lucio, como quien ve a un hijo recién egresado: –¿Creíste que te habías deshecho de mí?
–Eres un búfalo, amigo, claro que un insignificante puñal en el pecho no te iba a hacer ni cosquillas ja, ja, ja...
–Por ahí dicen que ahora hay que hablarle de usted porque el gobernador lo nombró “hijo distinguido de la ciudad”. ¿Es eso cierto?, don Anguiano –comentó Tony, mientras los tres detectives se internaban bromeando por el pasillo de la comandancia.
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